/ viernes 11 de octubre de 2019

Trece poetas del mundo azteca

Hace exactamente tres años, en octubre de 2016, la Universidad Autónoma de Baja California Sur entregó los dos primeros Doctorados Honoris Causa: post-mortem a su fundador, Lic. Ángel César Mendoza Arámburo, y al reconocido humanista Miguel León Portilla. En broma decía el famoso historiador que sólo le faltaba el de esta universidad sudcaliforniana pues ya había recibido esa distinción tanto de la Universidad de California como de la Universidad Autónoma de Baja California. Era obvio que dicho reconocimiento distinguía a nuestra universidad que lo entregaba.

Con noventa años de edad en el 2016, León Portilla, como se le reconoció en Estados Unidos, era una leyenda viviente y ya venía de regreso de todos los caminos, los de la vida y, por supuesto, los académicos. Alumno destacado del padre Ángel María Garibay, de él heredó el amor por el náhuatl y las culturas precolombinas y las herramientas intelectuales para sacarles lustre, la honestidad y el rigor a la hora de reflexionar y escribir.

Miguel León Portilla es uno de los escasos ejemplos en donde se cumple el periplo de ascenso de la llamada pirámide del conocimiento en donde la base la constituyen los datos;cuando éstos se organizan puede construirse el siguiente nivel que constituye la información; la siguiente escala, una vez que la información se estructura con rigor y capacidad crítica, es la del conocimiento y, finalmente, cuando éste se aplica con inteligencia se asciende a la sabiduría.

Sabio suena enorme, pero en eso se convirtió a lo largo de años y años de entrega a leer, a investigar, a escribir y, sobre todo, a inspirar a muchos otros a seguir su ejemplo. Fue un maestro en el sentido bíblico de la palabra.

Todos los alumnos de la Universidad Nacional de la carrera de lengua y literaturas hispánicas cursábamos dos materias de literatura prehispánica; en una de ellas, la del mundo náhuatl, había dos lectura obligadas: Trece poetas del mundo azteca y Filosofía náhuatl de la autoría de León Portilla, a la sazón profesor de la Facultad de Filosofía y Letras y cabeza del Instituto de Investigaciones Históricas, ambos claustros plagados de nombres que entre los jóvenes estudiantes causaban asombro y admiración pues no era infrecuente tropezarse con ellos en los pasillos, en las aulas o en los auditorios universitarios.

No era infrecuente tampoco oír la broma que en cada curso se repetía: que el mejor poeta del mundo azteca era León Portilla. Siguiendo las huellas del padre Garibay, León Portilla se dio a la tarea de hurgar incansablemente en fuentes de toda naturaleza para tratar de establecer el ADN que demostrara que en nuestro pasado prehispánico sí existió creación literaria y sí hubo poetas dignos de admiración. Tarea ardua y compleja tanto por la fiabilidad de la información sobre el tópico como por la intrincada travesía de la traducción que iba de los glifos originales al castellano de nuestros días; de ahí que la versión, más que traducción –como solía aclarar Octavio Paz– de León Portilla exigió una profunda inmersión en la cultura y el pensamiento nahuatlacos: su esfuerzo consistió no sólo en ofrecernos un puñado de imágenes y metáforas, sino en compartir también, en la medida de las posibilidades, una cosmovisión.

Y no debería sorprendernos que cuando se lee, tanto los poemas de los poetas aztecas y texcocanos como las explicaciones que León Portilla ofrece, se descubre en estos artistas un lugar común a todos que se llama naturaleza humana. Si la visión del mundo era cíclica y arraigada, como en otras grandes culturas, en mitos fundacionales, por otro lado refleja sentimientos universales como amor, celos, envidia, amistad o traición.

En trece poetas del mundo azteca hay tres personajes y una historia que desde la primera lectura, en aquel lejano curso en Filosofía y Letras, me cautivaron. Me refiero a Nezahualcóyotl, a Cuacuauhtzin y a la prometida de éste, Ixtlilxóchitl. Un triángulo que tiene todos los ingredientes pasionales para seducir a lectores exigentes. El monarca de Texcoco se enamora locamente de la que estaba destinada a ser esposa de su mejor amigo y general de sus ejércitos. Para eliminar a Cuacuauhtzin lo envía al frente de un combate en donde sabía que no tendría manera de sobrevivir. Libre Ixtlilxóchitl se casa con Nezahualcóyotl y procrean a otro rey famoso de Texcoco: Nezahualpilli, también poeta.

La historia de estos hechos está entrelíneas tanto en un poema de Nezahualcóyotl, “Estoy triste”, como en uno de Cuacuauhtzin, “Canto triste”. Aunque ambos textos tienen como eje temático la fugacidad de la vida, el impulso que arroja los versos pudo haber sido el cargo de conciencia de un lado y el saberse traicionado por el otro.

Los versos finales del poema de Nezahualcóyotl, escritos hace seiscientos años, cobran vigencia hoy para despedir a nuestro sabio universal Miguel León Portilla hacia el Mictlán: “He venido a estar triste, me aflijo, / Ya no estás aquí, ya no, / en la región donde de algún modo se existe, / nos dejaste sin provisión en la tierra, / por esto, a mí mismo me desgarro”.

Profesor-investigador

Hace exactamente tres años, en octubre de 2016, la Universidad Autónoma de Baja California Sur entregó los dos primeros Doctorados Honoris Causa: post-mortem a su fundador, Lic. Ángel César Mendoza Arámburo, y al reconocido humanista Miguel León Portilla. En broma decía el famoso historiador que sólo le faltaba el de esta universidad sudcaliforniana pues ya había recibido esa distinción tanto de la Universidad de California como de la Universidad Autónoma de Baja California. Era obvio que dicho reconocimiento distinguía a nuestra universidad que lo entregaba.

Con noventa años de edad en el 2016, León Portilla, como se le reconoció en Estados Unidos, era una leyenda viviente y ya venía de regreso de todos los caminos, los de la vida y, por supuesto, los académicos. Alumno destacado del padre Ángel María Garibay, de él heredó el amor por el náhuatl y las culturas precolombinas y las herramientas intelectuales para sacarles lustre, la honestidad y el rigor a la hora de reflexionar y escribir.

Miguel León Portilla es uno de los escasos ejemplos en donde se cumple el periplo de ascenso de la llamada pirámide del conocimiento en donde la base la constituyen los datos;cuando éstos se organizan puede construirse el siguiente nivel que constituye la información; la siguiente escala, una vez que la información se estructura con rigor y capacidad crítica, es la del conocimiento y, finalmente, cuando éste se aplica con inteligencia se asciende a la sabiduría.

Sabio suena enorme, pero en eso se convirtió a lo largo de años y años de entrega a leer, a investigar, a escribir y, sobre todo, a inspirar a muchos otros a seguir su ejemplo. Fue un maestro en el sentido bíblico de la palabra.

Todos los alumnos de la Universidad Nacional de la carrera de lengua y literaturas hispánicas cursábamos dos materias de literatura prehispánica; en una de ellas, la del mundo náhuatl, había dos lectura obligadas: Trece poetas del mundo azteca y Filosofía náhuatl de la autoría de León Portilla, a la sazón profesor de la Facultad de Filosofía y Letras y cabeza del Instituto de Investigaciones Históricas, ambos claustros plagados de nombres que entre los jóvenes estudiantes causaban asombro y admiración pues no era infrecuente tropezarse con ellos en los pasillos, en las aulas o en los auditorios universitarios.

No era infrecuente tampoco oír la broma que en cada curso se repetía: que el mejor poeta del mundo azteca era León Portilla. Siguiendo las huellas del padre Garibay, León Portilla se dio a la tarea de hurgar incansablemente en fuentes de toda naturaleza para tratar de establecer el ADN que demostrara que en nuestro pasado prehispánico sí existió creación literaria y sí hubo poetas dignos de admiración. Tarea ardua y compleja tanto por la fiabilidad de la información sobre el tópico como por la intrincada travesía de la traducción que iba de los glifos originales al castellano de nuestros días; de ahí que la versión, más que traducción –como solía aclarar Octavio Paz– de León Portilla exigió una profunda inmersión en la cultura y el pensamiento nahuatlacos: su esfuerzo consistió no sólo en ofrecernos un puñado de imágenes y metáforas, sino en compartir también, en la medida de las posibilidades, una cosmovisión.

Y no debería sorprendernos que cuando se lee, tanto los poemas de los poetas aztecas y texcocanos como las explicaciones que León Portilla ofrece, se descubre en estos artistas un lugar común a todos que se llama naturaleza humana. Si la visión del mundo era cíclica y arraigada, como en otras grandes culturas, en mitos fundacionales, por otro lado refleja sentimientos universales como amor, celos, envidia, amistad o traición.

En trece poetas del mundo azteca hay tres personajes y una historia que desde la primera lectura, en aquel lejano curso en Filosofía y Letras, me cautivaron. Me refiero a Nezahualcóyotl, a Cuacuauhtzin y a la prometida de éste, Ixtlilxóchitl. Un triángulo que tiene todos los ingredientes pasionales para seducir a lectores exigentes. El monarca de Texcoco se enamora locamente de la que estaba destinada a ser esposa de su mejor amigo y general de sus ejércitos. Para eliminar a Cuacuauhtzin lo envía al frente de un combate en donde sabía que no tendría manera de sobrevivir. Libre Ixtlilxóchitl se casa con Nezahualcóyotl y procrean a otro rey famoso de Texcoco: Nezahualpilli, también poeta.

La historia de estos hechos está entrelíneas tanto en un poema de Nezahualcóyotl, “Estoy triste”, como en uno de Cuacuauhtzin, “Canto triste”. Aunque ambos textos tienen como eje temático la fugacidad de la vida, el impulso que arroja los versos pudo haber sido el cargo de conciencia de un lado y el saberse traicionado por el otro.

Los versos finales del poema de Nezahualcóyotl, escritos hace seiscientos años, cobran vigencia hoy para despedir a nuestro sabio universal Miguel León Portilla hacia el Mictlán: “He venido a estar triste, me aflijo, / Ya no estás aquí, ya no, / en la región donde de algún modo se existe, / nos dejaste sin provisión en la tierra, / por esto, a mí mismo me desgarro”.

Profesor-investigador