Este jueves 21 se cumplen apenas cuatro años de que los sudcalifornianos nos enteramos del primer caso de Covid-19 en nuestro territorio, actualmente muchos ya no se acuerdan de la fecha, los cubrebocas o el adecuado lavado de manos
El inició de la primavera del 2020, la prensa reportó como noticia de última hora el primer caso de coronavirus registrado en Baja California Sur. Un turista inglés que llegó a Los Cabos desde Miami, era el “paciente cero”.
Diez días después fueron noticia las dos primeras muertes.
“Informo, con gran pesar, que registramos los 2 primeros fallecimientos por #Covid-19 en #BCS, en la ciudad de #LaPaz. Nuestras sentidas condolencias a sus deudos. Es momento de la empatía, la solidaridad y la responsabilidad. Los detalles los dará el sector salud”, escribió el entonces gobernador Carlos Mendoza Davis.
Un día a finales de marzo del 2020, de repente llegó la llamada. Mi jefa decía que teníamos que empezar a trabajar desde casa. En ese momento, solo algunos podríamos incorporarnos al teletrabajo, solo quienes pertenecíamos a grupos vulnerables, ya que el impacto del Covid-19, como un huracán en el Pacífico, se acercaba inminentemente a la península, y ya había dejado miles de víctimas a su paso. El hecho parecía lejano.
La tarde que me avisaron que ya no podía ir al trabajo ya estaba vestida con mi ropa acostumbrada, llevaba mis zapatos favoritos, hasta me había maquillado, pero aquello fue el final de mi atuendo de oficina, porque pude empezar a trabajar hasta descalza.
Los días empezaron a transcurrir, las noticias reales y falsas en las redes, los informes oficiales; los muertos lejanos de Asia, Europa y Centroamérica, luego las muertes en nuestro país y el país vecino. Los médicos perdiendo la batalla ante el covid.
“Quedarte en casa”, “aplanar la curva”, “hacerle caso al semáforo”, “sana distancia”.
Los primeros dos meses de la cuarentena, cada mañana verificaba las tablas oficiales para enterarme cuántos muertos iban ya en Baja California Sur, en el mundo. Debo ser sincera, solo veía la cifra de los desafortunados.
Hasta mayo, Loreto aún no tenía ni un enfermo confirmado, era el único municipio de mi estado, luego ya por el mes de junio dejé de revisar aquella lista, pero aún sin buscarlo, me enteré que el 20 de junio el Pueblo Mágico reportó su primera víctima del virus.
Dicen los psicólogos que los humanos sabemos acostumbrarnos a la tragedia, que tenemos la capacidad de resiliencia, la cual se vive con la facilidad que se pronuncia.
El 24 de junio, el mero día de san Juan, pude ir a la playa, era el cumpleaños de mi hija única, cómo perdernos la experiencia, ya ritualizada, de estar frente al mar en ese día, como hacía ya diez años.
En esa ocasión, en El Caimancito, el agua estaba fría, pero el sol brillaba como siempre. Una docena de bañistas hacían pensar que el coronavirus era algo que ya se había ido, que era un mal sueño, como ese que recuerdas todo el día, pero sabes que ya pasó.
Sin embargo, la realidad era otra, al bajar la guardia el enemigo ataca con más fuerza. Más contagios, más muertes y las playas de La Paz cerradas otra vez.
Los siguientes meses transcurrieron en la monotonía de días sin clases, sin visitas, sin reuniones cara a cara de ningún tipo, salvo los encuentros vía red y las horas de lectura en línea.
Cuando menos imaginamos el malecón fue cerrado. Era de no creerse, pero sí, es que quienes decían que el Covid era un invento, maleconeaban como si nada.
Julio, agosto, septiembre, octubre y noviembre sin aplanarse, y al llegar el mes más feliz del año, todo era igual. Para Navidad más de 700 hombres y mujeres habían muerto ya en la casi isla, personas sin rostros, pero con historia, tal vez un día platiqué con alguna de ellas en la fila de una tienda, no lo sé.
Para mí el covid era una tragedia vista desde lejos, ocultándome detrás de un cubrebocas, o en la sala de mi casa, en el home office, esperando a que la nueva normalidad llegara por fin.
Muchas veces en el transcurrir de los meses tuve el deseo de recibir una segunda llamada o mensaje donde me informaran que ya podía regresar a mi oficina, pero muchas veces también esperé que eso ya no sucediera, aunque dejara atrás a mis amigos del trabajo, a mis cientos de recuerdos, al cajón abierto de mi escritorio y aquel día de fiesta de aniversario en que mi segunda casa estaba llena de gente alegre y orgullosa. Seré sincera: no fue fácil dejar atrás los días sin covid.