/ martes 19 de mayo de 2020

Riesgo y pandemia: ciudadano advertido, no muere en guerra

La gente está en su derecho de creer o no creer. Creer o no creer en Dios, creer o no creer en tal o cual gobernante, creer o no en los ovnis o en el chupacabras, en los fantasmas o en el coco, en el tarot, en el enmascarado de plata y hasta en el Cruz Azul, incluso. Pero esa disyuntiva, puede traer, en algunos casos , sus respectivas consecuencias.

El que se crea o no se crea en los ejemplos que cito arriba, es hasta cierto punto intrascendente si consideramos que, a lo mucho, nos hacemos acreedores a una burla, a un reconocimiento, a un cuestionamiento o a una regañada por aferrado, según el interlocutor que tengas enfrente, pero hasta ahí.

La cosa pasa a otro nivel cuando de esa disyuntiva de aceptación o negación depende tu salud y, sin exagerar, tu vida.

Eso último pasa con el covid 19 y para ello, algunos Estados han tenido que lanzar campañas especiales fin de concientizar a las personas que, hasta este momento, no creen en la veracidad de la pandemia sin atender ninguna recomendación y andan como Pedro por la calle, muy orondos, sin acatar el llamado de la sana distancia.

No sé si a las autoridades se le esté pasando la mano con lemas como “No quieres estar encerrado en casa, pero sí en un ataúd”, “Si sales matas, si sales mueres” y “Mejor encerrado en casa que bajo tierra”, los cuales son utilizados, por ejemplo por el gobierno de la ciudad de México, pero quien quite sea comprensible esta subida de tono al ver que las simples conminaciones para esa gente que no está obligada a salir, no han sido suficientes, los contagios aumenten teniendo esta desobediencia como posible causa y el intento por convencerlo deba ser ahora proporcional a su necedad o a su ignorancia.

Y es que lo más preocupante de esto en que su resistencia no se acompaña de categóricos argumentos que pudieran dejar boquiabierto al más brillante epidemiólogo ni de evidencias que hagan palidecer a la ciencia sino en meras expresiones de desconfianza o de sospecha que únicamente parten de su intuición o de razonamientos que atentan contra la lógica más simple, mientras que a la vez, nos ofrecen memorables cápsulas de gran humor involuntario de sus porqués.

En ese amplio abanico de escépticos están los considerados por cuenta propia como inmunes y que aseguran que no les pasará nada de nada. Junto a ellos están sus primos hermanos: los fitoterapeutas piratas , quienes sin más experiencia que, el haberlo oído por ahí, aseguran que basta un té de canela, una collar de limones en el cuello, una jarra de no sé qué remedios antes que despunte el alba y listo.

Los del ala conspiratoria que estiman que todo estos es un invento del gobierno o que los chinos o los Estados Unidos, crearon todo esto, como si cada diez minutos estuvieran recibiendo información privilegiada de parte Julian Assange.

Los agnósticos, esos que dudan porque hasta la fecha no les ha tocado ver ningún enfermo o, todavía más, un muerto por coronavirus, como si hubieran exigido lo mismo cuando en la escuela le dijeron el número de muertos en la Revolución Mexicana y no creyeron hasta que fueron a exhumar cada uno de los cuerpos.

Los agnósticos condicionados, esos que solo están dispuestos a creer en tanto que estén frente a camas y camas donde yacen los pacientes en condiciones graves e intubados cual si se hubieran trasladado, siquiera a través de un espiritista para tener plena certeza de lo que pasó en el holocausto.

Los del batallón de la corazonada que su único as bajo la manga es una gansada y que su comandante en jefe puede ser una joven, la cual encontré en faceboock que, por más información, reportes, estadísticas, testimonios, fotos, esquelas, videos y reportes de la OMS y de la SS en México que se le pusieron enfrente, se mantuvo firme en su muy peculiar teoría : “ No sé, pero esto no me cuadra” y no hubo poder humano, metafísico o exorcismo que la sacara de ahí.

Así no se puede y nada ayuda frente a una realidad. Esa que a muchos nos tiene en casa con la ansiedad a flor de piel porque afuera el trabajo se detuvo; esa otra que tiene a todo el personal de salud jugándosela desde el primer momento y con una sobrecarga de laboral sin precedentes recientes y al que ninguno de los que siguen dudando de esta enfermedad o la siguen toreando, van y le echan una manita; y esa suma de enfermos y de muertos que nadie quisiera que aumentaran.

Por eso digo que se puede creer o no creer pero,en este asunto,las secuelas de nuestra irresponsabilidad pueden también marcar el presente o el futuro de una familiar, de un desconocido o de un amigo, por lo que resulta inadmisible seguir con esa práctica estando ya tan grandecitos (de edad)

Subrayo lo de la edad porque alguna vez, siendo todavía un niño , este que escribe jugaba literalmente con fuego al agarrar una tira de leño que con los que mi madre atizaba la hornilla y ella, más de una vez me dijo que deja ahí porque me podía quemar . No hice caso y además de huarachazo que recibe entre las costillas y el omóplato por no hacer caso, todavía conservo la cicatriz de aquel episodio.

Ni hablar: me lo dijeron y soldado advertido no muere en guerra.

Ni hablar: ya se ha dicho hasta el cansancio lo que al pueblo bueno le toca hacer. Luego entonces deber estar más que clarito: ciudadano advertido, no muere en guerra y el costo, cada quien, lo habrá de asumir.

La gente está en su derecho de creer o no creer. Creer o no creer en Dios, creer o no creer en tal o cual gobernante, creer o no en los ovnis o en el chupacabras, en los fantasmas o en el coco, en el tarot, en el enmascarado de plata y hasta en el Cruz Azul, incluso. Pero esa disyuntiva, puede traer, en algunos casos , sus respectivas consecuencias.

El que se crea o no se crea en los ejemplos que cito arriba, es hasta cierto punto intrascendente si consideramos que, a lo mucho, nos hacemos acreedores a una burla, a un reconocimiento, a un cuestionamiento o a una regañada por aferrado, según el interlocutor que tengas enfrente, pero hasta ahí.

La cosa pasa a otro nivel cuando de esa disyuntiva de aceptación o negación depende tu salud y, sin exagerar, tu vida.

Eso último pasa con el covid 19 y para ello, algunos Estados han tenido que lanzar campañas especiales fin de concientizar a las personas que, hasta este momento, no creen en la veracidad de la pandemia sin atender ninguna recomendación y andan como Pedro por la calle, muy orondos, sin acatar el llamado de la sana distancia.

No sé si a las autoridades se le esté pasando la mano con lemas como “No quieres estar encerrado en casa, pero sí en un ataúd”, “Si sales matas, si sales mueres” y “Mejor encerrado en casa que bajo tierra”, los cuales son utilizados, por ejemplo por el gobierno de la ciudad de México, pero quien quite sea comprensible esta subida de tono al ver que las simples conminaciones para esa gente que no está obligada a salir, no han sido suficientes, los contagios aumenten teniendo esta desobediencia como posible causa y el intento por convencerlo deba ser ahora proporcional a su necedad o a su ignorancia.

Y es que lo más preocupante de esto en que su resistencia no se acompaña de categóricos argumentos que pudieran dejar boquiabierto al más brillante epidemiólogo ni de evidencias que hagan palidecer a la ciencia sino en meras expresiones de desconfianza o de sospecha que únicamente parten de su intuición o de razonamientos que atentan contra la lógica más simple, mientras que a la vez, nos ofrecen memorables cápsulas de gran humor involuntario de sus porqués.

En ese amplio abanico de escépticos están los considerados por cuenta propia como inmunes y que aseguran que no les pasará nada de nada. Junto a ellos están sus primos hermanos: los fitoterapeutas piratas , quienes sin más experiencia que, el haberlo oído por ahí, aseguran que basta un té de canela, una collar de limones en el cuello, una jarra de no sé qué remedios antes que despunte el alba y listo.

Los del ala conspiratoria que estiman que todo estos es un invento del gobierno o que los chinos o los Estados Unidos, crearon todo esto, como si cada diez minutos estuvieran recibiendo información privilegiada de parte Julian Assange.

Los agnósticos, esos que dudan porque hasta la fecha no les ha tocado ver ningún enfermo o, todavía más, un muerto por coronavirus, como si hubieran exigido lo mismo cuando en la escuela le dijeron el número de muertos en la Revolución Mexicana y no creyeron hasta que fueron a exhumar cada uno de los cuerpos.

Los agnósticos condicionados, esos que solo están dispuestos a creer en tanto que estén frente a camas y camas donde yacen los pacientes en condiciones graves e intubados cual si se hubieran trasladado, siquiera a través de un espiritista para tener plena certeza de lo que pasó en el holocausto.

Los del batallón de la corazonada que su único as bajo la manga es una gansada y que su comandante en jefe puede ser una joven, la cual encontré en faceboock que, por más información, reportes, estadísticas, testimonios, fotos, esquelas, videos y reportes de la OMS y de la SS en México que se le pusieron enfrente, se mantuvo firme en su muy peculiar teoría : “ No sé, pero esto no me cuadra” y no hubo poder humano, metafísico o exorcismo que la sacara de ahí.

Así no se puede y nada ayuda frente a una realidad. Esa que a muchos nos tiene en casa con la ansiedad a flor de piel porque afuera el trabajo se detuvo; esa otra que tiene a todo el personal de salud jugándosela desde el primer momento y con una sobrecarga de laboral sin precedentes recientes y al que ninguno de los que siguen dudando de esta enfermedad o la siguen toreando, van y le echan una manita; y esa suma de enfermos y de muertos que nadie quisiera que aumentaran.

Por eso digo que se puede creer o no creer pero,en este asunto,las secuelas de nuestra irresponsabilidad pueden también marcar el presente o el futuro de una familiar, de un desconocido o de un amigo, por lo que resulta inadmisible seguir con esa práctica estando ya tan grandecitos (de edad)

Subrayo lo de la edad porque alguna vez, siendo todavía un niño , este que escribe jugaba literalmente con fuego al agarrar una tira de leño que con los que mi madre atizaba la hornilla y ella, más de una vez me dijo que deja ahí porque me podía quemar . No hice caso y además de huarachazo que recibe entre las costillas y el omóplato por no hacer caso, todavía conservo la cicatriz de aquel episodio.

Ni hablar: me lo dijeron y soldado advertido no muere en guerra.

Ni hablar: ya se ha dicho hasta el cansancio lo que al pueblo bueno le toca hacer. Luego entonces deber estar más que clarito: ciudadano advertido, no muere en guerra y el costo, cada quien, lo habrá de asumir.