/ miércoles 27 de octubre de 2021

Lo que más te gusta

Si una cosa se torna difícil en esta vida es que te enfermes de algo y que no puedas comer lo que más te gusta.

Que no puedas o que no te dejen. Por tu bien o por tu mal, según lo quieras ver, pero no puedes o no te dejan.

Hacerlo es empeorar lo que tienes y en un descuido te lleva Pifas ¿ quien es Pifas? No sé pero te lleva y al rato ahí te estamos llorando por no hacer caso.

Hacerlo es regresar al pasado, cuando todo era, literalmente, pura vida y pertenecíamos a la iglesia metodista, es decir ,te metías de todo y, según tú, no pasaba nada.

Hacerlo años antes de lo que de viejo te aqueja, pues que maravilla . Edad temprana, momento, antojos, noches locas, fiesta y no sé que más ,es un coctel insuperable como para no poder decir que no y como dijera mi amigo Hernán, aquello servido en bandeja de plata, se goza como si no hubiera un mañana .

Pero que triste realidad la que me has ofrecido, diría José Alfredo, cuando nuestro organismo recibe y reciente un desorden permanente, sin matices , pegándole duro a las grasas ( ¿ alguien sabe de unas buenas carnitas que me recomienden? ), a los azúcares y no se que más cuestiones que a la larga dañan, sobre todo cuando en cuestiones de ejercicio no caminamos ni alrededor de la mesa del comedor.

Figúrese pues que, más delante, las consecuencias llegan, si es que, desobedeciendo a los expertos, a tu mamá o al que te está viendo que ya pediste el octavo taco, no preferimos una dieta balanceada , el pilar de la salud, incorporando los nutrientes que necesita el cuerpo correctamente lo cual garantizará tu bienestar a corto y largo plazo.

Pero la cosecha de ese desorden puede variar:

Inciso a) puede que te digan sin esperarlo que se acabaron las bebidas y si quieres echarte un trago, vámonos a otra cantina, y te vayas pa donde van los muertos que quien sabe a dónde irán.

Inciso b) Puede que se sienta raro , es decir, que su cuerpo le esté pasando factura y él haga caso omiso y literalmente se haga de la vista gorda , no intente ninguna autocrítica , ignore cualquier recomendación de un especialista, crea que sus tarantas se debe a la vacuna contra el covid que le acaban de poner o todo es culpa de Felipe Calderón. Y bajo esa lógica, no se atiende hasta que no puede más.

Inciso c) Puede que vaya al hospital, le digan que no haga tal o cual cosa pero lo hace y como dicen que pasó con el Nogalense Javier Solís ,ese que murió en el año en que yo nací, la muerte se encapriche y se lo lleve.

Inciso d) Puede que te resistas, que des la pelea o que estés joven( por que cincuenta años es estar joven ¿ o no? ) y no quieras irte por que sí o porque tus hijos te necesitan o porque deseas que ese humor hacia lo que te rodea no quieres que parta contigo, o porque hay amigos que no quieren tu ausencia ( invisible ) o porque que no puedas comer lo que mas te gusta.

Inciso e) puedes que seas de acero o de una salud que ni comiéndote un marrano vivo sufre de los estragos de su voracidad .

Todas estas variantes son dignas de estudiarse para saber la diferencia entre un paciente que está en casa con uno que ya hospitalizado; entre el que se alivia después de que ya casi le untan los santos óleos con que ni chanza dio de ponérselos.

Mientras eso se averigua , yo pienso que mucho ayudaría el dar un viraje transformar en el menú que restringidamente, hasta ahora, se le ofrece a un enfermo.

No quiero decir que casi casi vayamos a dar el banderazo de salida a la eutanasia a punta de bárbaras tragazones y glotonerías, donde se griten vivas a los triglicéridos y al colesterol . No, y enseguida les explico mi propuesta.

Antes bien, deberíamos de reconocer que todo paciente indisciplinado es como un adicto a cualquier droga ilícita . A partir de esa analogía, entenderán entonces que, así como se propone legalizar la droga , así también hay que legalizar el contrabando de alimentos en los hospitales o en la propia casa y nomás regulémoslo.

Al igual que los trasiegos o rutas que existen para el transporte de marihuana o cocaína, reconozcamos que en las clínicas hay un tráfico desafiante de tortillas de harina, de tacos de chicharrón , de ollitas de pozole, de pasteles de cajeta y tantas cosas mas con destino a la cama número tal ,sin que nadie lo pueda evitar y de pronto, de la nada, el convaleciente recibe a punto de eructos a la enfermera en turno que le llegó a checar el suero.

Esa práctica se vuelve una tentación, porque tampoco de este lado de lo lícito , no se renuevan ni hacen por ofrecer un menú que pueda inhibir el contrabando . Así no se puede competir e irremediablemente vence el mal.

Pero sí se quiere dar la pelea no queda otra más que renovarse o morir . Al interno hay que darle lo que más le gusta o algo muy parecido a ello. Al enfermo hay que ofrecerle placebos de lo que está deseoso de probar y si harán el recorrido para repartir el desayuno, la comida o la cena, ya no lo hagan en esos carros cromados que les rechina todo y huelen a medicina añeja, sino en un carrito de hot-dogs o en una carreta de tacos para que el encamado piense que está en una esquina de su barrio o en la plaza más emblemática de la ciudad en materia de antojitos.

Esta cruzada en mucho ayudará. Bueno, al menos ayudará más que limitarse a seguir repartiéndose gelatina de limón, una taza de avena y cuatro tiritas de papaya.

El convaleciente no estará comiendo al cien por ciento lo que más le gusta, pero se hará ilusiones por un ratito y todo en él será felicidad.

Que tal si se emociona tanto que sale corriendo a buscar a los verdaderos y en un descuido se le olvida que alguna vez estuvo enfermo.

Si una cosa se torna difícil en esta vida es que te enfermes de algo y que no puedas comer lo que más te gusta.

Que no puedas o que no te dejen. Por tu bien o por tu mal, según lo quieras ver, pero no puedes o no te dejan.

Hacerlo es empeorar lo que tienes y en un descuido te lleva Pifas ¿ quien es Pifas? No sé pero te lleva y al rato ahí te estamos llorando por no hacer caso.

Hacerlo es regresar al pasado, cuando todo era, literalmente, pura vida y pertenecíamos a la iglesia metodista, es decir ,te metías de todo y, según tú, no pasaba nada.

Hacerlo años antes de lo que de viejo te aqueja, pues que maravilla . Edad temprana, momento, antojos, noches locas, fiesta y no sé que más ,es un coctel insuperable como para no poder decir que no y como dijera mi amigo Hernán, aquello servido en bandeja de plata, se goza como si no hubiera un mañana .

Pero que triste realidad la que me has ofrecido, diría José Alfredo, cuando nuestro organismo recibe y reciente un desorden permanente, sin matices , pegándole duro a las grasas ( ¿ alguien sabe de unas buenas carnitas que me recomienden? ), a los azúcares y no se que más cuestiones que a la larga dañan, sobre todo cuando en cuestiones de ejercicio no caminamos ni alrededor de la mesa del comedor.

Figúrese pues que, más delante, las consecuencias llegan, si es que, desobedeciendo a los expertos, a tu mamá o al que te está viendo que ya pediste el octavo taco, no preferimos una dieta balanceada , el pilar de la salud, incorporando los nutrientes que necesita el cuerpo correctamente lo cual garantizará tu bienestar a corto y largo plazo.

Pero la cosecha de ese desorden puede variar:

Inciso a) puede que te digan sin esperarlo que se acabaron las bebidas y si quieres echarte un trago, vámonos a otra cantina, y te vayas pa donde van los muertos que quien sabe a dónde irán.

Inciso b) Puede que se sienta raro , es decir, que su cuerpo le esté pasando factura y él haga caso omiso y literalmente se haga de la vista gorda , no intente ninguna autocrítica , ignore cualquier recomendación de un especialista, crea que sus tarantas se debe a la vacuna contra el covid que le acaban de poner o todo es culpa de Felipe Calderón. Y bajo esa lógica, no se atiende hasta que no puede más.

Inciso c) Puede que vaya al hospital, le digan que no haga tal o cual cosa pero lo hace y como dicen que pasó con el Nogalense Javier Solís ,ese que murió en el año en que yo nací, la muerte se encapriche y se lo lleve.

Inciso d) Puede que te resistas, que des la pelea o que estés joven( por que cincuenta años es estar joven ¿ o no? ) y no quieras irte por que sí o porque tus hijos te necesitan o porque deseas que ese humor hacia lo que te rodea no quieres que parta contigo, o porque hay amigos que no quieren tu ausencia ( invisible ) o porque que no puedas comer lo que mas te gusta.

Inciso e) puedes que seas de acero o de una salud que ni comiéndote un marrano vivo sufre de los estragos de su voracidad .

Todas estas variantes son dignas de estudiarse para saber la diferencia entre un paciente que está en casa con uno que ya hospitalizado; entre el que se alivia después de que ya casi le untan los santos óleos con que ni chanza dio de ponérselos.

Mientras eso se averigua , yo pienso que mucho ayudaría el dar un viraje transformar en el menú que restringidamente, hasta ahora, se le ofrece a un enfermo.

No quiero decir que casi casi vayamos a dar el banderazo de salida a la eutanasia a punta de bárbaras tragazones y glotonerías, donde se griten vivas a los triglicéridos y al colesterol . No, y enseguida les explico mi propuesta.

Antes bien, deberíamos de reconocer que todo paciente indisciplinado es como un adicto a cualquier droga ilícita . A partir de esa analogía, entenderán entonces que, así como se propone legalizar la droga , así también hay que legalizar el contrabando de alimentos en los hospitales o en la propia casa y nomás regulémoslo.

Al igual que los trasiegos o rutas que existen para el transporte de marihuana o cocaína, reconozcamos que en las clínicas hay un tráfico desafiante de tortillas de harina, de tacos de chicharrón , de ollitas de pozole, de pasteles de cajeta y tantas cosas mas con destino a la cama número tal ,sin que nadie lo pueda evitar y de pronto, de la nada, el convaleciente recibe a punto de eructos a la enfermera en turno que le llegó a checar el suero.

Esa práctica se vuelve una tentación, porque tampoco de este lado de lo lícito , no se renuevan ni hacen por ofrecer un menú que pueda inhibir el contrabando . Así no se puede competir e irremediablemente vence el mal.

Pero sí se quiere dar la pelea no queda otra más que renovarse o morir . Al interno hay que darle lo que más le gusta o algo muy parecido a ello. Al enfermo hay que ofrecerle placebos de lo que está deseoso de probar y si harán el recorrido para repartir el desayuno, la comida o la cena, ya no lo hagan en esos carros cromados que les rechina todo y huelen a medicina añeja, sino en un carrito de hot-dogs o en una carreta de tacos para que el encamado piense que está en una esquina de su barrio o en la plaza más emblemática de la ciudad en materia de antojitos.

Esta cruzada en mucho ayudará. Bueno, al menos ayudará más que limitarse a seguir repartiéndose gelatina de limón, una taza de avena y cuatro tiritas de papaya.

El convaleciente no estará comiendo al cien por ciento lo que más le gusta, pero se hará ilusiones por un ratito y todo en él será felicidad.

Que tal si se emociona tanto que sale corriendo a buscar a los verdaderos y en un descuido se le olvida que alguna vez estuvo enfermo.