/ domingo 16 de mayo de 2021

Héroes culturales

De los siete personajes cuyos restos mortales han merecido el honor de reposar en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, en La Paz, Baja California Sur (BCS), cuatro son maestros:

En orden de reinhumación:

Rosaura Zapata Cano (La Paz, BCS, 1876 – México, DF, 1963) fue gestora fundamental de la educación preescolar en México desde los tiempos porfirianos hasta su jubilación en 1954, al cabo de más de medio siglo de labor ininterrumpida. Antes de ello le fue otorgada la medalla “Belisario Domínguez”, primera persona en recibirla por sus elevados méritos al servicio de la educación mexicana.

Alguna vez me atreví a dedicarle este

“Réquiem para Rosaura”:

Un silencio impasible y angustioso acalla las sonrisas infantiles,

aquellas que tomaron con Rosaura el cotidiano pan de la enseñanza.

La semilla que en mano inmaculada se hizo rosario de frutos alcanzados

florece aún;

la nube se cansó de prodigarse y llueve aún.

Rosaura, perfume y flor en la Rotonda de hoy; perfume y flor en el jardín de siempre;

oración diaria en la párvula aula; perfume y miel de la caricia sabia que prodiga cariño:

mano abierta a todos los caminos que conducen al niño.

Rosaura, libro abierto a todas las miradas, canción de cuna en arrullos mágicos,

hora presente en todas las conciencias, virgen laica de virtudes llena,

epinicio, paradigma de estoicismo templado en el esfuerzo.

Réquiem para Rosaura en esta hora al iniciar la vía de su ejemplo

sencillo y fértil, grave y silencioso,

que ya nos hace presentir la meta de su ruta magnífica.

Domingo Carballo Félix (La Paz, BCS, 1897 – 1972) legó a California Sur su rica tradición normalista, nutrida de fines claros, valores y principios, e imprimió a las generaciones de profesores que pasaron por su mano sabia, una genuina Sudcalifornidad y definida actitud de preservación y enriquecimiento del entorno natural. Nada escribió, como Sócrates, sólo enseñó y mostró caminos, que fue su otra manera de sembrar.

Jesús Castro Agúndez (San José del Cabo, BCS, 1906 – La Paz, BCS, 1984) constituye un valor sobresaliente en la enseñanza, la administración educativa, el activismo político y las letras. Su principal obra en el campo de la educación fue el impulso que dio a la creación de internados (albergues) rurales en todo el país, y producto de su pluma son varios libros, el primero de los cuales se titula Patria chica, de honda evocación regionalista.

Pablo L. Martínez Márquez fue profesor rural, de cuyas tareas nació su primer libro, el Método Comondú, para la enseñanza de la lecto-escritura, pero la vocación por el pasado de su provincia lo condujo a preparar la primera obra general de ella: Historia de Baja California, publicada en 1956, así como otras varias de igual naturaleza.

Son cuatro figuras de la nómina sobresaliente de California Sur; la memoria de sus vidas y contribuciones reciben periódicamente homenaje en el recinto cívico de los sudcalifornianos.

Ello puede conducirnos a la certeza de que la comunidad de BCS siente devoción especial por sus héroes culturales que, en el caso de los citados, fueron, además de trabajadores en la docencia, gente que aportó escritos valiosos –con excepción de don Domingo- en otro campo humanístico, al que dedicaron tiempo y talento en beneficio de su patria y su tierra: la crónica, el ensayo y la innovación didáctica, el relato costumbrista y la historiografía peninsular.

Por eso, al lado de la reverencia que se hace colectivamente a los héroes militares, porque la merecen, se tiene singular reconocimiento por los prohombres (mujeres y hombres, desde luego) que convirtieron sus vidas en paradigma del esfuerzo y la dedicación en estadios superiores de la inteligencia y la creatividad. Quienes, aparte del empeño en la tarea con que sirvieron a los demás, todavía se dieron tiempo y ejercieron afán para ofrecer algo más, igualmente valioso. Nadie se los pidió, tal vez, pero ellos creyeron que era necesario darlo y lo otorgaron con generosidad, más allá del deber que cumplieron cabalmente.

A ellos son a quienes la colectividad debe y otorga su aprecio: a quienes producen algo más para beneficio de todos.

Son nuestros héroes culturales que continúan dictando cátedra cotidiana en la conciencia de una sociedad singular.

De los siete personajes cuyos restos mortales han merecido el honor de reposar en la Rotonda de los Sudcalifornianos Ilustres, en La Paz, Baja California Sur (BCS), cuatro son maestros:

En orden de reinhumación:

Rosaura Zapata Cano (La Paz, BCS, 1876 – México, DF, 1963) fue gestora fundamental de la educación preescolar en México desde los tiempos porfirianos hasta su jubilación en 1954, al cabo de más de medio siglo de labor ininterrumpida. Antes de ello le fue otorgada la medalla “Belisario Domínguez”, primera persona en recibirla por sus elevados méritos al servicio de la educación mexicana.

Alguna vez me atreví a dedicarle este

“Réquiem para Rosaura”:

Un silencio impasible y angustioso acalla las sonrisas infantiles,

aquellas que tomaron con Rosaura el cotidiano pan de la enseñanza.

La semilla que en mano inmaculada se hizo rosario de frutos alcanzados

florece aún;

la nube se cansó de prodigarse y llueve aún.

Rosaura, perfume y flor en la Rotonda de hoy; perfume y flor en el jardín de siempre;

oración diaria en la párvula aula; perfume y miel de la caricia sabia que prodiga cariño:

mano abierta a todos los caminos que conducen al niño.

Rosaura, libro abierto a todas las miradas, canción de cuna en arrullos mágicos,

hora presente en todas las conciencias, virgen laica de virtudes llena,

epinicio, paradigma de estoicismo templado en el esfuerzo.

Réquiem para Rosaura en esta hora al iniciar la vía de su ejemplo

sencillo y fértil, grave y silencioso,

que ya nos hace presentir la meta de su ruta magnífica.

Domingo Carballo Félix (La Paz, BCS, 1897 – 1972) legó a California Sur su rica tradición normalista, nutrida de fines claros, valores y principios, e imprimió a las generaciones de profesores que pasaron por su mano sabia, una genuina Sudcalifornidad y definida actitud de preservación y enriquecimiento del entorno natural. Nada escribió, como Sócrates, sólo enseñó y mostró caminos, que fue su otra manera de sembrar.

Jesús Castro Agúndez (San José del Cabo, BCS, 1906 – La Paz, BCS, 1984) constituye un valor sobresaliente en la enseñanza, la administración educativa, el activismo político y las letras. Su principal obra en el campo de la educación fue el impulso que dio a la creación de internados (albergues) rurales en todo el país, y producto de su pluma son varios libros, el primero de los cuales se titula Patria chica, de honda evocación regionalista.

Pablo L. Martínez Márquez fue profesor rural, de cuyas tareas nació su primer libro, el Método Comondú, para la enseñanza de la lecto-escritura, pero la vocación por el pasado de su provincia lo condujo a preparar la primera obra general de ella: Historia de Baja California, publicada en 1956, así como otras varias de igual naturaleza.

Son cuatro figuras de la nómina sobresaliente de California Sur; la memoria de sus vidas y contribuciones reciben periódicamente homenaje en el recinto cívico de los sudcalifornianos.

Ello puede conducirnos a la certeza de que la comunidad de BCS siente devoción especial por sus héroes culturales que, en el caso de los citados, fueron, además de trabajadores en la docencia, gente que aportó escritos valiosos –con excepción de don Domingo- en otro campo humanístico, al que dedicaron tiempo y talento en beneficio de su patria y su tierra: la crónica, el ensayo y la innovación didáctica, el relato costumbrista y la historiografía peninsular.

Por eso, al lado de la reverencia que se hace colectivamente a los héroes militares, porque la merecen, se tiene singular reconocimiento por los prohombres (mujeres y hombres, desde luego) que convirtieron sus vidas en paradigma del esfuerzo y la dedicación en estadios superiores de la inteligencia y la creatividad. Quienes, aparte del empeño en la tarea con que sirvieron a los demás, todavía se dieron tiempo y ejercieron afán para ofrecer algo más, igualmente valioso. Nadie se los pidió, tal vez, pero ellos creyeron que era necesario darlo y lo otorgaron con generosidad, más allá del deber que cumplieron cabalmente.

A ellos son a quienes la colectividad debe y otorga su aprecio: a quienes producen algo más para beneficio de todos.

Son nuestros héroes culturales que continúan dictando cátedra cotidiana en la conciencia de una sociedad singular.