/ domingo 7 de enero de 2024

Negacionismo

La acepción que el diccionario da al término negacionismo es el de “Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto.”

Para los efectos de la presente nota prescindiremos de la referencia específica al holocausto, importante asunto que en general significa matanza de seres humanos, y en particular se aplica a los crímenes nazis contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial.

Este texto tiene más bien la intención de entender cómo es que la población de este país ha ido perdiendo en el siglo presente algunos de esos rasgos troquelados en su larga y aleccionadora historia. Y de alguna forma devenido comunidad adocenada.

Parte del vigor espiritual de una sociedad se halla constituido por el cúmulo de valores, creencias, tradiciones, hechos del pasado común que aportan signos en que la gente puede reconocerse, y que en términos generales asume como su identidad.

La memoria histórica provee a las colectividades humanas de una especie de sistema inmunológico, de una serie de mecanismos de defensa contra las agresiones del exterior o de las propias potencias internas que intentan menoscabar su fortaleza. A la vez, como en cualquier organismo, la consecuente estructura de salud le permite crecer.

Menos que de una estrategia diseñada para quebrantar los bastiones de la nacionalidad, probablemente se trate de un proceder inconsciente dictado por la ambición y el analfabetismo político, por el cual un régimen de cualquier signo se empeña en pretender manipular la historia, negándola y tergiversándola, ignorando sus múltiples significaciones y minimizándola al concepto de actos que sólo causan gastos y pérdida de tiempo, como argumentó algún diputado local de legislaturas recientes para intentar la suspensión de actos cívicos ya tradicionales, que de cierta manera han mantenido viva la autoestima comunitaria de sus pobladores.

Es evidente que se ha procurado abatir los viejos ideales sin sustituirlos a propósito con elementos de igual o mayor legitimidad. Y el resultado es que, desprovistos de aquello que ha dado sustento a los afanes que tantos buenos frutos han redituado en estos más de cinco siglos de existencia, quedamos a merced de la rusticidad y la incultura a niveles de barbarie.

Para Maquiavelo –maestro de la práctica política, pese a sus detractores que jamás lo han leído y lo conocen sólo de oídas-, la historia es nada menos que experiencia viva, lección y síntesis en que el pasado y el presente se hacen uno y se proyectan hacia el futuro para cimentar una nueva realidad histórica.

Decía Polibio, un poco antes, que "La Historia ofrece el medio mejor de preparación para los que han de tomar parte en los asuntos públicos.”

Pero si los que toman parte en asuntos tan graves, prescinden y consiguen que los verdaderos mandantes del quehacer gubernamental renuncien a sus luchas ancestrales, por desinterés, desconocimiento o complicidad, malos tiempos se anuncian.

Ello está en proceso de ocurrir con las modificaciones a que está siendo sometida la educación mexicana. A propósito transcribimos un par de párrafos de un artículo titulado “Ignorar la Historia tiene consecuencias” aparecido en la página digital del periódico La Razón hace ya siete años, que se mantienen vigentes por las luces que aportan en este asunto:

“La falta de exigencia, los constantes cambios en el sistema educativo y el poco interés por nuestra Historia, han dejado una laguna con un caldo de cultivo perfecto para los que desean inculcar, en aquellos susceptibles de ser manipulados, versiones inventadas, tergiversadas, distorsionadas y a medida. La Historia no es de derechas ni de izquierdas; la Historia es de todos.

La Historia debe ser una asignatura mucho más importante en los colegios y universidades, porque su desconocimiento puede traer malas consecuencias. Sabiendo Historia se lo estás poniendo muy difícil a aquellos que están en contra de la igualdad, la libertad de expresión, la tolerancia y la democracia. En definitiva, a los corruptos, dictadores, xenófobos y a aquellos que quieren sembrar el odio. Si tú no usas la cabeza ten claro que otro la usará por ti: es así de simple.”

Usar la propia tendrá que ser, entonces, ejercicio responsablemente autónomo de cada quien en las decisiones cívicas que se avecinan.

La acepción que el diccionario da al término negacionismo es el de “Actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el holocausto.”

Para los efectos de la presente nota prescindiremos de la referencia específica al holocausto, importante asunto que en general significa matanza de seres humanos, y en particular se aplica a los crímenes nazis contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial.

Este texto tiene más bien la intención de entender cómo es que la población de este país ha ido perdiendo en el siglo presente algunos de esos rasgos troquelados en su larga y aleccionadora historia. Y de alguna forma devenido comunidad adocenada.

Parte del vigor espiritual de una sociedad se halla constituido por el cúmulo de valores, creencias, tradiciones, hechos del pasado común que aportan signos en que la gente puede reconocerse, y que en términos generales asume como su identidad.

La memoria histórica provee a las colectividades humanas de una especie de sistema inmunológico, de una serie de mecanismos de defensa contra las agresiones del exterior o de las propias potencias internas que intentan menoscabar su fortaleza. A la vez, como en cualquier organismo, la consecuente estructura de salud le permite crecer.

Menos que de una estrategia diseñada para quebrantar los bastiones de la nacionalidad, probablemente se trate de un proceder inconsciente dictado por la ambición y el analfabetismo político, por el cual un régimen de cualquier signo se empeña en pretender manipular la historia, negándola y tergiversándola, ignorando sus múltiples significaciones y minimizándola al concepto de actos que sólo causan gastos y pérdida de tiempo, como argumentó algún diputado local de legislaturas recientes para intentar la suspensión de actos cívicos ya tradicionales, que de cierta manera han mantenido viva la autoestima comunitaria de sus pobladores.

Es evidente que se ha procurado abatir los viejos ideales sin sustituirlos a propósito con elementos de igual o mayor legitimidad. Y el resultado es que, desprovistos de aquello que ha dado sustento a los afanes que tantos buenos frutos han redituado en estos más de cinco siglos de existencia, quedamos a merced de la rusticidad y la incultura a niveles de barbarie.

Para Maquiavelo –maestro de la práctica política, pese a sus detractores que jamás lo han leído y lo conocen sólo de oídas-, la historia es nada menos que experiencia viva, lección y síntesis en que el pasado y el presente se hacen uno y se proyectan hacia el futuro para cimentar una nueva realidad histórica.

Decía Polibio, un poco antes, que "La Historia ofrece el medio mejor de preparación para los que han de tomar parte en los asuntos públicos.”

Pero si los que toman parte en asuntos tan graves, prescinden y consiguen que los verdaderos mandantes del quehacer gubernamental renuncien a sus luchas ancestrales, por desinterés, desconocimiento o complicidad, malos tiempos se anuncian.

Ello está en proceso de ocurrir con las modificaciones a que está siendo sometida la educación mexicana. A propósito transcribimos un par de párrafos de un artículo titulado “Ignorar la Historia tiene consecuencias” aparecido en la página digital del periódico La Razón hace ya siete años, que se mantienen vigentes por las luces que aportan en este asunto:

“La falta de exigencia, los constantes cambios en el sistema educativo y el poco interés por nuestra Historia, han dejado una laguna con un caldo de cultivo perfecto para los que desean inculcar, en aquellos susceptibles de ser manipulados, versiones inventadas, tergiversadas, distorsionadas y a medida. La Historia no es de derechas ni de izquierdas; la Historia es de todos.

La Historia debe ser una asignatura mucho más importante en los colegios y universidades, porque su desconocimiento puede traer malas consecuencias. Sabiendo Historia se lo estás poniendo muy difícil a aquellos que están en contra de la igualdad, la libertad de expresión, la tolerancia y la democracia. En definitiva, a los corruptos, dictadores, xenófobos y a aquellos que quieren sembrar el odio. Si tú no usas la cabeza ten claro que otro la usará por ti: es así de simple.”

Usar la propia tendrá que ser, entonces, ejercicio responsablemente autónomo de cada quien en las decisiones cívicas que se avecinan.