/ domingo 3 de diciembre de 2023

California cortesiana

El 2 de diciembre de 1547 murió Hernán Cortés en Castilleja de la Cuesta, España, a los 62 años de edad. Nació en Medellín (Badajoz), de la Extremadura española, en 1485.

La llegada de don Hernán a nuevas tierras aquel 3 de mayo de 1535 en que tomó posesión del puerto y bahía de Santa Cruz, hoy La Paz, en el extremo sur de la península noroccidental de Nueva España, tuvo varios ingredientes provechosos: fue trazado el primer mapa de esa región que a partir de entonces comenzó a recibir el nombre de “California”, y pasó a formar parte de la historia, la geografía y la cultura universales.

El español Fredo Arias de la Canal publicó en 2019 su libro Hernandia, del que por ahora interesa compartir la parte que se refiere a los afanes del extremeño en las Californias, como manera de compensar un poco el hecho de que en todos los actos de recordación y análisis de las proezas cortesianas se hace referencia sólo a la conquista de la ciudad de los aztecas, como si después de ello nada de significación hubiera acontecido.

Pero antes de eso, Arias intenta hacer un psicoanálisis de Cortés y de entrada nos lo presenta como “un Don Juan”, a partir de una infancia enfermiza en que pasó hambres por el rechazo materno, y que mitigó María de Esteban, su “ama de leche”, lo cual le creó un donjuanismo que “presume de lo que carece”. Ahorro al lector la disertación del psicoanalista y dejo el asunto hasta ahí, para que lo lea directamente del libro.

Enseguida viene la sección que Arias de la Canal llama “Cortés, un jugador”, donde explica que “siempre le atrajo el riesgo; tenía todo el cuadro psíquico del jugador, y en la conducta de toda su vida dejó ver claramente su desdén al peligro de perderlo todo. Se puede decir que se jugó el todo por el todo al salir de Cuba, al barrenar sus navíos, al internarse a tierras aztecas, al derribar los ídolos, en la Noche Triste, en la batalla de Otumba, en su marcha a Hibueras y en su expedición a Californias.”

“Tuvo suerte el Conquistador al principio y ganó –dice-, pero como el jugador que va ganando no hace un alto, una vez que tomó Tenochtitlan se marchó a Hibueras como más tarde habría de aventurarse a Californias.”

Ésta nos parece manera justa de explicar el impulso del metelinense hacia el norte novohispano enseguida de su incursión a las Hibueras (actual territorio de Honduras) para someter la sublevación de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid.

Llevó consigo a doña Marina, por supuesto, entre un numeroso contingente, así como al emperador Cuauhtémoc y a dos tlatoanis más del imperio náhuatl, a quienes ordenó ajusticiar por sospechas de instigar un alzamiento.

Intercalo aquí la conceptualización de Arias sobre Cortés como libertario, por un “deseo compulsivo de ser libre”, y cita varias evidencias de ello.

“Años después, no queriendo que su marquesado lo retuviera, organizó las expediciones de que ya hemos hablado”, o sea la acometida al noroeste que lo llevó a California.

Más adelante, don Fredo dice que “La desastrosa marcha a las Hibueras debió haberle aconsejado al Capitán de no meterse más en honduras, pero no le sirvió de experiencia puesto que más tarde le disputó a [el virrey Antonio de] Mendoza el viaje a Cíbola [una de las ricas ciudades míticas que, junto con Quivira, se hallaba supuestamente en el norte continental], que para su buena suerte hiciera Vázquez de Coronado pues fue un fracaso rotundo, como después también lo fue el viaje del propio marqués a California.”

Quizá para don Hernando la expedición a California (ubicada originalmente en lo que hoy es la zona meridional del Estado mexicano de Baja California Sur), en la cual pudo permanecer durante casi un año, fue menos exitosa de lo que pensó y deseó, pero puede sostenerse que, a partir de entonces, la nueva tierra y su golfo interno, integrados al imperio del rey Carlos, recibieron el nombre que tienen, para la toponimia universal, tomado de Las sergas de Esplandián, novela de caballerías de principios del siglo XVI.

Ello se confirma con el mapa que resultó de la expedición por tierra que ordenó Cortés al extremo sur de Santa Cruz, donde aparece la designación de “cabo California” al sitio que en la actualidad ocupa la ciudad de Cabo San Lucas, de acuerdo con lo que sostiene al respecto el historiador y explorador Carlos Lazcano Sahagún en su libro Sobre el nombre California (AHPLM, México, 2019).

Esta primera California fue punto de partida para ensanchar el territorio novohispano y luego mexicano desde la segunda mitad del siglo XVIII en que los franciscanos lo abrieron a la cultura de su tiempo hasta lo que fue la nueva o alta California, luego denominada sólo California cuando los Estados Unidos la incorporaron a su mapa como consecuencia de la guerra contra México en 1846-1848.

Arias llama a Hernán Cortés “el primer mejicano”.

Así podríamos dar al Marqués el honor bien ganado de ser “el primer californio”.

El 2 de diciembre de 1547 murió Hernán Cortés en Castilleja de la Cuesta, España, a los 62 años de edad. Nació en Medellín (Badajoz), de la Extremadura española, en 1485.

La llegada de don Hernán a nuevas tierras aquel 3 de mayo de 1535 en que tomó posesión del puerto y bahía de Santa Cruz, hoy La Paz, en el extremo sur de la península noroccidental de Nueva España, tuvo varios ingredientes provechosos: fue trazado el primer mapa de esa región que a partir de entonces comenzó a recibir el nombre de “California”, y pasó a formar parte de la historia, la geografía y la cultura universales.

El español Fredo Arias de la Canal publicó en 2019 su libro Hernandia, del que por ahora interesa compartir la parte que se refiere a los afanes del extremeño en las Californias, como manera de compensar un poco el hecho de que en todos los actos de recordación y análisis de las proezas cortesianas se hace referencia sólo a la conquista de la ciudad de los aztecas, como si después de ello nada de significación hubiera acontecido.

Pero antes de eso, Arias intenta hacer un psicoanálisis de Cortés y de entrada nos lo presenta como “un Don Juan”, a partir de una infancia enfermiza en que pasó hambres por el rechazo materno, y que mitigó María de Esteban, su “ama de leche”, lo cual le creó un donjuanismo que “presume de lo que carece”. Ahorro al lector la disertación del psicoanalista y dejo el asunto hasta ahí, para que lo lea directamente del libro.

Enseguida viene la sección que Arias de la Canal llama “Cortés, un jugador”, donde explica que “siempre le atrajo el riesgo; tenía todo el cuadro psíquico del jugador, y en la conducta de toda su vida dejó ver claramente su desdén al peligro de perderlo todo. Se puede decir que se jugó el todo por el todo al salir de Cuba, al barrenar sus navíos, al internarse a tierras aztecas, al derribar los ídolos, en la Noche Triste, en la batalla de Otumba, en su marcha a Hibueras y en su expedición a Californias.”

“Tuvo suerte el Conquistador al principio y ganó –dice-, pero como el jugador que va ganando no hace un alto, una vez que tomó Tenochtitlan se marchó a Hibueras como más tarde habría de aventurarse a Californias.”

Ésta nos parece manera justa de explicar el impulso del metelinense hacia el norte novohispano enseguida de su incursión a las Hibueras (actual territorio de Honduras) para someter la sublevación de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid.

Llevó consigo a doña Marina, por supuesto, entre un numeroso contingente, así como al emperador Cuauhtémoc y a dos tlatoanis más del imperio náhuatl, a quienes ordenó ajusticiar por sospechas de instigar un alzamiento.

Intercalo aquí la conceptualización de Arias sobre Cortés como libertario, por un “deseo compulsivo de ser libre”, y cita varias evidencias de ello.

“Años después, no queriendo que su marquesado lo retuviera, organizó las expediciones de que ya hemos hablado”, o sea la acometida al noroeste que lo llevó a California.

Más adelante, don Fredo dice que “La desastrosa marcha a las Hibueras debió haberle aconsejado al Capitán de no meterse más en honduras, pero no le sirvió de experiencia puesto que más tarde le disputó a [el virrey Antonio de] Mendoza el viaje a Cíbola [una de las ricas ciudades míticas que, junto con Quivira, se hallaba supuestamente en el norte continental], que para su buena suerte hiciera Vázquez de Coronado pues fue un fracaso rotundo, como después también lo fue el viaje del propio marqués a California.”

Quizá para don Hernando la expedición a California (ubicada originalmente en lo que hoy es la zona meridional del Estado mexicano de Baja California Sur), en la cual pudo permanecer durante casi un año, fue menos exitosa de lo que pensó y deseó, pero puede sostenerse que, a partir de entonces, la nueva tierra y su golfo interno, integrados al imperio del rey Carlos, recibieron el nombre que tienen, para la toponimia universal, tomado de Las sergas de Esplandián, novela de caballerías de principios del siglo XVI.

Ello se confirma con el mapa que resultó de la expedición por tierra que ordenó Cortés al extremo sur de Santa Cruz, donde aparece la designación de “cabo California” al sitio que en la actualidad ocupa la ciudad de Cabo San Lucas, de acuerdo con lo que sostiene al respecto el historiador y explorador Carlos Lazcano Sahagún en su libro Sobre el nombre California (AHPLM, México, 2019).

Esta primera California fue punto de partida para ensanchar el territorio novohispano y luego mexicano desde la segunda mitad del siglo XVIII en que los franciscanos lo abrieron a la cultura de su tiempo hasta lo que fue la nueva o alta California, luego denominada sólo California cuando los Estados Unidos la incorporaron a su mapa como consecuencia de la guerra contra México en 1846-1848.

Arias llama a Hernán Cortés “el primer mejicano”.

Así podríamos dar al Marqués el honor bien ganado de ser “el primer californio”.