/ domingo 26 de noviembre de 2023

Los californios

Quizá por razones de índole geográfica, histórica, cultural u otras, los pobladores de la mitad meridional de la península californiana han ido conformando una singular fisonomía colectiva que muchos visitantes a la región han identificado y testimoniado.

Extintas por diversas causas las etnias aborígenes en esta región desde los principios del siglo XIX, la formación social de los sudcalifornianos ha tenido como ingrediente primordial la sangre inmigrante proveniente de muchas y diversas partes del planeta, que ha debido adaptarse a las peculiares condiciones de este suelo y este cielo. En tal proceso de ajustamiento a las circunstancias es que se ha constituido su carácter.

Con tales consideraciones revisemos algunos textos de viajeros que en ocasiones diferentes han intentado definir el perfil de los sudcalifornianos. Buena parte de ellos puede hallarse en el capítulo “Retrato de los californios” del libro Los últimos californios, de Harry Crosby, quien explica que “Para cuando México se había liberado de España, gran parte de los californios ocupaban lo que llamaríamos la ‘clase media-baja’; eran pobres pero independientes, una combinación poco común entre otras partes de su nueva nación. Los bajacalifornianos [del sur] estaban desarrollando un estilo sencillo de orgullo y dignidad que los distinguiría durante el próximo siglo.”

Cyprien Combier, capitán francés de una goleta mercante: “en su apariencia física, como en su disposición moral, hay una enorme diferencia de los mexicanos del continente. No pertenecen a los mismos orígenes, y en sus rostros, bronceados tanto por el extremo calor del clima como por la mezcla de su sangre, se percibe una notable variedad de facciones y expresiones. Los hombres, preservando el aspecto de su estirpe, son generalmente más altos que lo común, fuertes y vigorosos y se inclinan a la corpulencia.”

Concluye en que “sin lugar a duda que debemos atribuir tanto a este modo de vida como a su origen, su carácter independiente y noble orgullo que se hacen patentes a primera vista. Son generalmente buenos, serviciales y enérgicos, pero su imperturbable dignidad jamás condescenderá a prestar algún servicio de apariencia doméstica o servil.”

De las mujeres dice, entre otras cosas, que “se visten correctamente y hasta con cierta coquetería. Preservan el aspecto de su estirpe y son generalmente más blancas que los hombres; sus facciones son más delicadas, su comportamiento es más dulce y simpático [...] Su incomparable fecundidad se debe, sin duda, a un físico fuerte que se mantiene por comida sencilla y ordinaria pero abundante.”

Frederick Debell Bennett, naturista enviado a un viaje de tres años por los mares del planeta, escribió en su libro de 1835 sobre la vida peninsular californiana. De las mujeres, “son notables y modestas”, y de los hombres, “son expertos jinetes.” A pesar de “su dieta monótona y altamente carnívora, esta gente es sana, activa y robusta... Viven contentos y, por consiguiente, felices, y su conducta entre sí, al igual que hacia nosotros, era igualmente cortés y hospitalaria.”

James Hunter Bull, de Pennsylvania, en 1843 estuvo en México, y de regreso tomó una embarcación a Mulegé. Confiesa que fue “inmediatamente cautivado por la diferencia de carácter entre la gente de California y la de México. Hay mucha independencia de comportamiento, una mayor libertad de pensamiento y expresión; nada hay en esta gente de la servil cortesía que se observa necesariamente en los modales de los mexicanos.”

La parte de la guerra de los Estados Unidos contra México (1846-1848) que tuvo como escenario a la península californiana produjo, entre otras cosas, relatos que pintan la fisonomía colectiva de sus pobladores, como el del teniente Edward Gould Buffum, quien escribió que “La gente de Baja California es una curiosa raza de seres; aislados de su madre patria y abandonados por ella, han asumido una cierta independencia de pensamiento y conducta que nunca encontré en Alta California, pero jamás ha vivido una clase de gente más bondadosa de corazón y hospitalaria.”

Otro personaje que también participó en la ocupación estadounidense fue William Redmond Ryan, cuyas experiencias fueron editadas a base de textos y dibujos. Entre ellos puede leerse que “Los habitantes de La Paz son más inteligentes que la gente de Monterrey [Alta California]...”

Después de la invasión estadounidense tuvo lugar en Alta California la fiebre de oro, que en 1849 produjo el fenómeno conocido como los “Forty-niners”, precisamente los cuarentaynueves (denominación que asumió el equipo de futbol de San Francisco). Fueron grupos de migrantes de todas partes del mundo que llegaron a California continental en busca del oro anunciado; algunos de ellos lo hicieron por la ruta peninsular.

El primer diario de un “Forty-niner” en California peninsular fue el de W. C. S. Smith, quien dijo que sus habitantes eran “Gente muy amable..., mejor gente que los mexicanos.” De Comondú expresa que “Un lugar no podía estar más aislado que éste. Sin embargo, la gente se ve contenta. Están bastante civilizados y una gran porción de ellos tiene sangre en parte castellana.”

Quizá valga subrayar el hecho de que en esta zona de la Nueva España jamás tomaron asiento instituciones lamentables de la época virreinal como la esclavitud, la encomienda y el repartimiento; ello probablemente tenga también que ver en la conformación del ser de los californios.

Quizá por razones de índole geográfica, histórica, cultural u otras, los pobladores de la mitad meridional de la península californiana han ido conformando una singular fisonomía colectiva que muchos visitantes a la región han identificado y testimoniado.

Extintas por diversas causas las etnias aborígenes en esta región desde los principios del siglo XIX, la formación social de los sudcalifornianos ha tenido como ingrediente primordial la sangre inmigrante proveniente de muchas y diversas partes del planeta, que ha debido adaptarse a las peculiares condiciones de este suelo y este cielo. En tal proceso de ajustamiento a las circunstancias es que se ha constituido su carácter.

Con tales consideraciones revisemos algunos textos de viajeros que en ocasiones diferentes han intentado definir el perfil de los sudcalifornianos. Buena parte de ellos puede hallarse en el capítulo “Retrato de los californios” del libro Los últimos californios, de Harry Crosby, quien explica que “Para cuando México se había liberado de España, gran parte de los californios ocupaban lo que llamaríamos la ‘clase media-baja’; eran pobres pero independientes, una combinación poco común entre otras partes de su nueva nación. Los bajacalifornianos [del sur] estaban desarrollando un estilo sencillo de orgullo y dignidad que los distinguiría durante el próximo siglo.”

Cyprien Combier, capitán francés de una goleta mercante: “en su apariencia física, como en su disposición moral, hay una enorme diferencia de los mexicanos del continente. No pertenecen a los mismos orígenes, y en sus rostros, bronceados tanto por el extremo calor del clima como por la mezcla de su sangre, se percibe una notable variedad de facciones y expresiones. Los hombres, preservando el aspecto de su estirpe, son generalmente más altos que lo común, fuertes y vigorosos y se inclinan a la corpulencia.”

Concluye en que “sin lugar a duda que debemos atribuir tanto a este modo de vida como a su origen, su carácter independiente y noble orgullo que se hacen patentes a primera vista. Son generalmente buenos, serviciales y enérgicos, pero su imperturbable dignidad jamás condescenderá a prestar algún servicio de apariencia doméstica o servil.”

De las mujeres dice, entre otras cosas, que “se visten correctamente y hasta con cierta coquetería. Preservan el aspecto de su estirpe y son generalmente más blancas que los hombres; sus facciones son más delicadas, su comportamiento es más dulce y simpático [...] Su incomparable fecundidad se debe, sin duda, a un físico fuerte que se mantiene por comida sencilla y ordinaria pero abundante.”

Frederick Debell Bennett, naturista enviado a un viaje de tres años por los mares del planeta, escribió en su libro de 1835 sobre la vida peninsular californiana. De las mujeres, “son notables y modestas”, y de los hombres, “son expertos jinetes.” A pesar de “su dieta monótona y altamente carnívora, esta gente es sana, activa y robusta... Viven contentos y, por consiguiente, felices, y su conducta entre sí, al igual que hacia nosotros, era igualmente cortés y hospitalaria.”

James Hunter Bull, de Pennsylvania, en 1843 estuvo en México, y de regreso tomó una embarcación a Mulegé. Confiesa que fue “inmediatamente cautivado por la diferencia de carácter entre la gente de California y la de México. Hay mucha independencia de comportamiento, una mayor libertad de pensamiento y expresión; nada hay en esta gente de la servil cortesía que se observa necesariamente en los modales de los mexicanos.”

La parte de la guerra de los Estados Unidos contra México (1846-1848) que tuvo como escenario a la península californiana produjo, entre otras cosas, relatos que pintan la fisonomía colectiva de sus pobladores, como el del teniente Edward Gould Buffum, quien escribió que “La gente de Baja California es una curiosa raza de seres; aislados de su madre patria y abandonados por ella, han asumido una cierta independencia de pensamiento y conducta que nunca encontré en Alta California, pero jamás ha vivido una clase de gente más bondadosa de corazón y hospitalaria.”

Otro personaje que también participó en la ocupación estadounidense fue William Redmond Ryan, cuyas experiencias fueron editadas a base de textos y dibujos. Entre ellos puede leerse que “Los habitantes de La Paz son más inteligentes que la gente de Monterrey [Alta California]...”

Después de la invasión estadounidense tuvo lugar en Alta California la fiebre de oro, que en 1849 produjo el fenómeno conocido como los “Forty-niners”, precisamente los cuarentaynueves (denominación que asumió el equipo de futbol de San Francisco). Fueron grupos de migrantes de todas partes del mundo que llegaron a California continental en busca del oro anunciado; algunos de ellos lo hicieron por la ruta peninsular.

El primer diario de un “Forty-niner” en California peninsular fue el de W. C. S. Smith, quien dijo que sus habitantes eran “Gente muy amable..., mejor gente que los mexicanos.” De Comondú expresa que “Un lugar no podía estar más aislado que éste. Sin embargo, la gente se ve contenta. Están bastante civilizados y una gran porción de ellos tiene sangre en parte castellana.”

Quizá valga subrayar el hecho de que en esta zona de la Nueva España jamás tomaron asiento instituciones lamentables de la época virreinal como la esclavitud, la encomienda y el repartimiento; ello probablemente tenga también que ver en la conformación del ser de los californios.