/ domingo 15 de octubre de 2023

Dulce historia

En los inventarios de la entrega que hicieron en 1773 los misioneros franciscanos a los dominicos, al final de su permanencia de cinco años en la primera California, puede leerse, entre otras descripciones del patrimonio legado por la Compañía de Jesús, por ejemplo, que en la misión de Nuestra Señora del Pilar de Todos Santos -cuya imagen se venera hoy en la villa todosanteña al mismo tiempo que en España-, además de los nombres de cada uno de sus pobladores, objetos de la iglesia, carpintería, albañilería, arriería, así como de sus ranchos vecinos de El Triunfo y Santa Genoveva, lo que se refiere a “Molinos de caña”, se relacionan textualmente de la siguiente manera:

“Además de los dos molinos completos que están sirviendo, aperados de cadenas, cojinillos, chumaceras, castigaderas y gigantes, hay de repuesto dos peones y tres bolillos y unas cadenas; todo esto nuevo. Hay una casa de calderas, su pared hecha de piedra y barro y cubierta con mezcla; tiene cinco calderas para cocer el jugo. Otra casita hecha de adobes para guardar la caña, con puerta, cerradura y llave. Tres alambiques grandes y otro mediano. Dieciséis cueros. Tres jarros de cobre, vinateros. Dos cazos grandes, panocheros. Diez tablones de moldes de panocha. Sesenta tequios de leña. Treinta y cinco moldes de azúcar. Otra casa de adobes con dos cuartos, cubierta de jacal, para guardar panocha; hay en ella cuatro espumaderas de cobre, seis bombas, dos escoplos grandes y una barrena. Una caja de artillera sin cerradura. Tiene esta casa su puerta con cerradura y llave. Tiene también esta misión dos carros: uno nuevo y otro ya usado pero aún muy bueno, que sirven para traer la caña y otras cosas necesarias para la misión. Más tiene la misión nueve cazos grandes y dos dichos medianos, algunos buenos y otros maltratados; éstos sólo sirven para hacer jabón y cocer pozole. Siete fondos de cazos viejos. Catorce tinajas vinateras; tres de ellas están llenas de mingarrote y las otras vacías. Seis botijas… Veintiuna cargas y media de panocha. Veintidós pilones de azúcar, todavía en los moldes.”

Lo que puede colegirse de ello es que los trapiches y su producción se hallan en las Californias (constituidas por la península y la parte continental al norte) desde los primeros momentos de la vida sedentaria de sus habitantes, la etapa virreinal, que es decir de los asentamientos iniciales de las misiones jesuíticas en los finales del siglo XVII.

Sin embargo, casi ningún interés había provocado el tema en los investigadores de los asuntos de nuestra mitad peninsular; apenas un poco en quienes a edad temprana tuvimos oportunidad de convivir en su ámbito rural y disfrutar las delicias de la variedad de derivados de la dulce gramínea que se elaboraban en los trapiches, cuando visitábamos a familiares mientras caminábamos entre los cañaverales, veíamos los carretones cargados de cañas dirigirse al molino, reino incomparable del guarapo y la panocha o pan de azúcar, en otras regiones llamada piloncillo (de donde proviene el nombre de pilón que se da de regalo al cliente, y que los chicos reclamábamos en nuestro carácter de jefes del departamento de compras de la casa), ingrediente fundamental del té del rancho, así como la panocha de gajo, los alfeñiques, las cubanas y las melcochas.

Pero tuvimos la fortuna de que Rosa María Mendoza decidiera quitar el velo del desdén por los trapiches californios, confiarnos su vínculo ancestral con ellos y poner al descubierto su historia de la manera más amena, sencilla, amable, clara y didáctica, fiel a su profesión de maestra y leal a su vocación de cronista.

Y con entusiasmo enorme abordó la empresa, de la que resultaron veintidós capítulos: Herencia misional, Zafra en Comondú, Reporte consular, Agricultura, minas e industrias de La Paz, Recursos de México, Molienda de caña, Industria predominante de 1910 a 1920, Agricultores inscritos en 1920, El Cerro Verde, Trapiche El Mar, San José del Cabo-Añuití, Industria panochera, Candelaria, Santiago-Aiñiní, Caduaño y Miraflores, Los Comondú, Dulces comundeños, Un día en el trapiche, San Bartolo, ¡Ya florearon las cáscaras! y Olor a miel.

Ciento tres páginas con imágenes que ilustran muy bien a los textos, letra para présbitas y lectura que pueden saborear sin riesgo aun los diabéticos. Lo lees en menos de lo que te comes una bolsa de coyotas.

Tema inédito de la historia en una buena edición que se agrega con mérito grande a la ya extensa bibliografía de las Californias.

En los inventarios de la entrega que hicieron en 1773 los misioneros franciscanos a los dominicos, al final de su permanencia de cinco años en la primera California, puede leerse, entre otras descripciones del patrimonio legado por la Compañía de Jesús, por ejemplo, que en la misión de Nuestra Señora del Pilar de Todos Santos -cuya imagen se venera hoy en la villa todosanteña al mismo tiempo que en España-, además de los nombres de cada uno de sus pobladores, objetos de la iglesia, carpintería, albañilería, arriería, así como de sus ranchos vecinos de El Triunfo y Santa Genoveva, lo que se refiere a “Molinos de caña”, se relacionan textualmente de la siguiente manera:

“Además de los dos molinos completos que están sirviendo, aperados de cadenas, cojinillos, chumaceras, castigaderas y gigantes, hay de repuesto dos peones y tres bolillos y unas cadenas; todo esto nuevo. Hay una casa de calderas, su pared hecha de piedra y barro y cubierta con mezcla; tiene cinco calderas para cocer el jugo. Otra casita hecha de adobes para guardar la caña, con puerta, cerradura y llave. Tres alambiques grandes y otro mediano. Dieciséis cueros. Tres jarros de cobre, vinateros. Dos cazos grandes, panocheros. Diez tablones de moldes de panocha. Sesenta tequios de leña. Treinta y cinco moldes de azúcar. Otra casa de adobes con dos cuartos, cubierta de jacal, para guardar panocha; hay en ella cuatro espumaderas de cobre, seis bombas, dos escoplos grandes y una barrena. Una caja de artillera sin cerradura. Tiene esta casa su puerta con cerradura y llave. Tiene también esta misión dos carros: uno nuevo y otro ya usado pero aún muy bueno, que sirven para traer la caña y otras cosas necesarias para la misión. Más tiene la misión nueve cazos grandes y dos dichos medianos, algunos buenos y otros maltratados; éstos sólo sirven para hacer jabón y cocer pozole. Siete fondos de cazos viejos. Catorce tinajas vinateras; tres de ellas están llenas de mingarrote y las otras vacías. Seis botijas… Veintiuna cargas y media de panocha. Veintidós pilones de azúcar, todavía en los moldes.”

Lo que puede colegirse de ello es que los trapiches y su producción se hallan en las Californias (constituidas por la península y la parte continental al norte) desde los primeros momentos de la vida sedentaria de sus habitantes, la etapa virreinal, que es decir de los asentamientos iniciales de las misiones jesuíticas en los finales del siglo XVII.

Sin embargo, casi ningún interés había provocado el tema en los investigadores de los asuntos de nuestra mitad peninsular; apenas un poco en quienes a edad temprana tuvimos oportunidad de convivir en su ámbito rural y disfrutar las delicias de la variedad de derivados de la dulce gramínea que se elaboraban en los trapiches, cuando visitábamos a familiares mientras caminábamos entre los cañaverales, veíamos los carretones cargados de cañas dirigirse al molino, reino incomparable del guarapo y la panocha o pan de azúcar, en otras regiones llamada piloncillo (de donde proviene el nombre de pilón que se da de regalo al cliente, y que los chicos reclamábamos en nuestro carácter de jefes del departamento de compras de la casa), ingrediente fundamental del té del rancho, así como la panocha de gajo, los alfeñiques, las cubanas y las melcochas.

Pero tuvimos la fortuna de que Rosa María Mendoza decidiera quitar el velo del desdén por los trapiches californios, confiarnos su vínculo ancestral con ellos y poner al descubierto su historia de la manera más amena, sencilla, amable, clara y didáctica, fiel a su profesión de maestra y leal a su vocación de cronista.

Y con entusiasmo enorme abordó la empresa, de la que resultaron veintidós capítulos: Herencia misional, Zafra en Comondú, Reporte consular, Agricultura, minas e industrias de La Paz, Recursos de México, Molienda de caña, Industria predominante de 1910 a 1920, Agricultores inscritos en 1920, El Cerro Verde, Trapiche El Mar, San José del Cabo-Añuití, Industria panochera, Candelaria, Santiago-Aiñiní, Caduaño y Miraflores, Los Comondú, Dulces comundeños, Un día en el trapiche, San Bartolo, ¡Ya florearon las cáscaras! y Olor a miel.

Ciento tres páginas con imágenes que ilustran muy bien a los textos, letra para présbitas y lectura que pueden saborear sin riesgo aun los diabéticos. Lo lees en menos de lo que te comes una bolsa de coyotas.

Tema inédito de la historia en una buena edición que se agrega con mérito grande a la ya extensa bibliografía de las Californias.