/ martes 20 de agosto de 2019

Derechos del peatón

Cada 17 de agosto es celebrado el Día del Peatón. En el ámbito universal se hace desde 1897, para conmemorar la fecha en que en el mundo fue atropellada la primera persona, la señora Bridget Driscoll, a quien cruzando en el Palacio de Cristal de Londres la arrolló un vehículo automotor causándole la muerte inmediata.

La palabra “peatón” deriva del francés piéton: “persona que va a pie por una vía pública”.

Es esta efeméride buena oportunidad para recordar que la especie del peatón vive en este planeta hace ya varios cientos de miles de años, y la del automóvil llegó a nuestro mundo hace apenas unos cuantos. Es más: tenemos fundadas esperanzas de que la especie humana permanecerá después de que la del carro se haya extinguido. Tenemos, pues, derechos de antigüedad y de probable sobrevivencia, a pesar de todo.

Añádanse a esto los hechos irrebatibles de que el peatón se halla fuera de la lista de agentes contaminantes y de que favorece la fluidez del tránsito vehicular. Y encima de eso todavía le son intervenidas las estrechas áreas por donde camina, como si no fueran suficientes los puestos ambulantes y los montones de arena y grava que cierran el paso por toda la ciudad, como si la acera fuese tierra de nadie que cualquier propietario de automóvil, fritanguero o camionero “materialista” tuvieran derecho a ocupar.

Fecha propicia para reiterar que el peatón de ninguna forma es un ser inferior o inútil al cual se puede invadir impunemente los espacios, que la acera es exclusivamente peatonal y de ningún modo para colocar la máquina de cada quien, por potente que sea o bonita que parezca.

El coche es un artefacto útil pero también un cuerpo extraño en la naturaleza; sus bondades innegables se reducen cuando se le convierte en un estorbo, aparte de su demostrado peligro potencial. El lugar de la unidad automotriz está en la cochera, sobre el arroyo de la calle o en otros sitios destinados para ello, excepto en las aceras.

Resulta fuera de toda razón que se viole de modo tan abusivo la prerrogativa del transeúnte de caminar con absoluta libertad en la relativa seguridad que le da la banqueta (que el diccionario define como senda “particularmente reservada al tránsito de peatones”), sin la molestia de tener que rodear los carros estacionados indebidamente sobre ella, obligado a transitar por la calle que es zona impropia para permanencia de personas y escenario habitual de accidentes.

Otro problema literalmente arrollador está constituido por las bicicletas que corren indebidamente sobre el reducido espacio peatonal, lo que está produciendo incidentes personales y accidentes entre transeúntes y ciclistas.

Pablo Barco, coordinador técnico de Ciudades que Caminan, dice en la página digital de diariocordoba.com que se requiere “considerar a la bicicleta como lo que es, un vehículo que debe circular con normalidad en la calzada y que debe potenciarse con carriles bici a distinto nivel de acera, clases de educación vial para ciclistas, calles con velocidad 30, contracarriles y permisos puntuales para circular en determinadas áreas peatonales en las que se indiquen y se cumplan las limitaciones horarias, una velocidad reducida y la prioridad absoluta de los viandantes.”

Por si fuera poco, las autoridades habrán de enfrentar pronto la presencia de segways o patinetas motorizadas de dos ruedas con un poste vertical para manejarlas; su intempestiva aparición en muchas ciudades del mundo está ocasionando ya problemas severos de vialidad.

Víctor Vegas, narrador y dramaturgo venezolano residente en España, ofrece a quienes quieran disfrutarlo, su Nobleza de las aceras:

“Quizá nadie se haya detenido a pensar en el filantrópico servicio que prestan las aceras. Esas criaturas grises y duras que viven eternamente tendidas tienen una gigantesca capacidad para el sacrificio. Tanto es así que nunca hemos escuchado de sus quejas a pesar de que vivimos, tal vez con demasiada frecuencia, pisoteándolas y derramando cuanta porquería existe sobre su plana existencia. Sin explicación aparente nos protegen desde niños. Trazan los límites entre el peatón común y el conductor neurótico de los nenes de Ford. Estos últimos son los más inconmovibles y despiadados, pues en su amargura de embotellamiento, y en el colmo de la desconsideración, pasan o aparcan sus pesados nenes sobre las grises e indefensas criaturas. Tampoco hemos entendido su tristeza, su soledad. Ellas viven en completo aislamiento, abrazadas a una manzana que nada tiene que ver con su naturaleza, porque la indiferencia del asfalto niega toda posible comunicación con las compañeras de enfrente, de los lados. Por eso viven así, tristes y solas. Terriblemente solas.”

Es hora ya, entonces, de que se restituya al peatón el privilegio de caminar por las aceras (aunque sean tan irregulares y desniveladas, angostas, sucias, en mal estado y repletas de obstáculos como las nuestras), carente del fastidio de topar en su camino con automóviles montados aparatosamente y bicicletas circulando peligrosamente en ellas.

Cada 17 de agosto es celebrado el Día del Peatón. En el ámbito universal se hace desde 1897, para conmemorar la fecha en que en el mundo fue atropellada la primera persona, la señora Bridget Driscoll, a quien cruzando en el Palacio de Cristal de Londres la arrolló un vehículo automotor causándole la muerte inmediata.

La palabra “peatón” deriva del francés piéton: “persona que va a pie por una vía pública”.

Es esta efeméride buena oportunidad para recordar que la especie del peatón vive en este planeta hace ya varios cientos de miles de años, y la del automóvil llegó a nuestro mundo hace apenas unos cuantos. Es más: tenemos fundadas esperanzas de que la especie humana permanecerá después de que la del carro se haya extinguido. Tenemos, pues, derechos de antigüedad y de probable sobrevivencia, a pesar de todo.

Añádanse a esto los hechos irrebatibles de que el peatón se halla fuera de la lista de agentes contaminantes y de que favorece la fluidez del tránsito vehicular. Y encima de eso todavía le son intervenidas las estrechas áreas por donde camina, como si no fueran suficientes los puestos ambulantes y los montones de arena y grava que cierran el paso por toda la ciudad, como si la acera fuese tierra de nadie que cualquier propietario de automóvil, fritanguero o camionero “materialista” tuvieran derecho a ocupar.

Fecha propicia para reiterar que el peatón de ninguna forma es un ser inferior o inútil al cual se puede invadir impunemente los espacios, que la acera es exclusivamente peatonal y de ningún modo para colocar la máquina de cada quien, por potente que sea o bonita que parezca.

El coche es un artefacto útil pero también un cuerpo extraño en la naturaleza; sus bondades innegables se reducen cuando se le convierte en un estorbo, aparte de su demostrado peligro potencial. El lugar de la unidad automotriz está en la cochera, sobre el arroyo de la calle o en otros sitios destinados para ello, excepto en las aceras.

Resulta fuera de toda razón que se viole de modo tan abusivo la prerrogativa del transeúnte de caminar con absoluta libertad en la relativa seguridad que le da la banqueta (que el diccionario define como senda “particularmente reservada al tránsito de peatones”), sin la molestia de tener que rodear los carros estacionados indebidamente sobre ella, obligado a transitar por la calle que es zona impropia para permanencia de personas y escenario habitual de accidentes.

Otro problema literalmente arrollador está constituido por las bicicletas que corren indebidamente sobre el reducido espacio peatonal, lo que está produciendo incidentes personales y accidentes entre transeúntes y ciclistas.

Pablo Barco, coordinador técnico de Ciudades que Caminan, dice en la página digital de diariocordoba.com que se requiere “considerar a la bicicleta como lo que es, un vehículo que debe circular con normalidad en la calzada y que debe potenciarse con carriles bici a distinto nivel de acera, clases de educación vial para ciclistas, calles con velocidad 30, contracarriles y permisos puntuales para circular en determinadas áreas peatonales en las que se indiquen y se cumplan las limitaciones horarias, una velocidad reducida y la prioridad absoluta de los viandantes.”

Por si fuera poco, las autoridades habrán de enfrentar pronto la presencia de segways o patinetas motorizadas de dos ruedas con un poste vertical para manejarlas; su intempestiva aparición en muchas ciudades del mundo está ocasionando ya problemas severos de vialidad.

Víctor Vegas, narrador y dramaturgo venezolano residente en España, ofrece a quienes quieran disfrutarlo, su Nobleza de las aceras:

“Quizá nadie se haya detenido a pensar en el filantrópico servicio que prestan las aceras. Esas criaturas grises y duras que viven eternamente tendidas tienen una gigantesca capacidad para el sacrificio. Tanto es así que nunca hemos escuchado de sus quejas a pesar de que vivimos, tal vez con demasiada frecuencia, pisoteándolas y derramando cuanta porquería existe sobre su plana existencia. Sin explicación aparente nos protegen desde niños. Trazan los límites entre el peatón común y el conductor neurótico de los nenes de Ford. Estos últimos son los más inconmovibles y despiadados, pues en su amargura de embotellamiento, y en el colmo de la desconsideración, pasan o aparcan sus pesados nenes sobre las grises e indefensas criaturas. Tampoco hemos entendido su tristeza, su soledad. Ellas viven en completo aislamiento, abrazadas a una manzana que nada tiene que ver con su naturaleza, porque la indiferencia del asfalto niega toda posible comunicación con las compañeras de enfrente, de los lados. Por eso viven así, tristes y solas. Terriblemente solas.”

Es hora ya, entonces, de que se restituya al peatón el privilegio de caminar por las aceras (aunque sean tan irregulares y desniveladas, angostas, sucias, en mal estado y repletas de obstáculos como las nuestras), carente del fastidio de topar en su camino con automóviles montados aparatosamente y bicicletas circulando peligrosamente en ellas.