/ domingo 15 de agosto de 2021

Catedral de La Paz: testimonio vivo

En 1855 fue creado el vicariato apostólico de la Baja California, y llegó a ésta el primer obispo, Juan Francisco Escalante.

A este prelado sonorense correspondió colocar en 1861 la primera piedra del templo dedicado a Nuestra Señora de La Paz (cuando la población local era de 2276 habitantes) y trabajar en su edificación hasta verla terminada cuatro años después.

Como parte de las celebraciones del centenario de la Independencia Nacional fue inaugurada en 1910 la primera de sus dos torres, la del lado sur, que se levantó con donativos particulares.

La catedral (donde el obispo tiene y dicta su cátedra) de Nuestra Señora de La Paz es testimonio vivo. Espacio de culto pero también punto de convergencia, lugar de reunión, sitio de encuentro, vértice de coincidencias, ámbito en que buena parte de la sociedad paceña se descubre cotidianamente.

Innumerables sudcalifornianos tienen estrecha vinculación con este añejo edificio desde su infancia: por él transitan los recuerdos como en su casa; en él se hallan, por todas partes, las voces inolvidables y la memoria grata de los que ahí estuvieron, de los que están, de quienes de alguna manera estarán siempre.

Luego vinieron las determinaciones conciliares que en procuración de apertura a la modernidad y el acercamiento a la feligresía modificaron el entorno de algunos espacios importantes como era un pequeño y amable sitio al aire libre dedicado a la advocación mariana de Guadalupe, situado hacia la esquina de 5 de Mayo y Revolución (antes calle Parroquia). Sin embargo, la estructura principal continuó sin cambio, hasta que, a finales de los años ochenta, el deterioro físico del templo por el uso y el paso del tiempo decidió al obispo Gilberto Valbuena Sánchez a promover y efectuar la sustitución de sus pisos.

Poco tiempo después, el obispo Rafael León Villegas asumió la presidencia honoraria del patronato Restauración de Catedral (Res-cate), A. C., con un grupo de colaboradores convencidos de la importancia de preservar este edificio de tan elevada significación religiosa, histórica y arquitectónica para el pueblo de La Paz en especial, y de Baja California Sur en términos más amplios.

Así se realizaron obras en ambas torres, cuyas escalinatas de madera presentaban alta peligrosidad para el acceso a los campanarios (zonas de juego para muchos chicos de mi generación, a quienes hacía descender un “hermano” de malas pulgas), y fueron reemplazadas por metálicas.

El coro fue reforzado con vigas de acero capaces de resistir toda la armadura y el piso, como resistía antes a la orquesta de don Luis González y todos sus tigrillos.

En base a un cuidadoso proyecto técnico se atacó la reparación de la techumbre y el plafón; fue colocada una cadena perimetral anclada a los muros para soportar la estructura de acero, y sobre ésta la cubierta de concreto de manera que la antigua se hallare libre de carga alguna.

También fueron cambiados los travesaños y piezas del techo, por nuevos de madera tratada.

Hacia 1993, la estructura para soportar el techo armado estaba instalada; una vez terminada la cubierta se le dio acabado original de tejamanil.

La restauración fue obra de varios pero enaltece a todos; es fruto que eleva el espíritu, empeño que dignifica y legitima, que se aprecia por sí mismo y por su ilimitada trascendencia.

De esta manera, la comunidad sudcaliforniana, con el apoyo de los gobiernos del presidente Carlos Salinas de Gortari (por conducto de la secretaría de Desarrollo Social que jefaturaba Luis Donaldo Colosio) y el gobernador Guillermo Mercado Romero, más el proveniente de otros lugares del país, pudo conservar y mejorar este centro religioso.

Constituye, pues, monumento a la conciencia histórica, a la responsabilidad y a la perseverancia cívicas que en valores como éste sustentan la riqueza de su cultura, identidad, cohesión humana y fuerza social con que los pueblos progresan y se desarrollan sólida y auténticamente.

Un videograma reciente elaborado en los espacios interiores de este componente singular del patrimonio calisureño muestra resultados estimables de afanes dedicados a su preservación y mantenimiento, lo cual resulta digno de todo aprecio.

En 1855 fue creado el vicariato apostólico de la Baja California, y llegó a ésta el primer obispo, Juan Francisco Escalante.

A este prelado sonorense correspondió colocar en 1861 la primera piedra del templo dedicado a Nuestra Señora de La Paz (cuando la población local era de 2276 habitantes) y trabajar en su edificación hasta verla terminada cuatro años después.

Como parte de las celebraciones del centenario de la Independencia Nacional fue inaugurada en 1910 la primera de sus dos torres, la del lado sur, que se levantó con donativos particulares.

La catedral (donde el obispo tiene y dicta su cátedra) de Nuestra Señora de La Paz es testimonio vivo. Espacio de culto pero también punto de convergencia, lugar de reunión, sitio de encuentro, vértice de coincidencias, ámbito en que buena parte de la sociedad paceña se descubre cotidianamente.

Innumerables sudcalifornianos tienen estrecha vinculación con este añejo edificio desde su infancia: por él transitan los recuerdos como en su casa; en él se hallan, por todas partes, las voces inolvidables y la memoria grata de los que ahí estuvieron, de los que están, de quienes de alguna manera estarán siempre.

Luego vinieron las determinaciones conciliares que en procuración de apertura a la modernidad y el acercamiento a la feligresía modificaron el entorno de algunos espacios importantes como era un pequeño y amable sitio al aire libre dedicado a la advocación mariana de Guadalupe, situado hacia la esquina de 5 de Mayo y Revolución (antes calle Parroquia). Sin embargo, la estructura principal continuó sin cambio, hasta que, a finales de los años ochenta, el deterioro físico del templo por el uso y el paso del tiempo decidió al obispo Gilberto Valbuena Sánchez a promover y efectuar la sustitución de sus pisos.

Poco tiempo después, el obispo Rafael León Villegas asumió la presidencia honoraria del patronato Restauración de Catedral (Res-cate), A. C., con un grupo de colaboradores convencidos de la importancia de preservar este edificio de tan elevada significación religiosa, histórica y arquitectónica para el pueblo de La Paz en especial, y de Baja California Sur en términos más amplios.

Así se realizaron obras en ambas torres, cuyas escalinatas de madera presentaban alta peligrosidad para el acceso a los campanarios (zonas de juego para muchos chicos de mi generación, a quienes hacía descender un “hermano” de malas pulgas), y fueron reemplazadas por metálicas.

El coro fue reforzado con vigas de acero capaces de resistir toda la armadura y el piso, como resistía antes a la orquesta de don Luis González y todos sus tigrillos.

En base a un cuidadoso proyecto técnico se atacó la reparación de la techumbre y el plafón; fue colocada una cadena perimetral anclada a los muros para soportar la estructura de acero, y sobre ésta la cubierta de concreto de manera que la antigua se hallare libre de carga alguna.

También fueron cambiados los travesaños y piezas del techo, por nuevos de madera tratada.

Hacia 1993, la estructura para soportar el techo armado estaba instalada; una vez terminada la cubierta se le dio acabado original de tejamanil.

La restauración fue obra de varios pero enaltece a todos; es fruto que eleva el espíritu, empeño que dignifica y legitima, que se aprecia por sí mismo y por su ilimitada trascendencia.

De esta manera, la comunidad sudcaliforniana, con el apoyo de los gobiernos del presidente Carlos Salinas de Gortari (por conducto de la secretaría de Desarrollo Social que jefaturaba Luis Donaldo Colosio) y el gobernador Guillermo Mercado Romero, más el proveniente de otros lugares del país, pudo conservar y mejorar este centro religioso.

Constituye, pues, monumento a la conciencia histórica, a la responsabilidad y a la perseverancia cívicas que en valores como éste sustentan la riqueza de su cultura, identidad, cohesión humana y fuerza social con que los pueblos progresan y se desarrollan sólida y auténticamente.

Un videograma reciente elaborado en los espacios interiores de este componente singular del patrimonio calisureño muestra resultados estimables de afanes dedicados a su preservación y mantenimiento, lo cual resulta digno de todo aprecio.