/ domingo 29 de noviembre de 2020

Carretera Transpeninsular

En la presente semana se cumplirán 47 años de haber sido inaugurada la carretera transpeninsular bajacaliforniana, el 1 de diciembre de 1973, a la que sin consulta alguna fue impuesto el nombre de Benito Juárez, preclaro personaje que en un par de ocasiones estuvo a punto de enajenar la California mexicana en procuración de fondos para su causa.

Gente de ambas entidades, el territorio y el estado de Baja California, confluyeron en aquella fecha alrededor del monumento a esa vía, que es un águila estilizada cuyas alas simbolizan a las dos Californias peninsulares.

En respuesta a la convocatoria lanzada por la secretaría de Obras Públicas del gobierno federal, se recibieron 56 proyectos aspirantes a obtener el primer lugar y el derecho de construcción de la primera etapa del monumento, una plaza ceremonial y un albergue-parador.

El premio principal de cien mil pesos y el contrato para la realización de los trabajos fueron asignados a los arquitectos Edmundo Rodríguez Saldívar y Ángel Negrete González, a la cabeza de otros varios profesionales quienes participaron en el certamen con el seudónimo de “Atalaya”.

Auténtica atalaya de 36 metros de altura que puede ser vista desde cinco kilómetros a la redonda, la enorme ave de acero y concreto y los edificios anexos tuvieron un costo global de casi 31 millones y medio de pesos.

Hasta ahí llegamos aquel sábado de inicio decembrino una buena cantidad de sudcalifornianos a bordo de dos autobuses que el gobierno territorial puso a disposición de sus invitados, en los que Octavio Reséndiz y este redactor (que ya lo era) fungimos como anfitriones del viaje.

Precisamente al pie de ese monumento ubicado a la altura del paralelo 28 grados de latitud norte (línea imaginaria que desde 1891 divide a ambas entidades por decreto del presidente Porfirio Díaz Mori), hizo uso de la palabra el presidente Luis Echeverría Álvarez, quien cumplía así, exactamente a la mitad del sexenio, un compromiso de su campaña electoral. También hablaron los gobernadores Félix Agramont Cota y Milton Castellanos Everardo, así como el secretario del ramo Luis Enrique Bracamontes y un representante del congreso de la entidad norteña, el diputado José López Gastélum, originario de la mitad sureña, todos para ponderar las bondades y los beneficios que se esperaban de la obra.

Días antes había sido acondicionado ahí, a toda prisa, un museo al que fueron llevados diversos bienes del patrimonio arqueológico, histórico y paleontológico sudcaliforniano, que al poco tiempo desaparecieron. Del Archivo Histórico impedimos que extrajeran cosa alguna, pese a las amenazas del oficioso promotor de tal saqueo, un supuesto directivo agrario de la entidad norteña. En cambio logró llevarse piezas valiosas del incipiente museo que se había logrado establecer en La Paz con objetos provenientes de sitios arqueológicos y paleontológicos recolectados en la región por los jóvenes integrantes del Club de Exploradores “Huaxoros” que dirigía con singular entusiasmo César Piñeda Chacón.

Vaya el lector a saber dónde fueron a parar esos materiales desde entonces.

Luego fue establecida en esas instalaciones la escuela Normal del Desierto, que por varias causas derivadas de la falta de planeación con que fue creada, hubo de reubicarse poco después en Loreto como Centro Regional de Educación Normal (CREN), denominación que aún conserva con el nombre de Marcelo Rubio Ruiz.

Como de dicho conjunto sólo funcionó el albergue-parador, en el lado sur, que se concesionó primero a la empresa paraestatal Nacional Hotelera como hotel Presidente, luego La Pinta y últimamente The Halfway Inn, de los dos lados fueron hechas propuestas de utilización del resto del área, sin logro tangible; como ninguno de los proyectos tuvo claridad de objetivos, sustento técnico y voluntad política suficientes para ser factible y rentable, la secretaría de la Defensa Nacional terminó por ocuparla para ubicar ahí un destacamento.

Pese a su utilidad evidente para la región meridional, es razonable que para los bajacalifornianos y a su gobierno resulte poco atractiva la operación de una carretera que es vía de salida de turistas locales y norteamericanos hacia el estado vecino. Por eso, para que sea cabalmente cumplido el propósito de que se construya por esa ruta una carretera de cuatro carriles, debe haber disposición oficial previa y empeño decisivo de ambas partes.

El libro Paralelo 28, testimonio vivo de un camino, elaborado por Enrique Cárdenas de la Peña y publicado en 1976 por encargo de la propia secretaría de Obras Públicas, contiene una amplia descripción de la historia, el proceso constructivo y las perspectivas de esa contribución esencial de la administración pública federal al desarrollo de la primera California.

En la presente semana se cumplirán 47 años de haber sido inaugurada la carretera transpeninsular bajacaliforniana, el 1 de diciembre de 1973, a la que sin consulta alguna fue impuesto el nombre de Benito Juárez, preclaro personaje que en un par de ocasiones estuvo a punto de enajenar la California mexicana en procuración de fondos para su causa.

Gente de ambas entidades, el territorio y el estado de Baja California, confluyeron en aquella fecha alrededor del monumento a esa vía, que es un águila estilizada cuyas alas simbolizan a las dos Californias peninsulares.

En respuesta a la convocatoria lanzada por la secretaría de Obras Públicas del gobierno federal, se recibieron 56 proyectos aspirantes a obtener el primer lugar y el derecho de construcción de la primera etapa del monumento, una plaza ceremonial y un albergue-parador.

El premio principal de cien mil pesos y el contrato para la realización de los trabajos fueron asignados a los arquitectos Edmundo Rodríguez Saldívar y Ángel Negrete González, a la cabeza de otros varios profesionales quienes participaron en el certamen con el seudónimo de “Atalaya”.

Auténtica atalaya de 36 metros de altura que puede ser vista desde cinco kilómetros a la redonda, la enorme ave de acero y concreto y los edificios anexos tuvieron un costo global de casi 31 millones y medio de pesos.

Hasta ahí llegamos aquel sábado de inicio decembrino una buena cantidad de sudcalifornianos a bordo de dos autobuses que el gobierno territorial puso a disposición de sus invitados, en los que Octavio Reséndiz y este redactor (que ya lo era) fungimos como anfitriones del viaje.

Precisamente al pie de ese monumento ubicado a la altura del paralelo 28 grados de latitud norte (línea imaginaria que desde 1891 divide a ambas entidades por decreto del presidente Porfirio Díaz Mori), hizo uso de la palabra el presidente Luis Echeverría Álvarez, quien cumplía así, exactamente a la mitad del sexenio, un compromiso de su campaña electoral. También hablaron los gobernadores Félix Agramont Cota y Milton Castellanos Everardo, así como el secretario del ramo Luis Enrique Bracamontes y un representante del congreso de la entidad norteña, el diputado José López Gastélum, originario de la mitad sureña, todos para ponderar las bondades y los beneficios que se esperaban de la obra.

Días antes había sido acondicionado ahí, a toda prisa, un museo al que fueron llevados diversos bienes del patrimonio arqueológico, histórico y paleontológico sudcaliforniano, que al poco tiempo desaparecieron. Del Archivo Histórico impedimos que extrajeran cosa alguna, pese a las amenazas del oficioso promotor de tal saqueo, un supuesto directivo agrario de la entidad norteña. En cambio logró llevarse piezas valiosas del incipiente museo que se había logrado establecer en La Paz con objetos provenientes de sitios arqueológicos y paleontológicos recolectados en la región por los jóvenes integrantes del Club de Exploradores “Huaxoros” que dirigía con singular entusiasmo César Piñeda Chacón.

Vaya el lector a saber dónde fueron a parar esos materiales desde entonces.

Luego fue establecida en esas instalaciones la escuela Normal del Desierto, que por varias causas derivadas de la falta de planeación con que fue creada, hubo de reubicarse poco después en Loreto como Centro Regional de Educación Normal (CREN), denominación que aún conserva con el nombre de Marcelo Rubio Ruiz.

Como de dicho conjunto sólo funcionó el albergue-parador, en el lado sur, que se concesionó primero a la empresa paraestatal Nacional Hotelera como hotel Presidente, luego La Pinta y últimamente The Halfway Inn, de los dos lados fueron hechas propuestas de utilización del resto del área, sin logro tangible; como ninguno de los proyectos tuvo claridad de objetivos, sustento técnico y voluntad política suficientes para ser factible y rentable, la secretaría de la Defensa Nacional terminó por ocuparla para ubicar ahí un destacamento.

Pese a su utilidad evidente para la región meridional, es razonable que para los bajacalifornianos y a su gobierno resulte poco atractiva la operación de una carretera que es vía de salida de turistas locales y norteamericanos hacia el estado vecino. Por eso, para que sea cabalmente cumplido el propósito de que se construya por esa ruta una carretera de cuatro carriles, debe haber disposición oficial previa y empeño decisivo de ambas partes.

El libro Paralelo 28, testimonio vivo de un camino, elaborado por Enrique Cárdenas de la Peña y publicado en 1976 por encargo de la propia secretaría de Obras Públicas, contiene una amplia descripción de la historia, el proceso constructivo y las perspectivas de esa contribución esencial de la administración pública federal al desarrollo de la primera California.