/ domingo 12 de septiembre de 2021

Biblioterapia

Preliminar indispensable: Todavía en servicio docente, hacia finales del siglo pasado preparé en la máquina de escribir y publiqué este artículo cuyo título con un vocablo inexistente en el diccionario parece haber provocado alguna aceptación, pues ahora que busqué el texto en la red digital hallé empleado el neologismo (vocablo nuevo) por otros autores.

He aquí el texto en cuestión:

En algunas ocasiones he expresado que para enfrentar los evidentes rezagos y los escalofriantes resultados de la educación moderna en general (elevados índices de ausentismo, deserción y reprobación, bajos coeficientes de rendimiento y eficiencia terminal, inadecuación de la escuela a la realidad social, persistencia del analfabetismo funcional y otros igualmente graves), quizá no fuera del todo impertinente dedicar un alto porcentaje de la actividad y el horario escolares a tareas que tienen vinculación directa con el lenguaje.

Es decir que los alumnos emplearían buena parte del tiempo a leer, redactar, escuchar y hablar de libros, de una previa y estricta selección, que pusieran a los niños y a los jóvenes en la lúcida enseñanza de los maestros relevantes de la humanidad, el país y la región, con riguroso criterio de calidad, mediante una cuidadosa programación, partiendo del hecho de que el lenguaje es instrumento básico e imprescindible de toda comunicación integral, fundamento inexcusable para la adquisición y ampliación de la cultura.

Sin un dominio al menos elemental de la lengua no hay basamento para la comprensión de las otras ramas del saber.

¿Hay mejor método, por ejemplo, de introducirnos en los deliciosos vericuetos de las matemáticas que con la lectura de El hombre que calculaba?, ¿en los apasionantes problemas del pensamiento lógico que con el genio de Poe en El escarabajo de oro?

¿Se encuentra manera más amable de asomarnos a la cotidianidad del México colonial que por conducto de los escritos excelentes y amenos de González Obregón y de De Valle Arizpe?

¿Existe forma más placentera de penetrar en las búsquedas de la ciencia natural que leyendo Los cazadores de microbios?

Y así se podrían citar, para cada curso, uno o varios buenos libros, no de consulta o memorización sino para el disfrute, la recreación y el regocijo, después de cuya lectura habría que realizar síntesis, reseñas, resúmenes, debates, comentarios, paráfrasis, conferencias, mesas redondas y todo aquello producto de la imaginación tanto del coordinador como del propio estudiante, en ambiente de alegría, gimnasia intelectual y trabajo creativo.

De aquí se derivarían acciones intra y extraescolares: certámenes, seminarios, intercambios y otras labores de naturaleza similar con rango deseable de calidad.

No concursitos de declamación sino sesiones de lectura y encuentros literarios con visión de contemporaneidad; no periodiquitos murales sino publicaciones donde se exprese el espíritu crítico, que a la larga tal vez ayudaría también a prevenir la proliferación de tantos patanes que escriben majaderías y dislates en periódicos y revistas.

Lectura con sistema desprovisto de toda orientación represiva; no para obtener calificaciones sino para adquirir el hábito de leer, de amar los libros, para conducirnos por los vastos caminos del conocimiento de la manera más grata posible.

Una importante cantidad de investigaciones ha mostrado la relación directamente proporcional que se da entre contacto con el lenguaje y aprehensión creciente de los demás elementos de la cultura. ¿Por qué no aprovechar esta certeza?

Podría terminar esta exposición preguntando al interior de nosotros mismos, por ejemplo, cuántos libros ha leído cada uno en el año. No textos de estudio obligatorio para preparar tareas o el material de clase, sino obras de lectura recreativa, novela, cuento, poesía, ensayo, teatro, aquellas que verdaderamente enriquecen nuestra sensibilidad, amplían nuestras perspectivas y afirman o modifican nuestros conceptos del mundo y de la vida.

Hace poco se cuestionaba en una reunión de docentes cuántos de los que exigen buenos ensayos a sus alumnos han escrito alguno. Responder a preguntas como ésta sería buena manera de empezar a modernizar el cumplimiento de nuestras tareas, lo que, desde muchos ángulos, tiene qué ver con la redignificación del trabajo del maestro.

em_coronado@yahoo.com

facebook.com/eligiomoises.coronado

Preliminar indispensable: Todavía en servicio docente, hacia finales del siglo pasado preparé en la máquina de escribir y publiqué este artículo cuyo título con un vocablo inexistente en el diccionario parece haber provocado alguna aceptación, pues ahora que busqué el texto en la red digital hallé empleado el neologismo (vocablo nuevo) por otros autores.

He aquí el texto en cuestión:

En algunas ocasiones he expresado que para enfrentar los evidentes rezagos y los escalofriantes resultados de la educación moderna en general (elevados índices de ausentismo, deserción y reprobación, bajos coeficientes de rendimiento y eficiencia terminal, inadecuación de la escuela a la realidad social, persistencia del analfabetismo funcional y otros igualmente graves), quizá no fuera del todo impertinente dedicar un alto porcentaje de la actividad y el horario escolares a tareas que tienen vinculación directa con el lenguaje.

Es decir que los alumnos emplearían buena parte del tiempo a leer, redactar, escuchar y hablar de libros, de una previa y estricta selección, que pusieran a los niños y a los jóvenes en la lúcida enseñanza de los maestros relevantes de la humanidad, el país y la región, con riguroso criterio de calidad, mediante una cuidadosa programación, partiendo del hecho de que el lenguaje es instrumento básico e imprescindible de toda comunicación integral, fundamento inexcusable para la adquisición y ampliación de la cultura.

Sin un dominio al menos elemental de la lengua no hay basamento para la comprensión de las otras ramas del saber.

¿Hay mejor método, por ejemplo, de introducirnos en los deliciosos vericuetos de las matemáticas que con la lectura de El hombre que calculaba?, ¿en los apasionantes problemas del pensamiento lógico que con el genio de Poe en El escarabajo de oro?

¿Se encuentra manera más amable de asomarnos a la cotidianidad del México colonial que por conducto de los escritos excelentes y amenos de González Obregón y de De Valle Arizpe?

¿Existe forma más placentera de penetrar en las búsquedas de la ciencia natural que leyendo Los cazadores de microbios?

Y así se podrían citar, para cada curso, uno o varios buenos libros, no de consulta o memorización sino para el disfrute, la recreación y el regocijo, después de cuya lectura habría que realizar síntesis, reseñas, resúmenes, debates, comentarios, paráfrasis, conferencias, mesas redondas y todo aquello producto de la imaginación tanto del coordinador como del propio estudiante, en ambiente de alegría, gimnasia intelectual y trabajo creativo.

De aquí se derivarían acciones intra y extraescolares: certámenes, seminarios, intercambios y otras labores de naturaleza similar con rango deseable de calidad.

No concursitos de declamación sino sesiones de lectura y encuentros literarios con visión de contemporaneidad; no periodiquitos murales sino publicaciones donde se exprese el espíritu crítico, que a la larga tal vez ayudaría también a prevenir la proliferación de tantos patanes que escriben majaderías y dislates en periódicos y revistas.

Lectura con sistema desprovisto de toda orientación represiva; no para obtener calificaciones sino para adquirir el hábito de leer, de amar los libros, para conducirnos por los vastos caminos del conocimiento de la manera más grata posible.

Una importante cantidad de investigaciones ha mostrado la relación directamente proporcional que se da entre contacto con el lenguaje y aprehensión creciente de los demás elementos de la cultura. ¿Por qué no aprovechar esta certeza?

Podría terminar esta exposición preguntando al interior de nosotros mismos, por ejemplo, cuántos libros ha leído cada uno en el año. No textos de estudio obligatorio para preparar tareas o el material de clase, sino obras de lectura recreativa, novela, cuento, poesía, ensayo, teatro, aquellas que verdaderamente enriquecen nuestra sensibilidad, amplían nuestras perspectivas y afirman o modifican nuestros conceptos del mundo y de la vida.

Hace poco se cuestionaba en una reunión de docentes cuántos de los que exigen buenos ensayos a sus alumnos han escrito alguno. Responder a preguntas como ésta sería buena manera de empezar a modernizar el cumplimiento de nuestras tareas, lo que, desde muchos ángulos, tiene qué ver con la redignificación del trabajo del maestro.

em_coronado@yahoo.com

facebook.com/eligiomoises.coronado