/ domingo 26 de julio de 2020

Basta de realidades, queremos promesas…

El título del presente artículo está tomado del texto que apareció hace algunos años en la barda de un barrio hispanoamericano o madrileño –que para el caso es lo mismo por ahora--, y que rebasó los límites de su entorno para insertarse en la sorpresa, primero, y luego en la reflexión de quienes llegamos a conocer esa demanda de alguien harto de realidades absurdas y ansioso de las ilusiones y los ensueños que provocan las ofertas políticas.

La máquina política es ciertamente compleja, pero tiene rasgos discernibles como es el de que marcha con el eficaz lubricante de la esperanza.

Decía Aristóteles que la esperanza es “el sueño del hombre despierto”; en cambio, Nietzsche sentenció que es “el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. Por su parte, Molière auguraba: “Salen errados nuestros cálculos siempre que entran en ellos el temor o la esperanza”.

La gente común añora el pretérito con la falsa idea de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, está inconforme con su presente y sueña con un futuro donde se vea a salvo de su actualidad, a la que juzga precaria siempre.

[El lector quizá recuerde la ingeniosa frase colocada detrás del mostrador de la tienda del barrio “Hoy no se fía, mañana sí”, con la cual se ahuyentaba ad aeternum a los demandantes de crédito.]

Cuando un personaje entra en el gusto popular se dice que tiene carisma, definido por el diccionario como la “Especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar”. De ahí en adelante para nada cuenta su pasado sino lo que ofrece para el futuro. Los “numerosos” (conglomerado acrítico y manipulable, amorfo y gris) poco reparan en la advertencia bíblica aquella de que “por sus frutos lo conoceréis”, y de modo automático caen cautivos por los resultados que promete dar.

Cabe insertar aquí un pensamiento alusivo de Rob Riemen que subrayé en su libro El eterno retorno del fascismo: “La experiencia de la libertad termina por convertirse en un miedo a la libertad hondamente arraigado, y se vuelve abrumadora la necesidad de adecuarse a la masa, que no quiere otra cosa más que creer ciegamente y seguir a un líder carismático” (Edit. Taurus, 2019, pág. 37).

El lema de campaña de Trump “Make America great again” (hacer a los Estados Unidos grande de nuevo) es frase de estructura sencilla e impresionante aunque insustancial en el fondo, pero de ahí partió un discurso demagógico que caló en la multitud y lo llevó a la presidencia.

Copio de nuevo a Riemen en la parte del citado libro donde sostiene que “El electorado populista coloca, pues, todas sus esperanzas en un personaje solo, que se cree capaz de luchar contra un sistema…”

Y cuando el público voltea a ver a quien prometió el edénico futuro para eventualmente reclamarle el incumplimiento de sus ofertas, el tipo ya terminó su ejercicio y ahora anda en otros “proyectos”, como suele llamar a sus simples pretensiones de ascender al manejo de los bienes colectivos que le permitan seguir viviendo como le gusta, aunque sin “proyecto” alguno.

Nada para hoy, todo será factible mañana, en el futuro, en lo por venir. Y esa cínica engañifa es la que despierta la complacencia de los eufóricos asistentes al mitin, convencidos de que lo que hipotéticamente será, se ve más ilusorio que lo que concretamente es. De tal manera, lo que fue hecho produce menor entusiasmo que aquello que se supone que vendrá, aunque jamás llegue.

Pero todo cambio que el ingenuo espera para mejorar es menester que llegue del exterior, sin el concurso personal (que exigiría un esfuerzo que de ningún modo está dispuesto a realizar) pues todo lo confía en el que manda, el que decide, el capaz de hacer milagros y proveer de la nada. Y prefiere creer que todo consiste en afiliarse a la causa del mañana, que le promete tantas cosas…

[Después de todo ¿qué es la vida sino un infinito esperar…?]

Tras la esperanza, treinta millones de mexicanos cambiaron recientemente, para ellos y el resto, la certeza de lo que tenían –a base del empeño de todos y en evidente proceso de crecimiento-- por la quimera de lo que les prometieron que tendrían y, como era de esperarse, el gozo ha ido a parar pronto y directo al pozo.

Aunque en 2021, los sesenta millones que se dejaron ganar (de lo cual debieran estar más que arrepentidos) podrían cambiar el menú…

El título del presente artículo está tomado del texto que apareció hace algunos años en la barda de un barrio hispanoamericano o madrileño –que para el caso es lo mismo por ahora--, y que rebasó los límites de su entorno para insertarse en la sorpresa, primero, y luego en la reflexión de quienes llegamos a conocer esa demanda de alguien harto de realidades absurdas y ansioso de las ilusiones y los ensueños que provocan las ofertas políticas.

La máquina política es ciertamente compleja, pero tiene rasgos discernibles como es el de que marcha con el eficaz lubricante de la esperanza.

Decía Aristóteles que la esperanza es “el sueño del hombre despierto”; en cambio, Nietzsche sentenció que es “el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. Por su parte, Molière auguraba: “Salen errados nuestros cálculos siempre que entran en ellos el temor o la esperanza”.

La gente común añora el pretérito con la falsa idea de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”, está inconforme con su presente y sueña con un futuro donde se vea a salvo de su actualidad, a la que juzga precaria siempre.

[El lector quizá recuerde la ingeniosa frase colocada detrás del mostrador de la tienda del barrio “Hoy no se fía, mañana sí”, con la cual se ahuyentaba ad aeternum a los demandantes de crédito.]

Cuando un personaje entra en el gusto popular se dice que tiene carisma, definido por el diccionario como la “Especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar”. De ahí en adelante para nada cuenta su pasado sino lo que ofrece para el futuro. Los “numerosos” (conglomerado acrítico y manipulable, amorfo y gris) poco reparan en la advertencia bíblica aquella de que “por sus frutos lo conoceréis”, y de modo automático caen cautivos por los resultados que promete dar.

Cabe insertar aquí un pensamiento alusivo de Rob Riemen que subrayé en su libro El eterno retorno del fascismo: “La experiencia de la libertad termina por convertirse en un miedo a la libertad hondamente arraigado, y se vuelve abrumadora la necesidad de adecuarse a la masa, que no quiere otra cosa más que creer ciegamente y seguir a un líder carismático” (Edit. Taurus, 2019, pág. 37).

El lema de campaña de Trump “Make America great again” (hacer a los Estados Unidos grande de nuevo) es frase de estructura sencilla e impresionante aunque insustancial en el fondo, pero de ahí partió un discurso demagógico que caló en la multitud y lo llevó a la presidencia.

Copio de nuevo a Riemen en la parte del citado libro donde sostiene que “El electorado populista coloca, pues, todas sus esperanzas en un personaje solo, que se cree capaz de luchar contra un sistema…”

Y cuando el público voltea a ver a quien prometió el edénico futuro para eventualmente reclamarle el incumplimiento de sus ofertas, el tipo ya terminó su ejercicio y ahora anda en otros “proyectos”, como suele llamar a sus simples pretensiones de ascender al manejo de los bienes colectivos que le permitan seguir viviendo como le gusta, aunque sin “proyecto” alguno.

Nada para hoy, todo será factible mañana, en el futuro, en lo por venir. Y esa cínica engañifa es la que despierta la complacencia de los eufóricos asistentes al mitin, convencidos de que lo que hipotéticamente será, se ve más ilusorio que lo que concretamente es. De tal manera, lo que fue hecho produce menor entusiasmo que aquello que se supone que vendrá, aunque jamás llegue.

Pero todo cambio que el ingenuo espera para mejorar es menester que llegue del exterior, sin el concurso personal (que exigiría un esfuerzo que de ningún modo está dispuesto a realizar) pues todo lo confía en el que manda, el que decide, el capaz de hacer milagros y proveer de la nada. Y prefiere creer que todo consiste en afiliarse a la causa del mañana, que le promete tantas cosas…

[Después de todo ¿qué es la vida sino un infinito esperar…?]

Tras la esperanza, treinta millones de mexicanos cambiaron recientemente, para ellos y el resto, la certeza de lo que tenían –a base del empeño de todos y en evidente proceso de crecimiento-- por la quimera de lo que les prometieron que tendrían y, como era de esperarse, el gozo ha ido a parar pronto y directo al pozo.

Aunque en 2021, los sesenta millones que se dejaron ganar (de lo cual debieran estar más que arrepentidos) podrían cambiar el menú…