/ martes 22 de octubre de 2019

Baldor era cubano

Muchos latinoamericanos de distintas generaciones debimos utilizar por lo menos uno de los libros de matemáticas de Baldor.

Este ilustre matemático, quien nació en la capital de Cuba el 22 de octubre de 1906, se convirtió en el educador más importante de ese país durante los años cuarenta–cincuenta.

El dibujo del personaje que aparece en las portadas del libro de Álgebra de Baldor es el persa Al-Juarismi (quien vivió aproximadamente entre los años780 y 850), introductor de los números a Occidente, y en cuyo honor se dio el nombre al “guarismo” que es lo perteneciente o relativo a los números “arábigos”.

El genio cubano fue un tranquilo abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación para escribir un libro que desde 1941 estuvo entre los materiales de estudio escolar, más que cualquier otro.

Al tercero de los siete hijos del célebre matemático, Daniel, le tocó vivir directamente el drama que sufrió con su familia y la nana que los acompañó durante más de cincuenta años, en los primeros días de la revolución castrista.

Su padre fue fundador y director del Colegio Baldor, que tenía 3 mil 500 alumnos y 32 autobuses en la zona residencial habanera de El Vedado. "Fue un hombre tranquilo y enorme –expresó en una larga entrevista-, enamorado de la enseñanza y de mi madre; pasaba el día ideando acertijos matemáticos y juegos con números“.

Los Baldor vivían en una casa grande y lujosa de playa donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones.

La casa aún existe y la administra el estado totalitario cubano; es parte de una villa turística para extranjeros que pagan dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con quien sería poco tiempo después el famoso criminal Ernesto (Che) Guevara, residente a pocas casas de la suya.

Baldor era devoto católico y miembro de la masonería. Eran los días de riqueza y filantropía en que sus familiares ocupaban una posición social privilegiada desde la cual se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los barbudos tomaron La Habana, y no pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al colegio de Baldor,

"a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro... Pero ya estaba planeando otra cosa".

Los planes habría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del cabecilla del nuevo gobierno, y una tarde de septiembre envió a un paquete domiciliario hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo.
Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con afecto el trabajo del maestro, lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después, Cienfuegos, quien empezaba a colocarse en la devoción popular, desapareció en el mar durante un vuelo entre Camagüey y La Habana.

"Nos vamos de vacaciones para México", nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos.

Muchos años después, mi madre nos confesó que la decisión se precipitó por las advertencias de sus hermanos de logia.
Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo."

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital de nuestro país. Además del dolor del destierro cargaba con el temor de que el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses, pues doce años antes había vendido los derechos de su Álgebra y su Aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero en su escuela y en su país.

Los Baldor y la nana Magdalena, mulata cubana, permanecieron durante dos semanas en México y después se trasladaron a Nueva Orleans, Estados Unidos, donde enfrentaron el racismo con que la gente de esa ciudad agredió a Magdalena. Baldor, incapaz de soportar el trato decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento en un vecindario de inmigrantes puertorriqueños, italianos y judíos.

La familia que invitaba a cenar a ministros e intelectuales de toda América a su casa de playa, estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante los siguientes años como escuela castrista para formar a sus "pioneros", generaciones afectas a la naciente dictadura.

La institución baldoriana pasó a ser el Colegio Español, con 500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea, y ningún niño cubano puede pisar la escuela que el fundador construyó para sus compatriotas.

Tomó clases de inglés junto a sus hijos en la Universidad de Nueva York, y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peter´s College, de Nueva Jersey, merced a los empeños de sus hermanos masones norteamericanos.

Se esforzó para terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba, aunque ninguno sintió vocación por las matemáticas, pero todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los días.

Tiempo más tarde, Baldor forjó un importante prestigio y dejó atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba y jamás recuperó su centenar de kilos de peso.

El autor del Álgebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Un enfisema pulmonar, dijeron los médicos, pero todos a su alrededor sabían que lo mataron la alevosía de un sistema fallido, el injusto destierro y su nostalgia por la patria lejana.

Muchos latinoamericanos de distintas generaciones debimos utilizar por lo menos uno de los libros de matemáticas de Baldor.

Este ilustre matemático, quien nació en la capital de Cuba el 22 de octubre de 1906, se convirtió en el educador más importante de ese país durante los años cuarenta–cincuenta.

El dibujo del personaje que aparece en las portadas del libro de Álgebra de Baldor es el persa Al-Juarismi (quien vivió aproximadamente entre los años780 y 850), introductor de los números a Occidente, y en cuyo honor se dio el nombre al “guarismo” que es lo perteneciente o relativo a los números “arábigos”.

El genio cubano fue un tranquilo abogado y matemático que se encerraba durante largas jornadas en su habitación para escribir un libro que desde 1941 estuvo entre los materiales de estudio escolar, más que cualquier otro.

Al tercero de los siete hijos del célebre matemático, Daniel, le tocó vivir directamente el drama que sufrió con su familia y la nana que los acompañó durante más de cincuenta años, en los primeros días de la revolución castrista.

Su padre fue fundador y director del Colegio Baldor, que tenía 3 mil 500 alumnos y 32 autobuses en la zona residencial habanera de El Vedado. "Fue un hombre tranquilo y enorme –expresó en una larga entrevista-, enamorado de la enseñanza y de mi madre; pasaba el día ideando acertijos matemáticos y juegos con números“.

Los Baldor vivían en una casa grande y lujosa de playa donde el profesor dedicaba sus tardes a leer, a crear nuevos ejercicios matemáticos y a fumar, la única pasión que lo distraía por instantes de los números y las ecuaciones.

La casa aún existe y la administra el estado totalitario cubano; es parte de una villa turística para extranjeros que pagan dos mil dólares para pasar una semana de verano en las mismas calles en las que Baldor se cruzaba con quien sería poco tiempo después el famoso criminal Ernesto (Che) Guevara, residente a pocas casas de la suya.

Baldor era devoto católico y miembro de la masonería. Eran los días de riqueza y filantropía en que sus familiares ocupaban una posición social privilegiada desde la cual se esmeraban en distribuir justicia social por medio de becas en el colegio y ayuda económica para los enfermos de cáncer.

El 2 de enero de 1959 los barbudos tomaron La Habana, y no pasaron muchas semanas antes de que Fidel Castro fuera personalmente al colegio de Baldor,

"a decirle a mi padre que la revolución estaba con la educación y que le agradecía su valiosa labor de maestro... Pero ya estaba planeando otra cosa".

Los planes habría que ejecutarlos Raúl Castro, hermano del cabecilla del nuevo gobierno, y una tarde de septiembre envió a un paquete domiciliario hasta la casa del profesor con la orden de detenerlo.
Sólo una contraorden de Camilo Cienfuegos, quien defendía con afecto el trabajo del maestro, lo salvó de ir a prisión. Pero apenas un mes después, Cienfuegos, quien empezaba a colocarse en la devoción popular, desapareció en el mar durante un vuelo entre Camagüey y La Habana.

"Nos vamos de vacaciones para México", nos dijo mi papá. Nos reunió a todos, y como si se tratara de una clase de geometría nos explicó con precisión milimétrica cómo teníamos que prepararnos.

Muchos años después, mi madre nos confesó que la decisión se precipitó por las advertencias de sus hermanos de logia.
Era el 19 de julio de 1960 y él estaba más sombrío que de costumbre. Era un hombre que no dejaba traslucir sus emociones, muy analítico, de una fachada estricta, durísima, pero ese día algo misterioso en su mirada nos decía que las cosas no andaban bien y que el viaje no era de recreo."

Un vuelo de Mexicana de Aviación los dejó en la capital de nuestro país. Además del dolor del destierro cargaba con el temor de que el dinero que llevaba le alcanzaría apenas para algunos meses, pues doce años antes había vendido los derechos de su Álgebra y su Aritmética a Publicaciones Culturales, una editorial mexicana, y había invertido el dinero en su escuela y en su país.

Los Baldor y la nana Magdalena, mulata cubana, permanecieron durante dos semanas en México y después se trasladaron a Nueva Orleans, Estados Unidos, donde enfrentaron el racismo con que la gente de esa ciudad agredió a Magdalena. Baldor, incapaz de soportar el trato decidió llevarse a la familia hasta Nueva York, donde consiguió alojamiento en un vecindario de inmigrantes puertorriqueños, italianos y judíos.

La familia que invitaba a cenar a ministros e intelectuales de toda América a su casa de playa, estaba condenada a vivir en el exilio, hacinada en medio del olvido y la sordidez de Brooklyn, mientras que la junta revolucionaria declaraba la nacionalización del Colegio Baldor y la expropiación de la casa del director, que sirvió durante los siguientes años como escuela castrista para formar a sus "pioneros", generaciones afectas a la naciente dictadura.

La institución baldoriana pasó a ser el Colegio Español, con 500 estudiantes pertenecientes a la Unión Europea, y ningún niño cubano puede pisar la escuela que el fundador construyó para sus compatriotas.

Tomó clases de inglés junto a sus hijos en la Universidad de Nueva York, y al poco tiempo ya dictaba una cátedra en Saint Peter´s College, de Nueva Jersey, merced a los empeños de sus hermanos masones norteamericanos.

Se esforzó para terminar la educación de sus hijos y cada uno encontró la profesión con que soñaba, aunque ninguno sintió vocación por las matemáticas, pero todos continuaron aceptando los desafíos mentales y los juegos con que los retaba su padre todos los días.

Tiempo más tarde, Baldor forjó un importante prestigio y dejó atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba y jamás recuperó su centenar de kilos de peso.

El autor del Álgebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Un enfisema pulmonar, dijeron los médicos, pero todos a su alrededor sabían que lo mataron la alevosía de un sistema fallido, el injusto destierro y su nostalgia por la patria lejana.