/ domingo 23 de agosto de 2020

Bajar la Historia

El presente texto fue publicado en este mismo espacio el 4 de diciembre de 2012, y en él planteaba el requerimiento de que la información obtenida por los investigadores “baje” a la gente común para que fructifique en conocimiento, concienciación y fortalecimiento de su identidad.

Y la decisión de reinsertarlo con algunas adiciones en esta columna se originó en la aparición reciente de un artículo en El Universal titulado “Divulgar la historia, tender puentes”, de Alicia Salmerón y Fausta Gantús, del Instituto Mora (CdMx), en que, luego de hacer una adecuada explicación de las bondades del saber histórico en su función de memoria colectiva (local, nacional y universal), afirman que la actualidad “nos impone desafíos enormes; la historia es nuestra aliada para hacerles frente.”

En sincera aflicción admiten que “nuestro oficio nos ha llevado hoy al manejo de un lenguaje especializado y a una forma de exponer nuestros resultados de investigación en ocasiones alejados de estilos narrativos ágiles y accesibles a públicos diversos. De esta suerte, muchas veces las historiadoras e historiadores escribimos textos que sólo son accesibles a nuestros colegas y a otros dedicados a disciplinas cercanas.”

Al respecto decía este cronista hace ocho años que la producción historiográfica de los colegas que se convierte en libros, aplausos (y pequeños celos, envidias e intrigas, a veces) e incrementos del currículum (incluidas las percepciones económicas, como resulta justo) es del todo necesario que llegue a quienes la hacen posible: los contribuyentes, y de la manera más clara.

Mas no sólo porque es modo de corresponder a quienes con su trabajo en otros campos sustentan las tareas de los historiadores, sino porque es la gente el elemento fundamental de los hechos y fenómenos que nutren al recuento del pasado y constituyen la base del acontecer colectivo (de la humanidad, del país, de la aldea).

Existen otras formas de animar la vida comunitaria, sin duda, pero la información histórica tiene significación privilegiada, porque obtenerla permite un ejercicio inmejorable de autoconocimiento, aporta asideros para los proyectos presentes y otorga fortalezas para lo que viene o lo que deseamos que venga.

Las investigadoras citadas reconocen enseguida que, “siendo así las cosas, quienes nos dedicamos al estudio de la historia tenemos entonces un gran reto a vencer: tender puentes entre la academia y públicos amplios, entre los centros de investigación y lectores y auditorios no especializados.”

Sostienen que el desafío es “transmitir el conocimiento histórico que generamos, pensando en públicos no especializados…” y compartirlo a través del amplio espectro de medios de comunicación disponibles y en lenguajes audiovisuales cuyo único límite es la creatividad.

Los otros reinos de la naturaleza sólo tienen la historia que les ha creado el hombre; únicamente éste tiene la historia que ha construido por y para sí mismo y la afirmación propia en su tiempo y donde éste transcurre.

Tomo a propósito, de la revista La bola (abril-mayo de 2020), la siguiente expresión del prestigioso historiador mexicano Javier Garciadiego en el transcurso de una entrevista: “[…] quienes conocen la historia, si son gobernantes tomarán buenas decisiones con base en la experiencia del pasado, y si son ciudadanos, el conocimiento de la historia los hará mejores ciudadanos.”

Por tanto habrá que creer que el empeño del indagador debiera descender, como la luz, de los parnasos a la tierra llana, en prácticas constantes que conduzcan a comunicar el saber histórico con los niños y jóvenes, agrupaciones gremiales, organismos de toda índole, con el objetivo claro de compartir lo que se sabe para enriquecer el espíritu público y alentar el orgullo cívico, más que para promover el saber por el saber mismo en la simple procuración de satisfacciones individuales, premios y recompensas que, finalmente, si el fruto es bueno todo ello vendrá por añadidura.

En la edición de la revista bimestral Descubrir la historia, de hace dos años, puede ser leída esta urgencia: “Bajar de las torres, entrar en las redacciones, en radios, televisiones, bibliotecas, librerías, museos, plazas… Debemos tener en cuenta que la investigación es necesaria, pero después, lo que ésta ha generado debe devolverse a la sociedad, ya que la divulgación es parte del juego. Sin ella, nuestro trabajo es onanismo.”

Que la sabiduría es semilla fértil cuando se esparce adecuada y generosamente.

El presente texto fue publicado en este mismo espacio el 4 de diciembre de 2012, y en él planteaba el requerimiento de que la información obtenida por los investigadores “baje” a la gente común para que fructifique en conocimiento, concienciación y fortalecimiento de su identidad.

Y la decisión de reinsertarlo con algunas adiciones en esta columna se originó en la aparición reciente de un artículo en El Universal titulado “Divulgar la historia, tender puentes”, de Alicia Salmerón y Fausta Gantús, del Instituto Mora (CdMx), en que, luego de hacer una adecuada explicación de las bondades del saber histórico en su función de memoria colectiva (local, nacional y universal), afirman que la actualidad “nos impone desafíos enormes; la historia es nuestra aliada para hacerles frente.”

En sincera aflicción admiten que “nuestro oficio nos ha llevado hoy al manejo de un lenguaje especializado y a una forma de exponer nuestros resultados de investigación en ocasiones alejados de estilos narrativos ágiles y accesibles a públicos diversos. De esta suerte, muchas veces las historiadoras e historiadores escribimos textos que sólo son accesibles a nuestros colegas y a otros dedicados a disciplinas cercanas.”

Al respecto decía este cronista hace ocho años que la producción historiográfica de los colegas que se convierte en libros, aplausos (y pequeños celos, envidias e intrigas, a veces) e incrementos del currículum (incluidas las percepciones económicas, como resulta justo) es del todo necesario que llegue a quienes la hacen posible: los contribuyentes, y de la manera más clara.

Mas no sólo porque es modo de corresponder a quienes con su trabajo en otros campos sustentan las tareas de los historiadores, sino porque es la gente el elemento fundamental de los hechos y fenómenos que nutren al recuento del pasado y constituyen la base del acontecer colectivo (de la humanidad, del país, de la aldea).

Existen otras formas de animar la vida comunitaria, sin duda, pero la información histórica tiene significación privilegiada, porque obtenerla permite un ejercicio inmejorable de autoconocimiento, aporta asideros para los proyectos presentes y otorga fortalezas para lo que viene o lo que deseamos que venga.

Las investigadoras citadas reconocen enseguida que, “siendo así las cosas, quienes nos dedicamos al estudio de la historia tenemos entonces un gran reto a vencer: tender puentes entre la academia y públicos amplios, entre los centros de investigación y lectores y auditorios no especializados.”

Sostienen que el desafío es “transmitir el conocimiento histórico que generamos, pensando en públicos no especializados…” y compartirlo a través del amplio espectro de medios de comunicación disponibles y en lenguajes audiovisuales cuyo único límite es la creatividad.

Los otros reinos de la naturaleza sólo tienen la historia que les ha creado el hombre; únicamente éste tiene la historia que ha construido por y para sí mismo y la afirmación propia en su tiempo y donde éste transcurre.

Tomo a propósito, de la revista La bola (abril-mayo de 2020), la siguiente expresión del prestigioso historiador mexicano Javier Garciadiego en el transcurso de una entrevista: “[…] quienes conocen la historia, si son gobernantes tomarán buenas decisiones con base en la experiencia del pasado, y si son ciudadanos, el conocimiento de la historia los hará mejores ciudadanos.”

Por tanto habrá que creer que el empeño del indagador debiera descender, como la luz, de los parnasos a la tierra llana, en prácticas constantes que conduzcan a comunicar el saber histórico con los niños y jóvenes, agrupaciones gremiales, organismos de toda índole, con el objetivo claro de compartir lo que se sabe para enriquecer el espíritu público y alentar el orgullo cívico, más que para promover el saber por el saber mismo en la simple procuración de satisfacciones individuales, premios y recompensas que, finalmente, si el fruto es bueno todo ello vendrá por añadidura.

En la edición de la revista bimestral Descubrir la historia, de hace dos años, puede ser leída esta urgencia: “Bajar de las torres, entrar en las redacciones, en radios, televisiones, bibliotecas, librerías, museos, plazas… Debemos tener en cuenta que la investigación es necesaria, pero después, lo que ésta ha generado debe devolverse a la sociedad, ya que la divulgación es parte del juego. Sin ella, nuestro trabajo es onanismo.”

Que la sabiduría es semilla fértil cuando se esparce adecuada y generosamente.