/ lunes 2 de mayo de 2022

Aniversario paceño

El martes 3 de este mayo de 2022, la capital de California del sur cumple un nuevo aniversario de que Hernán Cortés llegó a su bahía, a la cual impuso su segundo nombre, Santa Cruz, por la celebración cristiana de la fecha. El primero que tuvo fue el de Airapí, y pasó a formar parte de la tierra que desde el cabo de San Lucas recibió la literaria designación de California.

Luego tomó la denominación de La Paz que le dio el navegante Sebastián Vizcaíno en 1596 por el buen trato que le dieron los nativos.

Algunos años más tarde, Isidro de Atondo y Eusebio Francisco Kino la bautizaron como real de Nuestra Señora de Guadalupe, en 1683, que debió ser levantado por la escasez de agua y la hostilidad de los naturales.

Los jesuitas Jaime Bravo y Juan de Ugarte la pusieron bajo la advocación de la virgen del Pilar en 1720, empeño misionero que más tarde se vio interrumpido por la sublevación indígena de 1734-1736 y las epidemias que aniquilaron a sus pobladores.

Treinta y tres años después, con la llegada de los franciscanos y del primer gobernador Gaspar de Portolá, el visitador Joseph de Gálvez dispuso reubicar en la misión de Santa Rosa de Todos Santos a los pocos naturales que habitaban La Paz, a donde se trasladaron con su arraigada devoción por la virgen del Pilar, que fue adoptada en la nueva comunidad guaycura-pericú.

En 1811, el soldado José Espinoza obtuvo la concesión de ocupar el olvidado puerto de La Paz a cambio de que proveyese de agua a las embarcaciones que llegaban para el embarque de metales de las minas del sur. Espinoza incumplió su compromiso con la consecuente queja de las tripulaciones que arribaban al puerto.

El nacimiento de la ciudad pudiere atribuirse a Juan García, poseedor del primer permiso del gobernador José Manuel Ruiz en 1823 para poblar aquel paraje con gente del sur peninsular. García construyó la casa en la cual hizo un preliminar acopio de mercancías, lo cual puede considerarse el origen de la vida comercial en esta región.

Aquello reinició el interés económico de la escala paceña al grado de que en 1829, la Junta de Fomento de las Californias decretó el establecimiento de una aduana en cada una de éstas; por la parte meridional quedó instalada en la antigua Santa Cruz, ya con aproximadamente cuatro centenas de habitantes.

El gobernador José Mariano Monterde logró finalmente el propósito oficial de asentar en 1830 los poderes provinciales en la que es desde entonces capital sudcaliforniana, luego de que lo fue Loreto durante 132 años, y el núcleo minero de San Antonio algunos meses después.

Como toda la sociedad sudcaliforniana, los paceños debieron enfrentar de 1846 a 1848 la invasión norteamericana y más tarde la incursión filibustera en 1853-1854.

Hacia 1877, La Paz se incorporaba al periodo porfiriano que de variados modos anunciaba la conformación del ser social, y de todos sus componentes -como el arquitectónico, del que aún se conservan testimonios-, de la ciudad de nuestros días.

En 1895, La Paz contaba ya con 5,184 habitantes y los más importantes negocios mercantiles, estaba en apogeo la pesquería de perlas, la navegación de cabotaje y varias otras actividades económicas que alentaron el crecimiento local.

Vio inaugurados el palacio municipal y el teatro Juárez como parte de los festejos del primer centenario del inicio del movimiento iniciado por Hidalgo. Otros actos conmemorativos consistieron en juegos florales, tareas de embellecimiento de la imagen urbana y kermés en el jardín Velasco.

La Paz se incorporó al nuevo siglo siempre limitada por los transportes y la comunicación. Participó en actividades revolucionarias y continuó la vida en el alborozo de sus carnavales, sus proverbiales afanes en la educación y la cultura, con el estímulo de la zona libre, los primeros servicios de la aviación comercial, el extraordinario auge que provocó el servicio del transbordador La Paz en 1964 y las embarcaciones similares que operaron posteriormente, la reinstauración de la vida municipal hace 50 años, la inauguración de la carretera transpeninsular a finales de 1973 así como la conversión del Territorio en Estado, que atrajeron inusitada atención y fondos cuantiosos del gobierno federal.

Es ésta, grosso modo, la tesonera existencia de una ciudad nutrida con las perlas de sus mares, el oro y la plata de las minas del sur, la otra plata y el otro oro del prodigioso valle de Santo Domingo, pero primordialmente con sus propios empeños, traspiés y aciertos.

Carece de una historia de bronce pues la heroicidad de los sudcalifornianos, lejos de expresarse en hechos guerreros (que no han faltado), se halla en la cotidianidad de su empecinamiento de enfrentar exitosamente la mezquindad del cielo y las cuitas del aislamiento.

Todo eso y más queda de su larga y rica historia, llena de ejemplos y lecciones que es necesario repasar por lo menos en días de celebración como éste del nuevo aniversario paceño.

El martes 3 de este mayo de 2022, la capital de California del sur cumple un nuevo aniversario de que Hernán Cortés llegó a su bahía, a la cual impuso su segundo nombre, Santa Cruz, por la celebración cristiana de la fecha. El primero que tuvo fue el de Airapí, y pasó a formar parte de la tierra que desde el cabo de San Lucas recibió la literaria designación de California.

Luego tomó la denominación de La Paz que le dio el navegante Sebastián Vizcaíno en 1596 por el buen trato que le dieron los nativos.

Algunos años más tarde, Isidro de Atondo y Eusebio Francisco Kino la bautizaron como real de Nuestra Señora de Guadalupe, en 1683, que debió ser levantado por la escasez de agua y la hostilidad de los naturales.

Los jesuitas Jaime Bravo y Juan de Ugarte la pusieron bajo la advocación de la virgen del Pilar en 1720, empeño misionero que más tarde se vio interrumpido por la sublevación indígena de 1734-1736 y las epidemias que aniquilaron a sus pobladores.

Treinta y tres años después, con la llegada de los franciscanos y del primer gobernador Gaspar de Portolá, el visitador Joseph de Gálvez dispuso reubicar en la misión de Santa Rosa de Todos Santos a los pocos naturales que habitaban La Paz, a donde se trasladaron con su arraigada devoción por la virgen del Pilar, que fue adoptada en la nueva comunidad guaycura-pericú.

En 1811, el soldado José Espinoza obtuvo la concesión de ocupar el olvidado puerto de La Paz a cambio de que proveyese de agua a las embarcaciones que llegaban para el embarque de metales de las minas del sur. Espinoza incumplió su compromiso con la consecuente queja de las tripulaciones que arribaban al puerto.

El nacimiento de la ciudad pudiere atribuirse a Juan García, poseedor del primer permiso del gobernador José Manuel Ruiz en 1823 para poblar aquel paraje con gente del sur peninsular. García construyó la casa en la cual hizo un preliminar acopio de mercancías, lo cual puede considerarse el origen de la vida comercial en esta región.

Aquello reinició el interés económico de la escala paceña al grado de que en 1829, la Junta de Fomento de las Californias decretó el establecimiento de una aduana en cada una de éstas; por la parte meridional quedó instalada en la antigua Santa Cruz, ya con aproximadamente cuatro centenas de habitantes.

El gobernador José Mariano Monterde logró finalmente el propósito oficial de asentar en 1830 los poderes provinciales en la que es desde entonces capital sudcaliforniana, luego de que lo fue Loreto durante 132 años, y el núcleo minero de San Antonio algunos meses después.

Como toda la sociedad sudcaliforniana, los paceños debieron enfrentar de 1846 a 1848 la invasión norteamericana y más tarde la incursión filibustera en 1853-1854.

Hacia 1877, La Paz se incorporaba al periodo porfiriano que de variados modos anunciaba la conformación del ser social, y de todos sus componentes -como el arquitectónico, del que aún se conservan testimonios-, de la ciudad de nuestros días.

En 1895, La Paz contaba ya con 5,184 habitantes y los más importantes negocios mercantiles, estaba en apogeo la pesquería de perlas, la navegación de cabotaje y varias otras actividades económicas que alentaron el crecimiento local.

Vio inaugurados el palacio municipal y el teatro Juárez como parte de los festejos del primer centenario del inicio del movimiento iniciado por Hidalgo. Otros actos conmemorativos consistieron en juegos florales, tareas de embellecimiento de la imagen urbana y kermés en el jardín Velasco.

La Paz se incorporó al nuevo siglo siempre limitada por los transportes y la comunicación. Participó en actividades revolucionarias y continuó la vida en el alborozo de sus carnavales, sus proverbiales afanes en la educación y la cultura, con el estímulo de la zona libre, los primeros servicios de la aviación comercial, el extraordinario auge que provocó el servicio del transbordador La Paz en 1964 y las embarcaciones similares que operaron posteriormente, la reinstauración de la vida municipal hace 50 años, la inauguración de la carretera transpeninsular a finales de 1973 así como la conversión del Territorio en Estado, que atrajeron inusitada atención y fondos cuantiosos del gobierno federal.

Es ésta, grosso modo, la tesonera existencia de una ciudad nutrida con las perlas de sus mares, el oro y la plata de las minas del sur, la otra plata y el otro oro del prodigioso valle de Santo Domingo, pero primordialmente con sus propios empeños, traspiés y aciertos.

Carece de una historia de bronce pues la heroicidad de los sudcalifornianos, lejos de expresarse en hechos guerreros (que no han faltado), se halla en la cotidianidad de su empecinamiento de enfrentar exitosamente la mezquindad del cielo y las cuitas del aislamiento.

Todo eso y más queda de su larga y rica historia, llena de ejemplos y lecciones que es necesario repasar por lo menos en días de celebración como éste del nuevo aniversario paceño.