La Paz, Baja California Sur.- En medio del desierto, más de 70 luces blancas destellan hacia los ojos de Aldo Ignacio Romero Arce, mejor conocido como “Santoro”. Un fotógrafo ávido por retratar las peculiaridades en el pueblo de Guerrero Negro, a casi 10 horas de la capital del estado.
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El brillo de la arena no era en vano; entremedio del pueblo y el Puerto Chaparrito, el lugar más importante de embarcación de sal en dicha región sudcaliforniana, Santoro bajó de su vehículo para ser testigo de un espacio que, hasta hoy en día, provoca sentimientos encontrados.
Cerca de 70 cuerpos y almas de infantes se encuentran enterrados en un panteón abandonado, el cual ni siquiera tiene un nombre que permita identificar el cementerio con certeza.
"Es un lugar solo. No hay nada, está descuidado totalmente. Hay cruces amarradas con alambre nada más. Una o dos tumbas nada más tienen cubiertas de cemento, y otras como de metal. Nadie sabe nada; ni de las familias de los niños”, contó Santoro.
Las manos de Santoro intentaban retratar lo que se encontraba ante sus ojos; conchas marinas, muñecos de peluche, empaques de dulces, epitafios difícilmente legibles. Incluso, algunas tumbas, carcomidas por la sal, están a punto de desaparecer.
Entre el terror y la melancolía, el fotógrafo relató que la propia comunidad procura renacer la memoria y honrar sus vidas; pues ¿Cómo dejar casi a 100 almas en el olvido?
“Yo también me preguntaba... si esos niños hubieran crecido, ¿Cuántas familias habrían nacido? Pero sí es algo muy curioso, porque la gente les deja algún presente. Pero sí es una energía de soledad y abandono”, expresó Santoro.
La presencia en el panteón, entre las almas perdidas de las infancias, despierta un sinfín de cuestionamientos que, según Santoro, no serán suficientes para conocer la realidad de las cosas.
“Sientes una energía única... Como que te da tristeza, es una energía como de... te preguntas ¿Por qué están olvidados aquí, por qué hace 50 o 70 años los dejaron ahí y nadie los reclamó?”, narró Santoro.
INCERTIDUMBRE
Gilberto Ortega, filósofo y colaborador del Archivo Histórico de Baja California Sur, comentó sobre la ausencia de registros oficiales que permitan esclarecer los hechos. Sin embargo, “se cuenta que muy probablemente haya sido culpa de una pandemia que afectaba a los niños y por falta de atención pública a la salud murieron muchos”, explicó.
Guerrero Negro era todavía más pequeño de lo que es hoy en día, tal vez fueron hijos de los primeros obreros de la empresa exportadora de sal en ese momento; Ortega mencionó que el pueblo no contaba con un panteón.
Por tanto, se dice que los adultos fallecidos solían ser sepultados en un área; pero años después, sus cuerpos fueron trasladados a un cementerio. No obstante, los infantes nunca fueron acomodadas en un lugar mejor establecido. Desde su muerte a la fecha, permanecen ahí; en la deriva y en la incertidumbre de no saber lo que sucedió entre sus familias.
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"Quedan muchas preguntas al aire cuando te paras frente a las tumbas, como diciendo “¿Qué pasó aquí? ¿Por qué están ustedes aquí en vez de estar en otro lado?", pensó Santoro durante su estancia en el panteón.
70 historias inciertas, las cuales posiblemente marcaron la vida de los habitantes del pueblo de Guerrero Negro, continuarán ante el enigma de los recuerdos de dichas almas infantiles rondando por el panteón.