Loreto, Baja California Sur. (OEM-Informex).- Estando en la ciudad de Loreto, partiendo de cualquier hotel, puedes llegar en unos cuantos minutos, caminando o si es necesario en auto, al Centro Histórico del Pueblo Mágico, que siempre aguarda para hablarte de su pasado, presente y futuro.
Lo primero que llama la atención será la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó (Conchó es un vocablo cochimí que significa mangle colorado).
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Cuando suene el reloj de la torre de la iglesia o repique la campana no podrás evitar alzar la mirada y por esos segundos transportarte a aquella tierra de hace más de 300 años, mientras piensas que eres muy afortunado de estar allí.
Fundada el 25 de octubre 1697 por el padre jesuita Juan María de Salvatierra, fue cabecera y madre de todas las misiones de las Californias, sólo dos años después fue establecida La Misión de San Francisco Javier, cerca de el Ojo de Agua de Biaundó, a treinta kilómetros de Loreto.
Al lado del templo se encuentra el Museo de las Misiones Jesuitas en Baja California Sur, que en su origen fue un convento edificado por jesuitas.
Allí se resguardan vestigios religiosos, pesqueros y arquitectónicos, testigos de los encuentros y desencuentros de los misioneros y cochimíes.
Se pueden observar por ejemplo aditamentos como un trapiche, un aparato para prensar la caña de azúcar y enormes ollas para cocinarla. Puedes observar distintas puntas de flecha y diversos tipos de anzuelos.
También se encuentran pinturas y esculturas sacras de los siglos XVII y XVIII. Resalta por ejemplo una campana que según se cuenta, al transportarla cayó al mar en 1875, y cien años después, pescadores la encontraron envuelta en una red.
En el patio hay árboles de mango, una planta de higos y una pequeña parra,como muestra de los huertos que allí dieron frutos hace cientos de años.
Siguiendo el recorrido, ya por el andador y plaza Salvatierra, las enormes datileras y las palmas de taco te hablarán otra vez de ese encuentro entre lo autóctono y lo que vino de lejos, porque sólo la palma de abanico, la que crece con la lluvia, cerca de los arroyos dentro de los oasis y ojos de agua, es propia de esta tierra, la otra palma, la datilera, llegó para quedarse cuando la trajeron los misioneros, y ella misma se presentó ofreciendo sus dulces frutos que conquistan a todo el mundo, desde Mesopotamia hasta la Capital Histórica de las Californias.
En la Plaza Salvatierra resaltan unas figuras metálicas en tamaño natural que se alzan en un templete como la captura de una escena congelada en el pasado. Si las ves de cerca parecen hablarte, ya que sus facciones son muy realistas.
Un jesuita acompañado de un burro le ofrece un crucifijo a una pequeña o pequeña, una mujer que seguramente representa a la madre, parece animarla a tomar la figura, guardando distancia con el religioso y tocándola de un brazo de manera protectora.
Sólo la niña o niño sonríe, a punto de tomar la cruz; un hombre que se intuye es su padre,desde más lejos, llevando la pesca del día, observa la escena con rostro indiferente. Fue imposible conocer al autor o autora de tales imágenes o el taller en el que se elaboraron.
Más adelante el Museo Casa de Piedra invita a visitarlo. En el mes de abril fue adecuado como tal por descendientes de la familia Villalobos Meza, última en habitar la casa.
El histórico hogar, que se encuentra sobre la calle Francisco I. Madero, fue construido al mismo tiempo que la Misión de Nuestra Señora de Loreto Conchó, un túnel lo conecta con esta, pero el pasadizo se halla cancelado.
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Luego de la declaración de independencia de México en 1821 y la Promulgación de la Primera Constitución de República en 1824, el 16 de agosto de ese mismo año, los californios peninsulares y los de la Alta California firmaron el acta de adhesión al país en el lugar ahora llamado Museo Casa de Piedra, que fue recinto religioso y político, cárcel, casa particular y finalmente museo, cuna de la mexicanidad peninsular.
El documento se encuentra en resguardo en el Archivo Histórico Pablo L. Martínez, en la ciudad de La Paz.
La arquitectura del palacio municipal te transporta a los años cuarenta; la sucursal de un banco te trae a la época moderna, y al final un un vendedor de nieves y una mujer que por igual ofrece flores tejidas, imágenes religiosas e inolvidable pan de dátil o higo, te hace reflexionar que la fecha no importa.