Un balance de lo ocurrido en los recientes comicios con el bloque opositor PAN-PRI-PRD arroja la inevitable certeza de que fue inútil, mediocre e irrelevante. Sin embargo, sus dirigentes maniobran para conservarse al frente, por sí mismos o mediante sus cómplices internos, en lugar de permitir la llegada de actores con mayor inteligencia, eficacia y valentía.
El Partido Acción Nacional es conducido por Marko Cortés, un michoacano formado a la sombra de Santiago Creel, a quien intentó, infructuosamente, llevar hasta la candidatura presidencial. Creel se desempeñó como coordinador de la campaña de Xóchitl Gálvez, en una de las etapas más anodinas que se le recuerde. En números, entre 2018 y 2024 Acción Nacional no ganó más votos pese a un padrón más robusto y una alta participación ciudadana: perdió más de 350,000 sufragios.
Cortés y Creel diseñaron un suave aterrizaje como sucesor en la dirigencia para Jorge Romero, un pequeño cacique, con formas de millenial, montado sobre el control del PAN en la ciudad de México, donde la alianza opositora gobernará cinco alcaldías en lugar de las nueve que cosechó en 2021. Pero este orden de cosas podría descarrilarse si los actores del panismo que en realidad mostraron músculo deciden hacerse carga de la maltrecha casa partidista.
En los últimos días está avanzando la posibilidad de que el gobernador saliente de Guanajuato, Diego Sinhué Rodríguez, encabece al bloque dentro del panismo que cree urgente hacer las cosas diferentes. Y que le dispute la dirigencia nacional del PAN a Cortés, Creel y Romero. Junto con Aguascalientes, aquella entidad del Bajío fue una de las pocas que resistió, no sin heridas en la batalla, el tsunami morenista en el país. Conservó la gubernatura en la persona Libia Denise, y las principales alcaldías. Rodríguez Vallejo no se parapetó en una candidatura plurinominal por si el barco se hundía.
El caso del PRI de Alejandro “Alito” Moreno supone una historia más burda y maloliente. El “institucional” (nunca mejor ganado el mote) vio esfumarse dos millones de votos entre una elección y otra, en seis años. En agosto de 2019, “Alito” acudió a una encerrona con mandatarios estatales del PRI en la Casa de Gobierno de Toluca bajo la coordinación de su ahora adversario Alfredo del Mazo. De ahí salió como líder nacional del PRI, lo que le permitió dejar la gubernatura de Campeche, donde ya se acumulaban en su contra señalamientos de una corrupción galopante, con mansiones de herrajes chapados en oro, pista de boliche con estándares internacionales y otros caprichos que exhibió su sucesora, la morenista Layda Sansores.
De pronto, la señora Sansores -ella misma una mina de vergüenzas- suspendió las revelaciones contra Moreno por órdenes directas desde la Ciudad de México. A partir de entonces se validó la percepción de que el dirigente “opositor” hacía honor a su nuevo alias: “Amlito”. Él también tiene una senaduría garantizada, y acondiciona ya su oficina para cederla a su aliado, Rubén Moreira. Las previsiones apuntan a que el priismo se seguirá desangrando, tanto hacia Morena como hacia Movimiento Ciudadano. Y que posiblemente su desaparición coincida con el centenario de su fundación, en 2029.
El Partido de la Revolución Democrática (PRD) exhibía un proceso avanzado de putrefacción años antes de los comicios, pues sus principales facciones se enfrentaron por las sobras. La pugna incluyó a Jesús Zambrano, Jesús Ortega y Luis Cházaro, otrora aliados, lo mismo que al polémico exgobernador de Michoacán, Silvano Aureoles. Las arcas partidistas fueron vaciadas; sus cuentas bancarias quedaron congeladas durante varios meses por autoridades de diversos ámbitos. Y el nuevo arresto de Carlos Ahumada, alguna vez su mecenas, hará recordar viejas historias sórdidas. Apenas cumplidos los 35 años, el PRD perdió entre una elección y otra, 481,000 votos. Y, con ello, su registro. Nadie arrojará una lágrima.