PARIS, Francia – Por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, un partido ultra de extrema derecha alemán tienen grandes posibilidades de ingresar al Parlamento después de las elecciones legislativas del próximo domingo 24: a 6 días de esa cita con las urnas, Alternativa para Alemania (AfD) tiene entre 10 y 12% de intenciones de voto. Con esos resultados, superará el fatídico umbral de 5% necesario para ingresar al Bundestag.
Los desheredados del modelo económico de Merkel son los principales seguidores del AfD, que nació en 2013 como expresión de protesta —de hastío, de hartazgo— de un sector de la población frente al euro, la parálisis de la Unión Europea (UE), la crisis económica que se arrastra desde 2007 y las frustraciones que acumula un continente estancado y sin futuro visible.
La AfD “atrae a muchos postergados del sistema [y] a los perdedores de la reunificación”, sostienen Franco delle Donne y Andreu Jerez de Factor en su libro El retorno de la ultraderecha a Alemania.
Aunque stricto sensu no puede ser considerado como neonazi, porque no manifiesta ninguna nostalgia por el Tercer Reich y evita reivindicar su ideología, toda su prédica está basada en ideas racistas, xenófobas, hostiles al Islam y al millón de refugiados que llegaron al país desde 2015.
“Queremos la Alemania que heredamos de nuestros padres, no una Alemania multicultural”, suele proclamar Alexander Gauland, que co-dirige el partido con la candidata a la cancillería, Alice Weidel. “El islam no pertenece a Alemania”, insiste en medio de las aclamaciones de su público.
A pesar de su prudencia cuando se refiere al pasado, Gauland resbaló peligrosamente en un video difundido el 14 de septiembre cuando elogió a los soldados de la Wehrmacht. Esa declaración provocó una avalancha de críticas de los medios políticos, incluyendo una reacción del ministro de Justicia, Heiko Maas (socialdemócrata), que publicó en Twitter una foto del campo de concentración de Auschwitz afirmando que no había que olvidar “los crímenes cometidos por Alemania”.
El comportamiento del AfD en los tramos finales de la campaña tampoco es un modelo de democracia. En forma sistemática, grupos de militantes de AfD se dedican a silbar y abuchear los actos de Angela Merkel y a interrumpir los discursos de la canciller.
Su candidata a canciller, que no cesa de reclamar la expulsión de los refugiados indocumentados, acaba de ser sorprendida con las manos en la masa: el prestigioso semanario Die Zeitdescubrió que Alice Weidel, emplea en negro a una demandante de asilo siria.
Weidel estaba en el epicentro de una fuerte polémica desde que se supo que esa economista con idiomas, larga experiencia laboral en Asia y lesbiana confesa, paga sus impuestos en Alemania pero vive la mayor parte del año en la ciudad helvética de Biel con su compañera, una suiza nacida en Sri Lanka con la cual tienen dos hijos.
Aunque esas revelaciones mostraron que Weidel vive una realidad diferente a las ideas que proclama, no parece haber sido afectada por el escándalo.
Sin perder su optimismo por esas contrariedades, los dirigentes del partido no abandonaron el objetivo que se fijaron al comenzar la campaña electoral: convertirse el domingo en la tercera fuerza política del país.