/ viernes 25 de mayo de 2018

Votar con razón

"Tendemos a quedarnos con una miríada de ‘eslóganes y cancioncitas’ (acciones proselitistas y de persuasión político-ideológicas), creadas por los partidos políticos con el objetivo de que se queden en nuestra mente al momento de votar".

Por Diana L. Rouzaud

El mayor número de votantes en la próxima elección del 1 de julio están hartos de los partidos políticos. Así lo señalan la mayoría de los estudios, donde cualquier otra institución, sin excepción, tiene mayores índices de confianza. No es de extrañarse que el alto grado de competitividad pueda arrojar unos resultados estrechos entre las tres alianzas políticas más fuertes. En este contexto puede ser probable que se repita un escenario político electoral como las elecciones de 2006 o, peor aún, un escenario como las elecciones generales de Bolivia en 2002.

Ese desencanto y hartazgo político lleva a muchos ciudadanos a pensar en la posibilidad de no participar en la jornada electoral. Esa lógica, en particular, en los jóvenes que votan por primera vez, puede hacerlos asumir que, si no votan, no son responsables de las acciones de los representantes políticos. Pero realmente, eso es impreciso, porque no votar es apostarle al status quo.

En los antecedentes.

En 2016, Gran Bretaña realizó una consulta cuestionando si debía o no permanecer en la Unión Europea. El famoso Brexit. Los partidos tradicionales enfocaron sus baterías en electores mayores de 50 años que forman parte de su base electoral.

La concurrencia de los jóvenes a las urnas fue menor al 50% y la decisión de permanecer en la Unión Europea correspondió a los electores tradicionales.

Francisco Guerrero en su columna semanal “Punto de equilibrio” lo explica muy bien: “La ausencia de los millennials, absortos en sus elucubraciones virtuales, dejaron el escenario real a los viejos electores y con ello cancelaron sus oportunidades de empleo, educación, salud, líneas de crédito y, principalmente, su posibilidad de ser ciudadanos de la zona económica más importante del mundo”.

En México

En el país, los jóvenes representan el 40% del padrón electoral para los comicios del 1 de julio y tienen la capacidad de cambiar el rumbo de esta elección.

Día a día, los políticos toman decisiones. Cada vez es más frecuente que se revelen casos de corrupción de políticos y servidores públicos que se aprovechan de su puesto al cometer abusos desde sus diversas oficinas y, aunque cada caso es distinto, lo cierto es que son abusos personales que violentan la democracia.

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En la incipiente democracia mexicana, durante las precampañas y campañas políticas, los candidatos intentan dar razones por las cuales deberíamos depositarles nuestra confianza, el problema es que perdidos en dimes y diretes de una campaña es muy difícil que los ciudadanos hagamos conciencia de cuestiones mucho más importantes como lo es el nivel personal, es decir; la integridad, la ética y la moral de cada candidato.

Tendemos a quedarnos con una miríada de ‘eslóganes y cancioncitas’(acciones proselitistas y de persuasión político-ideológicas), creadas por los partidos políticos con el objetivo de que se queden en nuestra mente al momento de votar. Y eso, tristemente, dibuja una falsa imagen de los políticos que, en ocasiones, no tienen ni moral, ni ética, ni integridad, ni sabemos cómo se han conducido a lo largo de su vida, y terminan siendo actores sin escrúpulos sumergidos en corrupción o lavado de dinero.

El dilema

La salida más fácil: “No votemos” o lo más lamentable: “Votemos por el menos peor”. Para mí eso es, además de antiético, muy irresponsable y ciertamente un síntoma claro de una miopía política. Creo que la solución, aunque no es fácil, está al alcance de todos: un voto razonado con sentido personalizado, que nos deje satisfechos con nuestra decisión.

Hay que tener cuidado con los falsos dilemas de la imagen, el carisma o liderazgo de los candidatos, ya que esas características pueden ser moldeadas y manipuladas por las campañas de estrategia de los partidos políticos.  Por ello, lo más interesante es voltear un poco más hacia las historias personales y los perfiles de cada candidato como factores determinantes para votarles o descartarlos en la boleta. Si la esperanza con los partidos políticos ha llegado a su fin en el régimen político mexicano, y si una de las mayores preocupaciones es la falta de honestidad y transparencia en la política, aun sumados a los fenómenos de corrupción e impunidad y el espiral de violencia que permean en México, y en otros países de Latinoamérica, la respuesta está en los valores que caracterizan a las personas: su pasión, su sentido de responsabilidad, su mesura, su experiencia, su manera de conducirse en anteriores trincheras y, sobre todo, que su historial de vida sea el estilo de vida que queremos ver en cada político que nos represente.

Y, un contraargumento bien podría ser que es altamente improbable que cada uno de nosotros encontremos a un político que ‘encaje’ a la perfección con cada una de nuestras necesidades. Lo cierto es que lo más responsable es buscar individualmente qué es lo que más nos preocupa y compararlo con la carga programática que cada candidato tiene. Al final, la belleza de la democracia y del derecho a votar consiste en que los ciudadanos podemos cambiar de idea todos los días. El problema no es que un candidato poco calificado represente a un partido político; el verdadero problema es que una persona sin credenciales, sea nuestro máximo representante.

"Tendemos a quedarnos con una miríada de ‘eslóganes y cancioncitas’ (acciones proselitistas y de persuasión político-ideológicas), creadas por los partidos políticos con el objetivo de que se queden en nuestra mente al momento de votar".

Por Diana L. Rouzaud

El mayor número de votantes en la próxima elección del 1 de julio están hartos de los partidos políticos. Así lo señalan la mayoría de los estudios, donde cualquier otra institución, sin excepción, tiene mayores índices de confianza. No es de extrañarse que el alto grado de competitividad pueda arrojar unos resultados estrechos entre las tres alianzas políticas más fuertes. En este contexto puede ser probable que se repita un escenario político electoral como las elecciones de 2006 o, peor aún, un escenario como las elecciones generales de Bolivia en 2002.

Ese desencanto y hartazgo político lleva a muchos ciudadanos a pensar en la posibilidad de no participar en la jornada electoral. Esa lógica, en particular, en los jóvenes que votan por primera vez, puede hacerlos asumir que, si no votan, no son responsables de las acciones de los representantes políticos. Pero realmente, eso es impreciso, porque no votar es apostarle al status quo.

En los antecedentes.

En 2016, Gran Bretaña realizó una consulta cuestionando si debía o no permanecer en la Unión Europea. El famoso Brexit. Los partidos tradicionales enfocaron sus baterías en electores mayores de 50 años que forman parte de su base electoral.

La concurrencia de los jóvenes a las urnas fue menor al 50% y la decisión de permanecer en la Unión Europea correspondió a los electores tradicionales.

Francisco Guerrero en su columna semanal “Punto de equilibrio” lo explica muy bien: “La ausencia de los millennials, absortos en sus elucubraciones virtuales, dejaron el escenario real a los viejos electores y con ello cancelaron sus oportunidades de empleo, educación, salud, líneas de crédito y, principalmente, su posibilidad de ser ciudadanos de la zona económica más importante del mundo”.

En México

En el país, los jóvenes representan el 40% del padrón electoral para los comicios del 1 de julio y tienen la capacidad de cambiar el rumbo de esta elección.

Día a día, los políticos toman decisiones. Cada vez es más frecuente que se revelen casos de corrupción de políticos y servidores públicos que se aprovechan de su puesto al cometer abusos desde sus diversas oficinas y, aunque cada caso es distinto, lo cierto es que son abusos personales que violentan la democracia.

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En la incipiente democracia mexicana, durante las precampañas y campañas políticas, los candidatos intentan dar razones por las cuales deberíamos depositarles nuestra confianza, el problema es que perdidos en dimes y diretes de una campaña es muy difícil que los ciudadanos hagamos conciencia de cuestiones mucho más importantes como lo es el nivel personal, es decir; la integridad, la ética y la moral de cada candidato.

Tendemos a quedarnos con una miríada de ‘eslóganes y cancioncitas’(acciones proselitistas y de persuasión político-ideológicas), creadas por los partidos políticos con el objetivo de que se queden en nuestra mente al momento de votar. Y eso, tristemente, dibuja una falsa imagen de los políticos que, en ocasiones, no tienen ni moral, ni ética, ni integridad, ni sabemos cómo se han conducido a lo largo de su vida, y terminan siendo actores sin escrúpulos sumergidos en corrupción o lavado de dinero.

El dilema

La salida más fácil: “No votemos” o lo más lamentable: “Votemos por el menos peor”. Para mí eso es, además de antiético, muy irresponsable y ciertamente un síntoma claro de una miopía política. Creo que la solución, aunque no es fácil, está al alcance de todos: un voto razonado con sentido personalizado, que nos deje satisfechos con nuestra decisión.

Hay que tener cuidado con los falsos dilemas de la imagen, el carisma o liderazgo de los candidatos, ya que esas características pueden ser moldeadas y manipuladas por las campañas de estrategia de los partidos políticos.  Por ello, lo más interesante es voltear un poco más hacia las historias personales y los perfiles de cada candidato como factores determinantes para votarles o descartarlos en la boleta. Si la esperanza con los partidos políticos ha llegado a su fin en el régimen político mexicano, y si una de las mayores preocupaciones es la falta de honestidad y transparencia en la política, aun sumados a los fenómenos de corrupción e impunidad y el espiral de violencia que permean en México, y en otros países de Latinoamérica, la respuesta está en los valores que caracterizan a las personas: su pasión, su sentido de responsabilidad, su mesura, su experiencia, su manera de conducirse en anteriores trincheras y, sobre todo, que su historial de vida sea el estilo de vida que queremos ver en cada político que nos represente.

Y, un contraargumento bien podría ser que es altamente improbable que cada uno de nosotros encontremos a un político que ‘encaje’ a la perfección con cada una de nuestras necesidades. Lo cierto es que lo más responsable es buscar individualmente qué es lo que más nos preocupa y compararlo con la carga programática que cada candidato tiene. Al final, la belleza de la democracia y del derecho a votar consiste en que los ciudadanos podemos cambiar de idea todos los días. El problema no es que un candidato poco calificado represente a un partido político; el verdadero problema es que una persona sin credenciales, sea nuestro máximo representante.

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