/ domingo 12 de junio de 2022

Viñedos, poesía e historia

Pensador ha habido que asegure que la humanidad pasó de la barbarie a la civilización cuando descubrió el vino.

Los antiguos creían que la existencia del néctar de la vitis vinífera fue obra de Dionisus y Baco, a los que por ello se veneró y testimonió, en fiestas pletóricas, su abundante reconocimiento.

Poeta de los siglos XI y XII, el persa Omar Kayyam aconsejaba: “Los sabios no podrán enseñarte nunca nada, mas la caricia de unas negras pestañas de mujer te revelará la felicidad. No olvides que tus días sobre la tierra están contados, y que bien pronto volverás al polvo. Trae vino, busca un lugar al abrigo de importunos y deja que la vid te consuele.”

Es cosa cierta y sabida que los primeros viñedos de las Californias fueron cultivados por el jesuita hondureño Juan de Ugarte en San Francisco Javier Viggé-Biaundó, segunda de las misiones que durante setenta años sembrarían la civilización en la península, hasta las cuales llegó el vino, elemento imprescindible del culto religioso porque, de acuerdo con el texto bíblico, este elíxir es la “sangre de Cristo”.

En algunos de los establecimientos misionales se logró extender los cultivos, como en Comondú, donde ha persistido la tradición, hasta nuestros días, de elaborar, consumir y hasta comercializar en pequeño nivel un vino ingenuo y dulce, precisamente como para consagrar.

Y de aquí se extendió la sana y grata práctica de sembrar vides hasta las misiones dominicas de Baja California, en el norte peninsular, cuyas bodegas recreó el dibujante mexicano Jesús Helguera con escenas de monjes y monaguillos de la misión de Santo Tomás.

Así se hace constar en el panel de entrada del museo de la Vid y el Vino, en Ensenada, donde se lee: “El vino misional. El primer vino en Baja California. La vitivinicultura californiana inicia con las misiones jesuitas al sur de la península. En 1703, Juan de Ugarte hizo traer vitis vinífera o vid europea a la misión de nuestra señora de Loreto; en 1707 produce el primer vino de las Californias, y en los treinta estaba exportando 600 barricas de vino y brandy a Filipinas.”

También es verdad que la producción de las viñas californias fue limitada siempre por las restricciones que en este y otros sentidos impuso la Corona para evitar la competencia a los productos españoles.

Se sabe también que los nativos californios nunca tuvieron acceso al deleite del vino, lo mismo que les estaba prohibido montar caballos y manejar armas de fuego. Penosa condición de verdad, porque cualquiera puede dejar de montar a caballo o manejar armas de fuego…

De MD Vinos San Juan de los Planes (lo de MD se refiere a don Manuel Delgado, su propietario), la primera cepa fue sembrada hace algunos años, de la variedad Sauvignon Blanc. De entonces acá han sido plantadas otras variedades de tintos, blancos y de mesa. Diré sus nombres porque es otro placer mencionarlos: Tempranillo, Syrah (o Shiraz), Nebbiolo, Merlot, Malbec, el Sauvignon Blanc ya mencionado, Cabernet Sauvignon, Chardonay, Cabernet Franc, Superior, Red Globe, Princess, Crimson y Autumn Royal.

De tal manera congratula saber que algunas de estas variedades hayan retornado a la tierra de sus orígenes. En 2017, M. D. celebró el lanzamiento de su vino Cerralvo, elaborado con 40% de uva de San Juan de los Planes y 60% del valle de La Grulla, B. C.

Quizá conviene aprovechar de pasada la oportunidad de mencionar el error de utilizar el vocablo “vendimia” para referirse a la venta de telas, de pescado, de verduras y otras mercaderías. Vendimia es, sí, recolección y cosecha de la uva, tiempo en que éstas son hechas y, por extensión, provecho o fruto abundante que se obtiene de algo. Todo esto, menos la expedición de mercancías. (En el antiguo reglamento estatal de Tránsito del Estado de Baja California Sur, el artículo 81 prohibía “que en las calles y en las aceras se instalen puestos o vendimias...” O sea que nadie debía recolectar o cosechar uvas en esos lugares.)

Termino con otros dos pensamientos de Omar Kayyam, que vienen muy a propósito:

“De la felicidad no conocemos sino el nombre. Nuestro más viejo
amigo es el vino nuevo. Acaricia con tus ojos y tus manos el único
bien verdadero: el ánfora llena del jugo de la vid. Trae vino, coge un laúd,
y deja que sus modulaciones nos recuerden las de la brisa que pasa…,
como nosotros.”

Pensador ha habido que asegure que la humanidad pasó de la barbarie a la civilización cuando descubrió el vino.

Los antiguos creían que la existencia del néctar de la vitis vinífera fue obra de Dionisus y Baco, a los que por ello se veneró y testimonió, en fiestas pletóricas, su abundante reconocimiento.

Poeta de los siglos XI y XII, el persa Omar Kayyam aconsejaba: “Los sabios no podrán enseñarte nunca nada, mas la caricia de unas negras pestañas de mujer te revelará la felicidad. No olvides que tus días sobre la tierra están contados, y que bien pronto volverás al polvo. Trae vino, busca un lugar al abrigo de importunos y deja que la vid te consuele.”

Es cosa cierta y sabida que los primeros viñedos de las Californias fueron cultivados por el jesuita hondureño Juan de Ugarte en San Francisco Javier Viggé-Biaundó, segunda de las misiones que durante setenta años sembrarían la civilización en la península, hasta las cuales llegó el vino, elemento imprescindible del culto religioso porque, de acuerdo con el texto bíblico, este elíxir es la “sangre de Cristo”.

En algunos de los establecimientos misionales se logró extender los cultivos, como en Comondú, donde ha persistido la tradición, hasta nuestros días, de elaborar, consumir y hasta comercializar en pequeño nivel un vino ingenuo y dulce, precisamente como para consagrar.

Y de aquí se extendió la sana y grata práctica de sembrar vides hasta las misiones dominicas de Baja California, en el norte peninsular, cuyas bodegas recreó el dibujante mexicano Jesús Helguera con escenas de monjes y monaguillos de la misión de Santo Tomás.

Así se hace constar en el panel de entrada del museo de la Vid y el Vino, en Ensenada, donde se lee: “El vino misional. El primer vino en Baja California. La vitivinicultura californiana inicia con las misiones jesuitas al sur de la península. En 1703, Juan de Ugarte hizo traer vitis vinífera o vid europea a la misión de nuestra señora de Loreto; en 1707 produce el primer vino de las Californias, y en los treinta estaba exportando 600 barricas de vino y brandy a Filipinas.”

También es verdad que la producción de las viñas californias fue limitada siempre por las restricciones que en este y otros sentidos impuso la Corona para evitar la competencia a los productos españoles.

Se sabe también que los nativos californios nunca tuvieron acceso al deleite del vino, lo mismo que les estaba prohibido montar caballos y manejar armas de fuego. Penosa condición de verdad, porque cualquiera puede dejar de montar a caballo o manejar armas de fuego…

De MD Vinos San Juan de los Planes (lo de MD se refiere a don Manuel Delgado, su propietario), la primera cepa fue sembrada hace algunos años, de la variedad Sauvignon Blanc. De entonces acá han sido plantadas otras variedades de tintos, blancos y de mesa. Diré sus nombres porque es otro placer mencionarlos: Tempranillo, Syrah (o Shiraz), Nebbiolo, Merlot, Malbec, el Sauvignon Blanc ya mencionado, Cabernet Sauvignon, Chardonay, Cabernet Franc, Superior, Red Globe, Princess, Crimson y Autumn Royal.

De tal manera congratula saber que algunas de estas variedades hayan retornado a la tierra de sus orígenes. En 2017, M. D. celebró el lanzamiento de su vino Cerralvo, elaborado con 40% de uva de San Juan de los Planes y 60% del valle de La Grulla, B. C.

Quizá conviene aprovechar de pasada la oportunidad de mencionar el error de utilizar el vocablo “vendimia” para referirse a la venta de telas, de pescado, de verduras y otras mercaderías. Vendimia es, sí, recolección y cosecha de la uva, tiempo en que éstas son hechas y, por extensión, provecho o fruto abundante que se obtiene de algo. Todo esto, menos la expedición de mercancías. (En el antiguo reglamento estatal de Tránsito del Estado de Baja California Sur, el artículo 81 prohibía “que en las calles y en las aceras se instalen puestos o vendimias...” O sea que nadie debía recolectar o cosechar uvas en esos lugares.)

Termino con otros dos pensamientos de Omar Kayyam, que vienen muy a propósito:

“De la felicidad no conocemos sino el nombre. Nuestro más viejo
amigo es el vino nuevo. Acaricia con tus ojos y tus manos el único
bien verdadero: el ánfora llena del jugo de la vid. Trae vino, coge un laúd,
y deja que sus modulaciones nos recuerden las de la brisa que pasa…,
como nosotros.”