/ domingo 28 de noviembre de 2021

Un ballenero, una salina, un pueblo californio

El 28 de noviembre de 1858, el barco ballenero Black Warrior entró a una de las lagunas septentrionales del Pacífico sur californiano, donde se dedicó, como era costumbre de esos depredadores norteamericanos, a la matanza indiscriminada de los cetáceos que arribaban desde el ártico, como hasta hoy, a alimentarse, aparearse y parir en aguas más cálidas.

Después de cruzar la barra, el fuerte oleaje lo batió abriéndole la quilla. La actual población salinera de Guerrero Negro, ubicada en las márgenes de las lagunas Manuela y Ojo de Liebre, tomó de aquella nave su nombre castellanizado.

Ahí se formó, desde 1954, una sociedad integrada por directivos, empleados, trabajadores y familiares de las sucesivas empresas que han ido creando la mayor industria productora de sal del mundo, de 33 mil hectáreas donde se producen 7 millones de toneladas al año, sin daño ecológico alguno, para abastecer a la industria y la gastronomía de buena parte del planeta.

Se halla en el extremo norte del municipio de Mulegé, Baja California Sur, con aproximadamente 16,000 habitantes (en 2021) de los cuales 1,600 trabajan en la compañía Exportadora de Sal (ESSA).

Un bien elaborado videograma (Universidad Autónoma de Baja California Sur, campus Guerrero Negro, licenciatura de Turismo alternativo) del 9 de diciembre de 2011, redactado por Humberto Zaragoza y mejor narrado por Ana Isabel Razo, empieza preguntándose “¿Quién podría imaginar que para los ojos de muchos, esto sólo sería un desolado páramo carente de virtud? La aridez de sus tierras y contrastantes ecosistemas no sólo son los que dan identidad al sitio.

“Monumentales mamíferos que anualmente emprenden su odisea sólo para conservar su existencia, encuentran el sitio sustentador de vida para miles de su especie y muchas otras.”

Hablamos de alrededor de 2 mil cetáceos que viajan desde el Ártico, aproximadamente 10,000 kilómetros.

Además de “especies [terrestres] emblemáticas [y alrededor de 150 mil aves] que han encontrado la manera de lograr y compartir su hogar que por herencia les corresponde.

“Su habilidad y gracia no los salvó de lo que parecía su inminente extinción, al ser cazados deliberadamente como parte de la dieta de sus nuevos moradores, causando un desequilibrio que afecta a todos, pues todo se relaciona.

“Atraídos por vastas extensiones de un mineral formado por viento, mar y Sol, factores que conciben oro blanco fosilizado por el paso del tiempo, mineral que es fuente que hace florecer la joven historia de un pueblo.

“Sus habitantes son más antiguos que sus moradores humanos, testigos mudos de la naciente historia de su pueblo, pueblo que se ha forjado por el sudor, el dolor y sufrimiento de su gente, quedando sólo los vestigios fantasmales de ello.

“Su sabor es concebido por el mar, moldeado y acentuado por su gente. Especies poco comunes son convertidas en manjares, dignos de cualquiera que los sepa apreciar.

“Marismas, hogar de muchas especies, montículos de fina arenisca que el viento mece en su cambiante paisaje, paisaje que tiene vida, flora y fauna que es el estandarte de su pueblo, pueblo joven con una sed de conciencia y sensibilidad, con un potencial oculto reservado para aquellos que expanden su mente y elevan su conciencia.”

Tal es su importancia, que el gobierno mexicano declaró santuario de la ballena gris a la laguna Ojo de Liebre en 1972, y la UNESCO (por promoción de Miguel León-Portilla, embajador de México en ese organismo) designó Patrimonio de la Humanidad a la reserva de la biósfera de la zona de Sebastián Vizcaíno, de 2 millones 546,790 hectáreas, en la cual queda comprendida la enorme región de Guerrero Negro.

El 28 de noviembre de 1858, el barco ballenero Black Warrior entró a una de las lagunas septentrionales del Pacífico sur californiano, donde se dedicó, como era costumbre de esos depredadores norteamericanos, a la matanza indiscriminada de los cetáceos que arribaban desde el ártico, como hasta hoy, a alimentarse, aparearse y parir en aguas más cálidas.

Después de cruzar la barra, el fuerte oleaje lo batió abriéndole la quilla. La actual población salinera de Guerrero Negro, ubicada en las márgenes de las lagunas Manuela y Ojo de Liebre, tomó de aquella nave su nombre castellanizado.

Ahí se formó, desde 1954, una sociedad integrada por directivos, empleados, trabajadores y familiares de las sucesivas empresas que han ido creando la mayor industria productora de sal del mundo, de 33 mil hectáreas donde se producen 7 millones de toneladas al año, sin daño ecológico alguno, para abastecer a la industria y la gastronomía de buena parte del planeta.

Se halla en el extremo norte del municipio de Mulegé, Baja California Sur, con aproximadamente 16,000 habitantes (en 2021) de los cuales 1,600 trabajan en la compañía Exportadora de Sal (ESSA).

Un bien elaborado videograma (Universidad Autónoma de Baja California Sur, campus Guerrero Negro, licenciatura de Turismo alternativo) del 9 de diciembre de 2011, redactado por Humberto Zaragoza y mejor narrado por Ana Isabel Razo, empieza preguntándose “¿Quién podría imaginar que para los ojos de muchos, esto sólo sería un desolado páramo carente de virtud? La aridez de sus tierras y contrastantes ecosistemas no sólo son los que dan identidad al sitio.

“Monumentales mamíferos que anualmente emprenden su odisea sólo para conservar su existencia, encuentran el sitio sustentador de vida para miles de su especie y muchas otras.”

Hablamos de alrededor de 2 mil cetáceos que viajan desde el Ártico, aproximadamente 10,000 kilómetros.

Además de “especies [terrestres] emblemáticas [y alrededor de 150 mil aves] que han encontrado la manera de lograr y compartir su hogar que por herencia les corresponde.

“Su habilidad y gracia no los salvó de lo que parecía su inminente extinción, al ser cazados deliberadamente como parte de la dieta de sus nuevos moradores, causando un desequilibrio que afecta a todos, pues todo se relaciona.

“Atraídos por vastas extensiones de un mineral formado por viento, mar y Sol, factores que conciben oro blanco fosilizado por el paso del tiempo, mineral que es fuente que hace florecer la joven historia de un pueblo.

“Sus habitantes son más antiguos que sus moradores humanos, testigos mudos de la naciente historia de su pueblo, pueblo que se ha forjado por el sudor, el dolor y sufrimiento de su gente, quedando sólo los vestigios fantasmales de ello.

“Su sabor es concebido por el mar, moldeado y acentuado por su gente. Especies poco comunes son convertidas en manjares, dignos de cualquiera que los sepa apreciar.

“Marismas, hogar de muchas especies, montículos de fina arenisca que el viento mece en su cambiante paisaje, paisaje que tiene vida, flora y fauna que es el estandarte de su pueblo, pueblo joven con una sed de conciencia y sensibilidad, con un potencial oculto reservado para aquellos que expanden su mente y elevan su conciencia.”

Tal es su importancia, que el gobierno mexicano declaró santuario de la ballena gris a la laguna Ojo de Liebre en 1972, y la UNESCO (por promoción de Miguel León-Portilla, embajador de México en ese organismo) designó Patrimonio de la Humanidad a la reserva de la biósfera de la zona de Sebastián Vizcaíno, de 2 millones 546,790 hectáreas, en la cual queda comprendida la enorme región de Guerrero Negro.