/ domingo 21 de junio de 2020

Turismo, cultura y economía en California Sur

La zona donde desde hace algunos años crece el núcleo turístico de Cabo San Lucas, en el estado mexicano de Baja California Sur, fue habitada originalmente por el grupo pericú (de los tres que poblaron la península noroccidental del país), que formó parte de la migración asiática que penetró a nuestro continente por el estrecho de Bering.

Su descubrimiento por la parte europea lo realizó Hernán Cortés al avistar el cabo en 1535; ello se evidencia en el mapa que fue levantado en aquella ocasión. A resultas de una de las incursiones por tierra desde Santa Cruz (hoy La Paz) dispuestas por el propio Conquistador, el extremo cabeño recibió el nombre de Cabo California, primer lugar del planeta en recibir dicha denominación, tomada de Las Sergas de Esplandián, novela caballeresca de principios del siglo XVI con que los exploradores

Españoles quisieron identificar la tierra nuevamente descubierta.

Ésta ha sido una aportación reciente de Carlos Lazcano Sahagún, quien hizo tal hallazgo en minuciosas búsquedas cartográficas que mucho hemos celebrado los que nos dedicamos a los asuntos californianos, especialmente aquellos que continúan en espera de esclarecimiento.

Al poco tiempo de haber regresado a la capital de Nueva España, e inconforme con los resultados infructuosos de la empresa californiana que abonaran a su prestigio y economía, Cortés ordenó a Francisco de Ulloa una exploración más amplia. Salió éste de Acapulco el 8 de julio de 1539 y siguió hasta la desembocadura del río Colorado, regresó al sur por la costa oriental de la península y el 9 de noviembre arribó al extremo meridional californiano, al que bautizó con el nombre que desde entonces lleva.

De tal manera, el cabo de San Lucas se encuentra ya en las primeras relaciones que comenzaron a aparecer a partir de esa primera mitad del siglo XVI, y desde el principio adquirió para el virreinato una relevante significación estratégica que se acrecentó con la apertura de la ruta de la nao de China (o galeón de Filipinas) entre Acapulco y Manila.

Llamado Yenecamú en lengua nativa, el que fuera pequeño paraje de pescadores durante mucho tiempo, tomó nueva importancia merced a la actividad turística e inmobiliaria en los años recientes, por la serie de evidentes atractivos que ofrece a visitantes e inversionistas.

El 13 de diciembre de 1976 alcanzó la categoría de delegación municipal, y el de ciudad el día de la Bandera Nacional (para confirmar su pertenencia) de 1987, rangos que esa emprendedora comunidad se ha ganado mediante un productivo afán y con espíritu progresista indiscutible.

Ser un lugar de tan enorme impulso turístico y económico en general ha acarreado a Cabo San Lucas extraordinarios riesgos y desafíos en materias cultural, social y financiera. En este sentido es de creerse que los procesos de transculturación pueden producirse sin constituir problema alguno; sólo cuando el fenómeno de transmisión cultural tiene escenario donde una sociedad domina sobre otra, es cuando hablamos ya de “aculturación”, y éste parece el vocablo que mejor describe lo que ha venido siendo motivo de justificadas preocupaciones en esta California del Sur, cuyos pobladores forman, aparentemente, la contraparte más vulnerable de la relación que se está dando entre tres formas de pensar y sentir el mundo; la regional, la nacional y la extranjera.

La nuestra, para perdurar y crecer ha de nutrirse en el contacto con otras culturas, en función de que tenga capacidad y disposición para ir a su encuentro, para dialogar y confrontarse con ellas.

Otros espacios calisureños están afrontando fenómenos similares, como La Paz y Loreto, aunque quizá en menor medida, pero el caso de Cabo San Lucas es, a juicio de muchos, el que debiera ser objeto de mayor preocupación, estudios y estrategias adecuadas.

Sabemos que en el seno de la colectividad sanluqueña se produce ya un trabajo cultural considerable que habrá que apoyar y alentar.

El tono de esta visión es, desde luego, optimista, en cuanto a que ha de pensarse en la potencia y la riqueza de nuestra cultura e identidad, para que dejemos de considerarnos o de ser –si es que lo somos- la parte endeble del encuentro con el otro; para que con él establezcamos un diálogo fértil y no nos limitemos a escuchar y atender servilmente su monólogo. A fin de que la comunicación y el contacto con los demás aseguren nuestra soberanía e independencia.

Para que nos transformemos y podamos, así, seguir siendo nosotros mismos.

La zona donde desde hace algunos años crece el núcleo turístico de Cabo San Lucas, en el estado mexicano de Baja California Sur, fue habitada originalmente por el grupo pericú (de los tres que poblaron la península noroccidental del país), que formó parte de la migración asiática que penetró a nuestro continente por el estrecho de Bering.

Su descubrimiento por la parte europea lo realizó Hernán Cortés al avistar el cabo en 1535; ello se evidencia en el mapa que fue levantado en aquella ocasión. A resultas de una de las incursiones por tierra desde Santa Cruz (hoy La Paz) dispuestas por el propio Conquistador, el extremo cabeño recibió el nombre de Cabo California, primer lugar del planeta en recibir dicha denominación, tomada de Las Sergas de Esplandián, novela caballeresca de principios del siglo XVI con que los exploradores

Españoles quisieron identificar la tierra nuevamente descubierta.

Ésta ha sido una aportación reciente de Carlos Lazcano Sahagún, quien hizo tal hallazgo en minuciosas búsquedas cartográficas que mucho hemos celebrado los que nos dedicamos a los asuntos californianos, especialmente aquellos que continúan en espera de esclarecimiento.

Al poco tiempo de haber regresado a la capital de Nueva España, e inconforme con los resultados infructuosos de la empresa californiana que abonaran a su prestigio y economía, Cortés ordenó a Francisco de Ulloa una exploración más amplia. Salió éste de Acapulco el 8 de julio de 1539 y siguió hasta la desembocadura del río Colorado, regresó al sur por la costa oriental de la península y el 9 de noviembre arribó al extremo meridional californiano, al que bautizó con el nombre que desde entonces lleva.

De tal manera, el cabo de San Lucas se encuentra ya en las primeras relaciones que comenzaron a aparecer a partir de esa primera mitad del siglo XVI, y desde el principio adquirió para el virreinato una relevante significación estratégica que se acrecentó con la apertura de la ruta de la nao de China (o galeón de Filipinas) entre Acapulco y Manila.

Llamado Yenecamú en lengua nativa, el que fuera pequeño paraje de pescadores durante mucho tiempo, tomó nueva importancia merced a la actividad turística e inmobiliaria en los años recientes, por la serie de evidentes atractivos que ofrece a visitantes e inversionistas.

El 13 de diciembre de 1976 alcanzó la categoría de delegación municipal, y el de ciudad el día de la Bandera Nacional (para confirmar su pertenencia) de 1987, rangos que esa emprendedora comunidad se ha ganado mediante un productivo afán y con espíritu progresista indiscutible.

Ser un lugar de tan enorme impulso turístico y económico en general ha acarreado a Cabo San Lucas extraordinarios riesgos y desafíos en materias cultural, social y financiera. En este sentido es de creerse que los procesos de transculturación pueden producirse sin constituir problema alguno; sólo cuando el fenómeno de transmisión cultural tiene escenario donde una sociedad domina sobre otra, es cuando hablamos ya de “aculturación”, y éste parece el vocablo que mejor describe lo que ha venido siendo motivo de justificadas preocupaciones en esta California del Sur, cuyos pobladores forman, aparentemente, la contraparte más vulnerable de la relación que se está dando entre tres formas de pensar y sentir el mundo; la regional, la nacional y la extranjera.

La nuestra, para perdurar y crecer ha de nutrirse en el contacto con otras culturas, en función de que tenga capacidad y disposición para ir a su encuentro, para dialogar y confrontarse con ellas.

Otros espacios calisureños están afrontando fenómenos similares, como La Paz y Loreto, aunque quizá en menor medida, pero el caso de Cabo San Lucas es, a juicio de muchos, el que debiera ser objeto de mayor preocupación, estudios y estrategias adecuadas.

Sabemos que en el seno de la colectividad sanluqueña se produce ya un trabajo cultural considerable que habrá que apoyar y alentar.

El tono de esta visión es, desde luego, optimista, en cuanto a que ha de pensarse en la potencia y la riqueza de nuestra cultura e identidad, para que dejemos de considerarnos o de ser –si es que lo somos- la parte endeble del encuentro con el otro; para que con él establezcamos un diálogo fértil y no nos limitemos a escuchar y atender servilmente su monólogo. A fin de que la comunicación y el contacto con los demás aseguren nuestra soberanía e independencia.

Para que nos transformemos y podamos, así, seguir siendo nosotros mismos.