/ domingo 20 de junio de 2021

Todos nacemos pobres

El título de esta nota queda validado por la certeza incuestionable de que, sin excepción, llegamos a la vida absolutamente desnudos, sin nada en verdad nuestro, ni siquiera la tela con que alguien envuelve amorosa o piadosamente nuestro pequeño organismo, porque es suya aunque nos sea obsequiada con generosidad.

Y a partir de entonces comienza la tarea personal e intransferible de procurarnos aquello que requerimos para continuar subsistiendo, sobre la base del legado genético como el temperamento y la vocación, entre todo lo demás que participa en nuestra constitución física de forma ineludible, aunque hay razones para creer que, en algún momento del porvenir, el genoma humano podrá ser manipulable.

(Confucio aconsejaba que cada quien eligiese una ocupación que le gustara, para quedar eximido de trabajar durante su vida, lo cual enfatiza la importancia de la vocación, primordial para laborar con agrado y sin ataduras de horarios.)

Así, lo que sigue es tarea exclusivamente nuestra para superar la ingente pobreza con que llegamos. Algunos, presumiblemente afortunados, reciben herencias en bienes económicos y materiales, pero esas quedan fuera de la búsqueda y el logro de los propios recursos existenciales, aquellos que otorgan algún sentido a la vida y la hacen en cierta manera justificable y digna.

Estamos en libertad de optar por el trabajo, el tesón y el conocimiento, o por la holgazanería, la dependencia de la voluntad de otros, así como por el riesgo que conlleva la apropiación de la pertenencia ajena o la violación de otras normas.

En el primer caso, es función ineludible del estado la procuración y disposición de oportunidades para que los gobernados estén en aptitud de acceder a la propia superación de su natal pobreza, como ya se dijo, a través del empeño, el estudio y la capacitación.

La cultura latinoamericana fue cimentada en general por el criterio, básicamente religioso, de que la pobreza (económica y espiritual) es una virtud, y los regímenes populistas saben aprovechar muy bien el consecuente desamparo colectivo para prohijar sumisión, dependencia y sometimiento.

La civilización estadounidense, por el contrario, formada en la convicción calvinista, se sustenta en factores que legitiman el éxito en el emprendimiento, y algunos autores quieren ver en ello el origen del capitalismo, cuya razón de ser hace indispensables la libertad, la democracia y el estado de derecho.

Y hay que ver el grado disímil de desarrollo socioeconómico de cada uno de ambos mundos, aunque los dos pertenezcan al mismo continente.

Pobreza es carencia, pero de ningún modo debería ser fatalidad. A pesar de esto, Alice Krozer (Nexos, 27-08-2019), en su artículo “La mentira de la meritocracia: para ser rico hay que nacer rico”, hace saber: “Los reportes científicos confirman que aun con todo el esfuerzo que la gente pudiera invertir, el 74% de las personas que nacen en pobreza en México nunca salen de ella…”

Un texto de Arturo Ordaz Díaz (Forbes, 13-12-2019) informa que “A nivel nacional, 7 de cada 10 mexicanos que nacen pobres no logran superar esa condición a lo largo de su vida”, y cita al respecto el estudio de Movilidad Social en la Ciudad de México 2019 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY).

“En el caso del sur de México –dice más adelante-- el índice aumenta, ya que en esa zona, 86% de la población que nació en hogares pobres permaneció en esa situación a lo largo de su vida”, de acuerdo con el mismo estudio.

El 9 de febrero de este 2021, el Consejo Nacional de Evaluación (Coneval) presentó el Informe de evaluación de la política de desarrollo social 2020, donde calcula 70.9 millones de pobres por ingreso, 56.7 % de la población.

En contraste, tres años antes 61.1 millones de mexicanos se hallaban por debajo de la línea de pobreza, y era 48.8 % del total de habitantes: o sea que en ese lapso ha habido un incremento de pobres de casi 8 por ciento (cerca de 10 millones).

En fechas recientes, la prédica presidencial ha ensalzado la pobreza y vituperado al mexicano que logra o pretende rebasarla por los propios medios y aspira a crecer con sus fortalezas y sobre sus debilidades: “aspiracionistas”, los llama, como parte de una “administración de las antipatías” como apunta Jesús Silva-Herzog.

¿Será que debemos habituarnos a vivir en una “democracia de la incompetencia, mediocridad e impunidad”, como aseveró Luis Carlos Ugalde en una entrevista con Ciro Gómez Leyva hace pocos días…?

Quizá eso ayude otro poco a explicar el nivel de aceptación que aún conserva el inquilino gratuito de Palacio Nacional en considerable porcentaje de los aproximadamente 129 millones de habitantes de este país.

El título de esta nota queda validado por la certeza incuestionable de que, sin excepción, llegamos a la vida absolutamente desnudos, sin nada en verdad nuestro, ni siquiera la tela con que alguien envuelve amorosa o piadosamente nuestro pequeño organismo, porque es suya aunque nos sea obsequiada con generosidad.

Y a partir de entonces comienza la tarea personal e intransferible de procurarnos aquello que requerimos para continuar subsistiendo, sobre la base del legado genético como el temperamento y la vocación, entre todo lo demás que participa en nuestra constitución física de forma ineludible, aunque hay razones para creer que, en algún momento del porvenir, el genoma humano podrá ser manipulable.

(Confucio aconsejaba que cada quien eligiese una ocupación que le gustara, para quedar eximido de trabajar durante su vida, lo cual enfatiza la importancia de la vocación, primordial para laborar con agrado y sin ataduras de horarios.)

Así, lo que sigue es tarea exclusivamente nuestra para superar la ingente pobreza con que llegamos. Algunos, presumiblemente afortunados, reciben herencias en bienes económicos y materiales, pero esas quedan fuera de la búsqueda y el logro de los propios recursos existenciales, aquellos que otorgan algún sentido a la vida y la hacen en cierta manera justificable y digna.

Estamos en libertad de optar por el trabajo, el tesón y el conocimiento, o por la holgazanería, la dependencia de la voluntad de otros, así como por el riesgo que conlleva la apropiación de la pertenencia ajena o la violación de otras normas.

En el primer caso, es función ineludible del estado la procuración y disposición de oportunidades para que los gobernados estén en aptitud de acceder a la propia superación de su natal pobreza, como ya se dijo, a través del empeño, el estudio y la capacitación.

La cultura latinoamericana fue cimentada en general por el criterio, básicamente religioso, de que la pobreza (económica y espiritual) es una virtud, y los regímenes populistas saben aprovechar muy bien el consecuente desamparo colectivo para prohijar sumisión, dependencia y sometimiento.

La civilización estadounidense, por el contrario, formada en la convicción calvinista, se sustenta en factores que legitiman el éxito en el emprendimiento, y algunos autores quieren ver en ello el origen del capitalismo, cuya razón de ser hace indispensables la libertad, la democracia y el estado de derecho.

Y hay que ver el grado disímil de desarrollo socioeconómico de cada uno de ambos mundos, aunque los dos pertenezcan al mismo continente.

Pobreza es carencia, pero de ningún modo debería ser fatalidad. A pesar de esto, Alice Krozer (Nexos, 27-08-2019), en su artículo “La mentira de la meritocracia: para ser rico hay que nacer rico”, hace saber: “Los reportes científicos confirman que aun con todo el esfuerzo que la gente pudiera invertir, el 74% de las personas que nacen en pobreza en México nunca salen de ella…”

Un texto de Arturo Ordaz Díaz (Forbes, 13-12-2019) informa que “A nivel nacional, 7 de cada 10 mexicanos que nacen pobres no logran superar esa condición a lo largo de su vida”, y cita al respecto el estudio de Movilidad Social en la Ciudad de México 2019 del Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY).

“En el caso del sur de México –dice más adelante-- el índice aumenta, ya que en esa zona, 86% de la población que nació en hogares pobres permaneció en esa situación a lo largo de su vida”, de acuerdo con el mismo estudio.

El 9 de febrero de este 2021, el Consejo Nacional de Evaluación (Coneval) presentó el Informe de evaluación de la política de desarrollo social 2020, donde calcula 70.9 millones de pobres por ingreso, 56.7 % de la población.

En contraste, tres años antes 61.1 millones de mexicanos se hallaban por debajo de la línea de pobreza, y era 48.8 % del total de habitantes: o sea que en ese lapso ha habido un incremento de pobres de casi 8 por ciento (cerca de 10 millones).

En fechas recientes, la prédica presidencial ha ensalzado la pobreza y vituperado al mexicano que logra o pretende rebasarla por los propios medios y aspira a crecer con sus fortalezas y sobre sus debilidades: “aspiracionistas”, los llama, como parte de una “administración de las antipatías” como apunta Jesús Silva-Herzog.

¿Será que debemos habituarnos a vivir en una “democracia de la incompetencia, mediocridad e impunidad”, como aseveró Luis Carlos Ugalde en una entrevista con Ciro Gómez Leyva hace pocos días…?

Quizá eso ayude otro poco a explicar el nivel de aceptación que aún conserva el inquilino gratuito de Palacio Nacional en considerable porcentaje de los aproximadamente 129 millones de habitantes de este país.