/ domingo 11 de abril de 2021

República de triunfadores

Al término de la presente pesadilla sexenal tendremos que reemprender con nuevo y mayor afán el antiguo proyecto de convertir a esta nación en república de éxitos, más de dos centenarios después de haber surgido a la vida independiente.

Estructurada en la XIX centuria y construida en el siglo XX, una vez que haya traspuesto el umbral del primer cuarto del presente siglo habrá que asumir el objetivo posible de colocarla en el nivel de los países del primer mundo, hacia donde demostrablemente nos dirigíamos antes del 1 de diciembre de 2018.

Pero para ello deberán ocurrir previamente muchas cosas.

De modo imprescindible, ejercer acciones decisivas que permitan desbrozar a México de los perversos intereses que se han opuesto al desarrollo deseable y urgente de la educación, la ciencia y la tecnología, materias vitales e insoslayablemente iniciales de toda intención innovadora.

Dejar de ser el nuestro un País de mentiras, como se titula uno de los libros de la escritora mexicana Sara Sefchovich (Océano, 2008), donde con fundada indignación habla de que la génesis de los males que sufre México está en ocultar o disfrazar la verdad en todos los espacios de su vida pública y privada.

Enfrentar el requerimiento de deshacernos de las creencias de cuestionable validez histórica que han nutrido a nuestro “saber” sobre el pasado nacional, enajenando la conciencia colectiva al grado de hacernos pensar, entre otras muchas falacias, que las causas de nuestro subdesarrollo están en factores externos sin hurgar dentro de nosotros mismos.

Al respecto, Francisco Martín Moreno, autor de una catorcena de libros, el primero de los cuales fue México negro (J. Mortiz, 1986), en su blog se preguntaba si los mexicanos estamos insatisfechos “de ser un país atrasado a pesar de tantos talentos desperdiciados…”

De todo ello deberemos hacer las debidas reflexiones, bajo la máxima de Platón de que el negocio público primordial es la educación. Por ahí empiezan las soluciones a todos los problemas y la satisfacción a todas las necesidades, individuales y sociales.

La educación mexicana sufre severos rezagos que la ausencia de visión a largo plazo impide remontar. Tal parece que la función educativa en este país se reduce casi exclusivamente a formar mano de obra, cada vez más barata, en tanto que se deja en segundo término el trabajo intelectual, que cada vez resulta más apreciado en todas partes.

Insistimos en que hace ya muchos años que urge una renovación radical del anacrónico, obsoleto e improductivo sistema educativo mexicano. En términos generales, la escuela de nuestro país se ha dedicado, desde la época colonial, a ser simple retransmisora del conocimiento adquirido por otros, sin hacer contribuciones de importancia. Desde esos lejanos tiempos hasta la actualidad, los maestros han tenido la tarea casi única de hacer llegar a sus alumnos la información ya digerida de los libros que están a su alcance.

Desde siempre, nuestro sistema educativo ha privilegiado el aprendizaje memorístico en vez de alentar el razonamiento, la imaginación, la creatividad y el impulso natural de producción del aprendiente. Como consecuencia se ha carecido de aliento a la investigación y, por supuesto, hemos terminado por ser totalmente subordinados en todas las áreas del desarrollo: tecnológica, filosófica, deportiva, industrial y las demás.

Quizá todo esto tiene que ver con las altas tasas delincuenciales, de narcoevasionismo, desempleo y emigración ilegal, gusto antiestético generalizado, hacinamientos urbanos, contaminación y todo el escalofriante conjunto de males que mantienen postrada a nuestra sociedad.

Es decir que sólo una estructura educativa idónea, capaz de provocar la búsqueda y aplicación del conocimiento innovador, permitirá ponernos en el camino de transformaciones económicas, culturales y sociales del que hoy nos hallamos lejos todavía.

La presente tragedia chino-viral nos ha puesto en camino de modificar concepciones, criterios, métodos y técnicas en tal materia, y ofrece oportunidad de actualizarnos en un mundo de transformaciones en serio, más allá de las cuatro que el régimen actual ha tomado de modelo para pretender enquistarnos en un pretérito que remontamos hace ya mucho tiempo.

Bien por el candidato que convoque a reconstruir para los mexicanos un país de triunfadores; muchos creemos que es hora ya de dar a esta patria el lugar que debe tener entre las primeras del mundo, para dejar atrás el pasado vergonzante de mediocridad, ignorancia, indolencia, latrocinio oficial y privado y todas las demás lacras que obstaculizan nuestro crecimiento.

Para tener éxito.

Pero antes hay mucho por despejar.

Al término de la presente pesadilla sexenal tendremos que reemprender con nuevo y mayor afán el antiguo proyecto de convertir a esta nación en república de éxitos, más de dos centenarios después de haber surgido a la vida independiente.

Estructurada en la XIX centuria y construida en el siglo XX, una vez que haya traspuesto el umbral del primer cuarto del presente siglo habrá que asumir el objetivo posible de colocarla en el nivel de los países del primer mundo, hacia donde demostrablemente nos dirigíamos antes del 1 de diciembre de 2018.

Pero para ello deberán ocurrir previamente muchas cosas.

De modo imprescindible, ejercer acciones decisivas que permitan desbrozar a México de los perversos intereses que se han opuesto al desarrollo deseable y urgente de la educación, la ciencia y la tecnología, materias vitales e insoslayablemente iniciales de toda intención innovadora.

Dejar de ser el nuestro un País de mentiras, como se titula uno de los libros de la escritora mexicana Sara Sefchovich (Océano, 2008), donde con fundada indignación habla de que la génesis de los males que sufre México está en ocultar o disfrazar la verdad en todos los espacios de su vida pública y privada.

Enfrentar el requerimiento de deshacernos de las creencias de cuestionable validez histórica que han nutrido a nuestro “saber” sobre el pasado nacional, enajenando la conciencia colectiva al grado de hacernos pensar, entre otras muchas falacias, que las causas de nuestro subdesarrollo están en factores externos sin hurgar dentro de nosotros mismos.

Al respecto, Francisco Martín Moreno, autor de una catorcena de libros, el primero de los cuales fue México negro (J. Mortiz, 1986), en su blog se preguntaba si los mexicanos estamos insatisfechos “de ser un país atrasado a pesar de tantos talentos desperdiciados…”

De todo ello deberemos hacer las debidas reflexiones, bajo la máxima de Platón de que el negocio público primordial es la educación. Por ahí empiezan las soluciones a todos los problemas y la satisfacción a todas las necesidades, individuales y sociales.

La educación mexicana sufre severos rezagos que la ausencia de visión a largo plazo impide remontar. Tal parece que la función educativa en este país se reduce casi exclusivamente a formar mano de obra, cada vez más barata, en tanto que se deja en segundo término el trabajo intelectual, que cada vez resulta más apreciado en todas partes.

Insistimos en que hace ya muchos años que urge una renovación radical del anacrónico, obsoleto e improductivo sistema educativo mexicano. En términos generales, la escuela de nuestro país se ha dedicado, desde la época colonial, a ser simple retransmisora del conocimiento adquirido por otros, sin hacer contribuciones de importancia. Desde esos lejanos tiempos hasta la actualidad, los maestros han tenido la tarea casi única de hacer llegar a sus alumnos la información ya digerida de los libros que están a su alcance.

Desde siempre, nuestro sistema educativo ha privilegiado el aprendizaje memorístico en vez de alentar el razonamiento, la imaginación, la creatividad y el impulso natural de producción del aprendiente. Como consecuencia se ha carecido de aliento a la investigación y, por supuesto, hemos terminado por ser totalmente subordinados en todas las áreas del desarrollo: tecnológica, filosófica, deportiva, industrial y las demás.

Quizá todo esto tiene que ver con las altas tasas delincuenciales, de narcoevasionismo, desempleo y emigración ilegal, gusto antiestético generalizado, hacinamientos urbanos, contaminación y todo el escalofriante conjunto de males que mantienen postrada a nuestra sociedad.

Es decir que sólo una estructura educativa idónea, capaz de provocar la búsqueda y aplicación del conocimiento innovador, permitirá ponernos en el camino de transformaciones económicas, culturales y sociales del que hoy nos hallamos lejos todavía.

La presente tragedia chino-viral nos ha puesto en camino de modificar concepciones, criterios, métodos y técnicas en tal materia, y ofrece oportunidad de actualizarnos en un mundo de transformaciones en serio, más allá de las cuatro que el régimen actual ha tomado de modelo para pretender enquistarnos en un pretérito que remontamos hace ya mucho tiempo.

Bien por el candidato que convoque a reconstruir para los mexicanos un país de triunfadores; muchos creemos que es hora ya de dar a esta patria el lugar que debe tener entre las primeras del mundo, para dejar atrás el pasado vergonzante de mediocridad, ignorancia, indolencia, latrocinio oficial y privado y todas las demás lacras que obstaculizan nuestro crecimiento.

Para tener éxito.

Pero antes hay mucho por despejar.