/ martes 5 de mayo de 2020

QUÉDATE EN CASA …¿QUÉDATE EN CASA?... ¡QUÉ-DA-TE EN CA-SA!

MI GUSTO ES… (O LA OTRA MIRADA)

Recuerdo aquel día, de hace muchos años, cuando ante la inminente llegada del famoso ciclón Liza al Puerto de Ilusión, los del gobierno hicieron todo lo posible para que la gente que habitaba en la inmediaciones de un arroyo o a las faldas del conocido como cerro atravesado, salieran de sus respectivas casas y se refugiaran en los albergues que se habían instalado para eso pero muchos no lo hicieron y horas más tarde un considerablemente número de los desobedientes amanecieron ahogados.

Las razones para desatender la invitación pudieron ser muchas pero creo que destacaban dos: no creyeron que ese histórico chubasco llegaría o, de llegar, no habría consecuencias porque se sentían muy seguros en la casa que hasta ese día pudieron habitar.

Por radio y televisión se escucharon lo avisos. También de casa en casa pero nada los pudo hacer entender. Se sentían seguros y confiados.

De lo demás que vino ya se ha escrito mucho: el arroyo El Cajoncito fuera dinamitado o se reventó y la rabiosa lengua de agua hizo de aquel lugar un cementerio y una desolación apenas poblada por los muertos y los techos de las casas a ras de tierra como si esa noche hubiera pasado una aplanadora para acabar con todo.

Hoy puede haber muchos argumentos sociológicas para explicar ese comportamiento de los avecindados en esa parte de antemano riesgosa, pero la negativa para salirse en ese momento no partió de ningún diagnóstico ni tampoco de la opinión de un experto ni de algún peritaje infalible que les garantizara que nada les pasaría.

Pero no. Únicamente era el sentido común o las creencias personales que en muchas ocasiones carecen de un juicio equilibrado pero quienes lo practican con obsesión o , por qué no, con un tanto de soberbia, se la juegan así hasta el final no siempre obteniendo los mejores resultados y lo que puede ser al inicio un libre albedrío se puede convertir en una tremenda irresponsabilidad.

Esto último me temo que puede ocurrir con ese segmento de la población que sigue toreando al contagio del coronavirus como si fueran inmunes a prueba de todo. Y no me estoy refiriendo a lo que obligadamente tienen que salir a ganarse su lícito sustento porque de no hacerlo literalmente no comen. Que conste.

A los que aludo más bien, son a esos hombres y mujeres, jóvenes o adultos que por más escuchan los truenos nomás no se hincan y siguen en un ir y venir de su casa a la calle y viceversa creyéndose inmortales como los superhéroe de los cómics o el propio Mario Almada no porque tengan los superpoderes que ustedes puedan imaginarse para repeler toda clase de contagio sino nomás porque sí, por aventurarse a decir que nada de los que nos está pasando es cierto, que estos lo inventaron en no sé dónde para distraernos o para encerrarnos en nuestra casas porque allá afuera ya no nos aguantaban o porque unos científicos locos están experimentando con nosotros y nos vendieron la idea de la pandemia y todo esto.

Uno que es tolerante hasta más no poder, quisiera respetar su perorata. Se los juro. Con cubreboca puesto o no, se los juro. Es más por mi pueden debatir con López Gatell si hasta ese grado llega su insolencia y su grandeza, pero por lo pronto si ya no atenderán los llamados de quedarse en casa con los cuales no han bombardeado, pues procuren inmolarse a solas, antes que la realidad los haga despertar como aquel triste madrugar que hizo que despertaran de sus incredulidad a mis incrédulos paisanos y no paisanos.

No omito decir que, como en ese entonces, los tres niveles de gobierno deben de hacer su parte. Y bien o más o menos pero ahí lo están haciendo. Si nos es así, en su conciencia ( política ) lo hallarán.

De este lado hay otra conciencia que tenemos que aceitar y es esa es la conciencia cívica que nos haga ver que este episodio mundial no se resuelve en lo individual sino anteponemos lo colectivo y al revés.

Bueno, yo digo. Salvo que quieras amanecer como esa gente que habitaba en las inmediaciones de un arroyo.

MI GUSTO ES… (O LA OTRA MIRADA)

Recuerdo aquel día, de hace muchos años, cuando ante la inminente llegada del famoso ciclón Liza al Puerto de Ilusión, los del gobierno hicieron todo lo posible para que la gente que habitaba en la inmediaciones de un arroyo o a las faldas del conocido como cerro atravesado, salieran de sus respectivas casas y se refugiaran en los albergues que se habían instalado para eso pero muchos no lo hicieron y horas más tarde un considerablemente número de los desobedientes amanecieron ahogados.

Las razones para desatender la invitación pudieron ser muchas pero creo que destacaban dos: no creyeron que ese histórico chubasco llegaría o, de llegar, no habría consecuencias porque se sentían muy seguros en la casa que hasta ese día pudieron habitar.

Por radio y televisión se escucharon lo avisos. También de casa en casa pero nada los pudo hacer entender. Se sentían seguros y confiados.

De lo demás que vino ya se ha escrito mucho: el arroyo El Cajoncito fuera dinamitado o se reventó y la rabiosa lengua de agua hizo de aquel lugar un cementerio y una desolación apenas poblada por los muertos y los techos de las casas a ras de tierra como si esa noche hubiera pasado una aplanadora para acabar con todo.

Hoy puede haber muchos argumentos sociológicas para explicar ese comportamiento de los avecindados en esa parte de antemano riesgosa, pero la negativa para salirse en ese momento no partió de ningún diagnóstico ni tampoco de la opinión de un experto ni de algún peritaje infalible que les garantizara que nada les pasaría.

Pero no. Únicamente era el sentido común o las creencias personales que en muchas ocasiones carecen de un juicio equilibrado pero quienes lo practican con obsesión o , por qué no, con un tanto de soberbia, se la juegan así hasta el final no siempre obteniendo los mejores resultados y lo que puede ser al inicio un libre albedrío se puede convertir en una tremenda irresponsabilidad.

Esto último me temo que puede ocurrir con ese segmento de la población que sigue toreando al contagio del coronavirus como si fueran inmunes a prueba de todo. Y no me estoy refiriendo a lo que obligadamente tienen que salir a ganarse su lícito sustento porque de no hacerlo literalmente no comen. Que conste.

A los que aludo más bien, son a esos hombres y mujeres, jóvenes o adultos que por más escuchan los truenos nomás no se hincan y siguen en un ir y venir de su casa a la calle y viceversa creyéndose inmortales como los superhéroe de los cómics o el propio Mario Almada no porque tengan los superpoderes que ustedes puedan imaginarse para repeler toda clase de contagio sino nomás porque sí, por aventurarse a decir que nada de los que nos está pasando es cierto, que estos lo inventaron en no sé dónde para distraernos o para encerrarnos en nuestra casas porque allá afuera ya no nos aguantaban o porque unos científicos locos están experimentando con nosotros y nos vendieron la idea de la pandemia y todo esto.

Uno que es tolerante hasta más no poder, quisiera respetar su perorata. Se los juro. Con cubreboca puesto o no, se los juro. Es más por mi pueden debatir con López Gatell si hasta ese grado llega su insolencia y su grandeza, pero por lo pronto si ya no atenderán los llamados de quedarse en casa con los cuales no han bombardeado, pues procuren inmolarse a solas, antes que la realidad los haga despertar como aquel triste madrugar que hizo que despertaran de sus incredulidad a mis incrédulos paisanos y no paisanos.

No omito decir que, como en ese entonces, los tres niveles de gobierno deben de hacer su parte. Y bien o más o menos pero ahí lo están haciendo. Si nos es así, en su conciencia ( política ) lo hallarán.

De este lado hay otra conciencia que tenemos que aceitar y es esa es la conciencia cívica que nos haga ver que este episodio mundial no se resuelve en lo individual sino anteponemos lo colectivo y al revés.

Bueno, yo digo. Salvo que quieras amanecer como esa gente que habitaba en las inmediaciones de un arroyo.