Este domingo recordamos especialmente al poeta Leopoldo Ramos Cota, pues murió un día como hoy hace 65 años.
El 8 de junio de 1896 nació en El Triunfo, Baja California Sur, y pasó desde la infancia a radicar con su familia en Sonora.
En La voz del norte (“Periódico cultural de Sinaloa”), Juan Cervera Sanchís publicó, en agosto de 2010, un amplio artículo alusivo al poeta triunfeño con el título de “Leopoldo Ramos, hombre de un sólo amor”, donde expresa que “siempre recordó de manera entrañable sus días como telegrafista de la División del Norte y era por ello que gustaba que le llamaran “telegrafista y poeta”. Anteponiendo el telegrafista al poeta. Fue además un destacado periodista. Durante años escribió en el diario Excelsior la columna “Plegaderas”, aunque en realidad Leopoldo Ramos fue, por sobre todo, un poeta.”
Y transcribe el poema del que tomó el título para su nota:
Hombre de un sólo amor he sido/ porque hay sólo una
vida y sólo una poesía./ Hombre de un sólo amor/ porque
hay sólo una madre y una honra,/ un sólo dios y un sólo
hombre./ De un sólo amor porque hay un infinito/ y nada
más, y una hora.
Su primer libro, Urbe, campiña y mar (1932), es el mejor de la producción del poeta sudcaliforniano, “cuyos versos recorren las bellezas del mar Bermejo y el hechizo de los valles sonorenses [...], donde acusa la influencia que tuvieron en su obra Ramón López Velarde y Salvador Díaz Mirón, en particular por el acento de provincia y uso de los adjetivos”, dice Armando Trasviña Taylor en su libro La literatura en Baja California Sur.
Otras obras suyas son Presencias (1937), Bauprés (1942), Un hombre en la calle, Sobretarde y un soneto a la luna (1947),así como El mantel divino (1950).
Editorial Jus publicó en 1957 un estudio del bibliógrafo y ensayista David N. Arce titulado Leopoldo Ramos, un poeta en ascensión.
De la vasta producción de Ramos seleccionamos para esta columna su
“Aria de los caminos viejos”
El alba se diseña
con gesto de plegaria bajo un tápalo,
y una dulce honradez de enhorabuena
saluda en las veredas a mi paso...
No vuelvo a ti, mi amada, por el viejo
camino; está borrado por la espera.
Mis prisas inventaron el sendero;
pero ha soplado el viento
hasta cubrir con polvo de la sierra
la imagen desasida de mis huellas...
Saben, también, vengarse los caminos:
si no se les remira como a una mujer,
se desdibujan en olvido...
Como amigos que agitan
sobre sus nobles frentes una toca,
los árboles reciben
de mi volver la contenida angustia,
con su breve vorágine en la copa...
Y al hundir mi ansiedad entre los claros
de tu huerta vestida de memorias,
¡qué deseo tan vivo en la conciencia
de tomar mi azaroso desengaño
como se toma a un padre, de la mano,
y desandar con él toda la senda...
En La Paz existe una biblioteca pública, y en Hermosillo una calle con su nombre.
* El autor es miembro de las academias mexicanas de la Lengua y de la Historia.