/ lunes 11 de marzo de 2024

Pescadores ribereños de BCS: una especie en peligro de extinción

Por Wendy Higuera

Hablar de Baja California Sur es hablar de cerca de 8,000 pescadores ribereños, artesanales o tradicionales que, en conjunto, representamos a aproximadamente 22,000 familias. Por desgracia, enfrentamos serias amenazas que ponen en riesgo nuestro oficio e incluso nuestra existencia.

Somos hombres y mujeres que salimos al mar en embarcaciones de apenas 10 metros de largo (eslora); capturamos —en gran medida— peces de escama, que incluyen especies como jureles, pargos, huachinangos, cabrillas, lenguados y cochitos. Además, hay compañeros y compañeras que pescan invertebrados como pulpos y diversas clases de almejas y caracoles,

así como especies que son muy valoradas en el mercado internacional como los pepinos de mar.

Para realizar nuestra actividad empleamos una gran variedad de lo que conocemos como artes de pesca que, básicamente, son sistemas de captura. Los más comunes son líneas de mano, anzuelos y redes de monofilamento para los peces de escama; equipos de buceo semiautónomos (“hooka”) para la captura de pulpo, almejas y caracoles; poteras y redes de cerco para el calamar; ganchos y trampas para jaibas, cangrejos y langostas; y chorros de agua impulsados por motobombas para las almejas generosas.

Tal es el impacto y relevancia de nuestra actividad, que hasta 40% de los pescados y mariscos que se consumen en México provienen de la pesca ribereña; así, no queda duda de que como sector contribuimos considerablemente con la seguridad alimentaria de nuestro país. En este

escenario, podría pensarse que contamos con las mejores condiciones para pescar y garantizar nuestra integridad, la de nuestras embarcaciones y la del producto que logramos capturar… La realidad es completamente opuesta.

Históricamente, hemos padecido una serie de amenazas que, como dice el título de esta columna, nos ponen —como sector— en peligro de extinción. Describiré los principales peligros:

El primero es la devastación causada por la flota industrial que viene de otros estados a operar en nuestras costas; sus enormes barcos y redes, con los que no podemos competir, se llevan las especies que por derecho deberíamos pescar nosotros. El impacto que provocan en el ecosistema cada vez es más evidente, llevando a nuestras pesquerías a niveles insostenibles.

La industria del turismo náutico que está creciendo rápidamente de manera desorganizada.

En muchos lugares de nuestro estado, incluso no existe ninguna regulación o autoridad que establezca buenas prácticas; ha sido la sociedad la que poco a poco ha logrado organizarse.

La pesca ilegal que —de acuerdo con el IMCO— en el Golfo de California es de hasta 50%.

La falta de vigilancia y la aplicación de regulaciones y leyes que aseguren un uso, aprovechamiento y disfrute responsable de los mares y costas sudcalifornianas.

El vacío de información oficial y actualizada que permitirá estimar el estatus preciso de ciertas especies.

La amenaza latente de la minería submarina en la región del Golfo de Ulloa (en el océano Pacífico, municipio de Comondú).

Para evitar que esta actividad tan noble no desaparezca y, con ella, nosotros mismos, debemos unir esfuerzos para establecer mecanismos de desarrollo sostenible que velen por una pesca ribereña justa, inteligente, basada en ciencia, que promueva la equidad y la protección de las especies marinas y que nos permita mejorar nuestra calidad de vida. Usted, lector, ¿conoce alguna alternativa para lograrlo?

Especialista en pesca artesanal

depescaac@gmail.com

F. @Depesca AC

Por Wendy Higuera

Hablar de Baja California Sur es hablar de cerca de 8,000 pescadores ribereños, artesanales o tradicionales que, en conjunto, representamos a aproximadamente 22,000 familias. Por desgracia, enfrentamos serias amenazas que ponen en riesgo nuestro oficio e incluso nuestra existencia.

Somos hombres y mujeres que salimos al mar en embarcaciones de apenas 10 metros de largo (eslora); capturamos —en gran medida— peces de escama, que incluyen especies como jureles, pargos, huachinangos, cabrillas, lenguados y cochitos. Además, hay compañeros y compañeras que pescan invertebrados como pulpos y diversas clases de almejas y caracoles,

así como especies que son muy valoradas en el mercado internacional como los pepinos de mar.

Para realizar nuestra actividad empleamos una gran variedad de lo que conocemos como artes de pesca que, básicamente, son sistemas de captura. Los más comunes son líneas de mano, anzuelos y redes de monofilamento para los peces de escama; equipos de buceo semiautónomos (“hooka”) para la captura de pulpo, almejas y caracoles; poteras y redes de cerco para el calamar; ganchos y trampas para jaibas, cangrejos y langostas; y chorros de agua impulsados por motobombas para las almejas generosas.

Tal es el impacto y relevancia de nuestra actividad, que hasta 40% de los pescados y mariscos que se consumen en México provienen de la pesca ribereña; así, no queda duda de que como sector contribuimos considerablemente con la seguridad alimentaria de nuestro país. En este

escenario, podría pensarse que contamos con las mejores condiciones para pescar y garantizar nuestra integridad, la de nuestras embarcaciones y la del producto que logramos capturar… La realidad es completamente opuesta.

Históricamente, hemos padecido una serie de amenazas que, como dice el título de esta columna, nos ponen —como sector— en peligro de extinción. Describiré los principales peligros:

El primero es la devastación causada por la flota industrial que viene de otros estados a operar en nuestras costas; sus enormes barcos y redes, con los que no podemos competir, se llevan las especies que por derecho deberíamos pescar nosotros. El impacto que provocan en el ecosistema cada vez es más evidente, llevando a nuestras pesquerías a niveles insostenibles.

La industria del turismo náutico que está creciendo rápidamente de manera desorganizada.

En muchos lugares de nuestro estado, incluso no existe ninguna regulación o autoridad que establezca buenas prácticas; ha sido la sociedad la que poco a poco ha logrado organizarse.

La pesca ilegal que —de acuerdo con el IMCO— en el Golfo de California es de hasta 50%.

La falta de vigilancia y la aplicación de regulaciones y leyes que aseguren un uso, aprovechamiento y disfrute responsable de los mares y costas sudcalifornianas.

El vacío de información oficial y actualizada que permitirá estimar el estatus preciso de ciertas especies.

La amenaza latente de la minería submarina en la región del Golfo de Ulloa (en el océano Pacífico, municipio de Comondú).

Para evitar que esta actividad tan noble no desaparezca y, con ella, nosotros mismos, debemos unir esfuerzos para establecer mecanismos de desarrollo sostenible que velen por una pesca ribereña justa, inteligente, basada en ciencia, que promueva la equidad y la protección de las especies marinas y que nos permita mejorar nuestra calidad de vida. Usted, lector, ¿conoce alguna alternativa para lograrlo?

Especialista en pesca artesanal

depescaac@gmail.com

F. @Depesca AC