/ domingo 12 de abril de 2020

Penurias calisureñas del siglo XIX

Es probable que en el presente primer semestre de 2020 sean reeditados los Apuntes históricos de Manuel Clemente Rojo, obra fundamental para entender buena parte del siglo XIX de esta California del Sur, según ofreció hacerlo el departamento Editorial del Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Traigo esto a colación porque en tiempos de tribulaciones como el que ahora vivimos me viene a la memoria don Simón Avilés, personaje a quien entrevistó el señor Rojo en 1859, y que mediante el amplio texto que resultó de sus charlas describió las difíciles circunstancias en que transcurría por entonces la vida de los calisureños:

JOSÉ DE GÁLVEZ, JESUITAS Y FRANCISCANOS

Dice que cuando vino al territorio el señor don José de Gálvez (1768), ya él era soldado y había prestado algún tiempo de servicio aunque no sabe decir cuántos años…, pero vio cuando se embarcaron los jesuitas y cuando vino después el padre Junípero…

“Pues esto es lo que sucedía en tiempo del gobierno español. Nadie hacía alarde de ser malo por temor de que lo castigasen, y a nadie se le permitía emborracharse públicamente ni formar escándalos, ni había casas de juego donde se arman tantas rencillas porque pierden o ganan sus apuestas…

MANUEL DE OSIO

“Vivíamos en una infelicidad muy grande, en unas casitas bajas con techo de palma o de tierra, muy reducidas y con puertas de cuero de res a falta de tablas. Todo el ajuar de la casa consistía en un mal catre o barbacoa [camastro de superficie con tiras de vaqueta], en una mesa tosca y los asientos de palos atravesados sobre dos pilarcitos de adobes.

“Entonces no había ni un solo hombre en todo el país, con la excepción de don Manuel Osio [empresario minero de Santa Ana, al sur de La Paz], que pudiera llamarse rico ni medianamente acomodado. Dependíamos enteramente de las misiones.

“Como los trabajos o actividades eran comunes y muy pocas las familias que había en cada misión, había mucha hermandad y unión entre ellas; todo se daban y se prestaban unas a otras, hasta la ropa de uso que tenían. Lo mismo se observaba con las personas que llegaban de las otras misiones. Entonces no había gentes extrañas, todos se conocían unos a otros y la mayor parte eran parientes afines o consanguíneos. Sólo los padres misioneros reservaban sus casas para sí mismos y vivían como extraños a nuestras costumbres…

VESTIDO Y CALZADO

“Nosotros no usábamos ropa interior más de las camisas y calzoncillos, y exteriormente calzones y cueros de piel de venado curtidas; nos poníamos los zapatos a raíz de la carne; no usábamos medias ni camisetas ni capotes de abrigo en el invierno; entonces cargábamos unos sarapes durangueños sobre la ropa y era todo nuestro abrigo en la casa o en el campo; generalmente en las estaciones muy frías nos calentábamos con lumbre, por eso no faltaba nunca la leña en la casa y se atizaba en medio de las piezas que habitábamos.

“Yo conozco todos los puntos que existían poblados antiguamente, desde el cabo de San Lucas hasta el puerto de San Diego, en la Alta California, y en ninguna de esas partes he visto que nadie diera mejor trato que éste (hablo de la tropa y de los soldados licenciados). Los padres y los comandantes gozaban de más comodidades, pero no de muchas tampoco, sino cuanto lo permitían los deberes de su estado para presentarse al público como correspondía a su decoro propio.

GUERRA DE INDEPENDENCIA Y BALLENAS

“Aquellos tiempos que sobrevinieron inmediatamente después del Grito de Independencia por el señor cura don Miguel Hidalgo y Costilla en el curato de Dolores, fueron los peores de cuanto he visto en todo el curso de mi larga vida, ni espero volver a ver jamás.

“No sé ni cómo explicar las hambres, desnudez y miseria que sufrimos y experimentamos entonces, pero obró la providencia de Dios que en la época de nuestras mayores aflicciones, y cuando más desnudos estábamos, arribó a la costa del Pacífico un buque grande norteamericano cuyo capitán y dueño era un tal Jorge no sé qué, que traía a bordo unas indias canacas, que decían que estaba casado con una de ellas. Ese Jorge yo lo conocí: era un joven alto, muy buen mozo y hablaba bien el español; decía que su buque lo había armado en Boston y que su objeto era buscar ballenas y llegó a la bahía de la Magdalena porque sabía que allí había muchas. Luego de que fue mirando el estado de desnudez en que estábamos nos vendió muy baratos todos los efectos que traía a bordo de su buque, y esto clandestinamente porque el gobierno español no le permitía a ninguna nación del mundo comerciar en posesiones de América. Esto lo sabíamos muy bien todos nosotros, pero no estábamos entonces en situación de guardar un precepto semejante sino de recibir los auxilios que nos mandaba Dios por ese medio, y tuvimos que ocultar y callar la llegada del buque por conveniencia propia hasta guardarnos de los mismos padres misioneros. Pero aun cuando ocultamos la llegada del buque y el comercio que con él habíamos hecho todos los de la costa nuestra, nos denunciaron…

“Este acontecimiento fue muy sonado entonces y es el único hecho histórico que yo creo digno de recordar después de la llegada del señor Gálvez y que salió la expedición del padre Junípero a las conquistas del norte…

Es probable que en el presente primer semestre de 2020 sean reeditados los Apuntes históricos de Manuel Clemente Rojo, obra fundamental para entender buena parte del siglo XIX de esta California del Sur, según ofreció hacerlo el departamento Editorial del Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Traigo esto a colación porque en tiempos de tribulaciones como el que ahora vivimos me viene a la memoria don Simón Avilés, personaje a quien entrevistó el señor Rojo en 1859, y que mediante el amplio texto que resultó de sus charlas describió las difíciles circunstancias en que transcurría por entonces la vida de los calisureños:

JOSÉ DE GÁLVEZ, JESUITAS Y FRANCISCANOS

Dice que cuando vino al territorio el señor don José de Gálvez (1768), ya él era soldado y había prestado algún tiempo de servicio aunque no sabe decir cuántos años…, pero vio cuando se embarcaron los jesuitas y cuando vino después el padre Junípero…

“Pues esto es lo que sucedía en tiempo del gobierno español. Nadie hacía alarde de ser malo por temor de que lo castigasen, y a nadie se le permitía emborracharse públicamente ni formar escándalos, ni había casas de juego donde se arman tantas rencillas porque pierden o ganan sus apuestas…

MANUEL DE OSIO

“Vivíamos en una infelicidad muy grande, en unas casitas bajas con techo de palma o de tierra, muy reducidas y con puertas de cuero de res a falta de tablas. Todo el ajuar de la casa consistía en un mal catre o barbacoa [camastro de superficie con tiras de vaqueta], en una mesa tosca y los asientos de palos atravesados sobre dos pilarcitos de adobes.

“Entonces no había ni un solo hombre en todo el país, con la excepción de don Manuel Osio [empresario minero de Santa Ana, al sur de La Paz], que pudiera llamarse rico ni medianamente acomodado. Dependíamos enteramente de las misiones.

“Como los trabajos o actividades eran comunes y muy pocas las familias que había en cada misión, había mucha hermandad y unión entre ellas; todo se daban y se prestaban unas a otras, hasta la ropa de uso que tenían. Lo mismo se observaba con las personas que llegaban de las otras misiones. Entonces no había gentes extrañas, todos se conocían unos a otros y la mayor parte eran parientes afines o consanguíneos. Sólo los padres misioneros reservaban sus casas para sí mismos y vivían como extraños a nuestras costumbres…

VESTIDO Y CALZADO

“Nosotros no usábamos ropa interior más de las camisas y calzoncillos, y exteriormente calzones y cueros de piel de venado curtidas; nos poníamos los zapatos a raíz de la carne; no usábamos medias ni camisetas ni capotes de abrigo en el invierno; entonces cargábamos unos sarapes durangueños sobre la ropa y era todo nuestro abrigo en la casa o en el campo; generalmente en las estaciones muy frías nos calentábamos con lumbre, por eso no faltaba nunca la leña en la casa y se atizaba en medio de las piezas que habitábamos.

“Yo conozco todos los puntos que existían poblados antiguamente, desde el cabo de San Lucas hasta el puerto de San Diego, en la Alta California, y en ninguna de esas partes he visto que nadie diera mejor trato que éste (hablo de la tropa y de los soldados licenciados). Los padres y los comandantes gozaban de más comodidades, pero no de muchas tampoco, sino cuanto lo permitían los deberes de su estado para presentarse al público como correspondía a su decoro propio.

GUERRA DE INDEPENDENCIA Y BALLENAS

“Aquellos tiempos que sobrevinieron inmediatamente después del Grito de Independencia por el señor cura don Miguel Hidalgo y Costilla en el curato de Dolores, fueron los peores de cuanto he visto en todo el curso de mi larga vida, ni espero volver a ver jamás.

“No sé ni cómo explicar las hambres, desnudez y miseria que sufrimos y experimentamos entonces, pero obró la providencia de Dios que en la época de nuestras mayores aflicciones, y cuando más desnudos estábamos, arribó a la costa del Pacífico un buque grande norteamericano cuyo capitán y dueño era un tal Jorge no sé qué, que traía a bordo unas indias canacas, que decían que estaba casado con una de ellas. Ese Jorge yo lo conocí: era un joven alto, muy buen mozo y hablaba bien el español; decía que su buque lo había armado en Boston y que su objeto era buscar ballenas y llegó a la bahía de la Magdalena porque sabía que allí había muchas. Luego de que fue mirando el estado de desnudez en que estábamos nos vendió muy baratos todos los efectos que traía a bordo de su buque, y esto clandestinamente porque el gobierno español no le permitía a ninguna nación del mundo comerciar en posesiones de América. Esto lo sabíamos muy bien todos nosotros, pero no estábamos entonces en situación de guardar un precepto semejante sino de recibir los auxilios que nos mandaba Dios por ese medio, y tuvimos que ocultar y callar la llegada del buque por conveniencia propia hasta guardarnos de los mismos padres misioneros. Pero aun cuando ocultamos la llegada del buque y el comercio que con él habíamos hecho todos los de la costa nuestra, nos denunciaron…

“Este acontecimiento fue muy sonado entonces y es el único hecho histórico que yo creo digno de recordar después de la llegada del señor Gálvez y que salió la expedición del padre Junípero a las conquistas del norte…