/ viernes 15 de octubre de 2021

Paredes hablantes

Una imagen policroma de mi infancia, colmada de personajes, portada de un libro de texto: “Sueño de una tarde dominical en la alameda central”, obra pictórica al fresco de 4.17x15.7 m, con un peso de 35 toneladas, estuvo a punto de perderse con el sismo de 1985; se trasladó a su recinto actual un año después de la catástrofe con sumo cuidado (inba.gob.mx) y hoy puede admirarse en el Museo Mural Diego Rivera. Lo visité.

Mis ojos se llenaron de sus figuras y expresiones, de la calavera catrina, de Frida y un Diego niño. Me senté en una banquita del lugar a contemplarla a detalle y a mis anchas. El impacto de imágenes y color que congelaron un momento del México del primer tercio del siglo XX. Sí, los murales, además de ser una amplia expresión pictórica, es un retrato de la sociedad en ese momento particular de la historia.

Este es un movimiento que ha retomado su auge y que se está generando en muchas ciudades del mundo. El color se filtra entre el cemento y los volúmenes arquitectónicos, exaltando formas y propuestas expresivas de la cotidianeidad, visibilizando en gran formato y contraste, las condiciones tremendas que vive la ciudadanía en sus barrios y comunidades.

El espacio público se adereza con el pigmento, sitios compartidos por donde circulamos y toman otro sentido, narran, funcionan como una ventana a las preocupaciones sociales, culturales y políticas adyacentes” (nationalgeographic.es). Las favelas brasileñas, los 7 barrios de Bogotá, el distrito Karaköy en Estambul, el mural de 50 edificios de El Cairo y otros tantos en el mundo recuerdan los hechos históricos, las revoluciones, la herencia cultural, la violencia, el trabajo, las luchas sociales…

México, cuya fama le precede a nivel mundial por sus muralistas, está incluido en esta dinámica artística. Muchas ciudades del país están viviendo una revolución del color con intervenciones en sus muros, enriqueciendo el continuo social, incluso, como una lucha social. En Iztapalapa, CDMX, con alta incidencia delictiva, se está convirtiendo en una gran galería con las obras de 140 artistas y con casi 7 mil piezas de arte público, y junto al programa de iluminación de las calles, se busca incidir en la violencia de género (New York Times. 14/10/2021). El mural más grande de México está en Pachuca, en el barrio Las Palmitas, una estampa multicolor en una zona marginada de la capital hidalguense. En numeralia, este enorme mural abarca 20 mil metros cuadrados, cubre 209 viviendas ubicadas en un cerro, beneficiando a 1,800 personas y se usaron para esta colosal encomienda cultural, 150 colores. El saldo: ha posibilitado la convivencia y armonía en la comunidad y reducir los niveles de conflicto entre pandillas (elmundo.es).

Baja California Sur no escapa a este movimiento. Hay en la ciudad capital de Sudcalifornia muchos murales hermosos que admirar y encierran al mismo tiempo, parte de nuestra identidad choyera, con expresivas imágenes de la naturaleza majestuosa y las historias de nuestra gente.

En entrevista, el pintor Uli Martínez nos compartió el alcance del mural en la comunidad. Participa en el proyecto cultural “El color de la memoria”, traza en las ciudades y de los hasta hoy 12 localidades rurales, sus intervenciones muralistas, recolectando la idiosincrasia de la media península, con relatos de las personas de las comunidades que forman parte de la herencia intangible para las nuevas generaciones, involucrándoles en su realización.

Le comenté que cerca de mi casa hay un mural suyo, lleno de peces y color en la barda de una cancha en un parque. La palomilla no lo ha grafiteado ni dañado, le dije. Uli sonríe y recuerda haber invitado a muchos chicos que se reúnen ahí a contribuir en la obra. “Por eso creo -afirma el artista- que ellos se sintieron tomados en cuenta y son los que no permiten que alguien vaya y pinte y esto se me hace muy importante porque los murales están en lugares públicos y hay que tomar en cuenta a la gente que vive ahí” (Radiálogos 125). Colores que hacen comunidad.

¡Eytale!

Por una hora y media, con un costo por persona adulta de $318.07 pesos, se puede reservar para conocer la ruta de murales de la ciudad de La Paz, visitando 15 piezas de diferentes artistas en la zona centro, con la atención de una guía turística. El grupo puede tener 15 personas como máximo; se habla inglés, francés y español. Se inicia en la calle Zaragoza y concluye en el malecón. Se permite llevar mascotas y cochecitos (Tripadvisor.com.mx). El Street art walk paceño.

Comunicóloga, fotógrafa, diseñadora, escritora y sibarita.

iliana.peralta@gmail.com. Esta columna disponible en Twitter @LA_PERALTA

en Telegram como #ViernesDeTandariola y en Facebook como Tandariola

Una imagen policroma de mi infancia, colmada de personajes, portada de un libro de texto: “Sueño de una tarde dominical en la alameda central”, obra pictórica al fresco de 4.17x15.7 m, con un peso de 35 toneladas, estuvo a punto de perderse con el sismo de 1985; se trasladó a su recinto actual un año después de la catástrofe con sumo cuidado (inba.gob.mx) y hoy puede admirarse en el Museo Mural Diego Rivera. Lo visité.

Mis ojos se llenaron de sus figuras y expresiones, de la calavera catrina, de Frida y un Diego niño. Me senté en una banquita del lugar a contemplarla a detalle y a mis anchas. El impacto de imágenes y color que congelaron un momento del México del primer tercio del siglo XX. Sí, los murales, además de ser una amplia expresión pictórica, es un retrato de la sociedad en ese momento particular de la historia.

Este es un movimiento que ha retomado su auge y que se está generando en muchas ciudades del mundo. El color se filtra entre el cemento y los volúmenes arquitectónicos, exaltando formas y propuestas expresivas de la cotidianeidad, visibilizando en gran formato y contraste, las condiciones tremendas que vive la ciudadanía en sus barrios y comunidades.

El espacio público se adereza con el pigmento, sitios compartidos por donde circulamos y toman otro sentido, narran, funcionan como una ventana a las preocupaciones sociales, culturales y políticas adyacentes” (nationalgeographic.es). Las favelas brasileñas, los 7 barrios de Bogotá, el distrito Karaköy en Estambul, el mural de 50 edificios de El Cairo y otros tantos en el mundo recuerdan los hechos históricos, las revoluciones, la herencia cultural, la violencia, el trabajo, las luchas sociales…

México, cuya fama le precede a nivel mundial por sus muralistas, está incluido en esta dinámica artística. Muchas ciudades del país están viviendo una revolución del color con intervenciones en sus muros, enriqueciendo el continuo social, incluso, como una lucha social. En Iztapalapa, CDMX, con alta incidencia delictiva, se está convirtiendo en una gran galería con las obras de 140 artistas y con casi 7 mil piezas de arte público, y junto al programa de iluminación de las calles, se busca incidir en la violencia de género (New York Times. 14/10/2021). El mural más grande de México está en Pachuca, en el barrio Las Palmitas, una estampa multicolor en una zona marginada de la capital hidalguense. En numeralia, este enorme mural abarca 20 mil metros cuadrados, cubre 209 viviendas ubicadas en un cerro, beneficiando a 1,800 personas y se usaron para esta colosal encomienda cultural, 150 colores. El saldo: ha posibilitado la convivencia y armonía en la comunidad y reducir los niveles de conflicto entre pandillas (elmundo.es).

Baja California Sur no escapa a este movimiento. Hay en la ciudad capital de Sudcalifornia muchos murales hermosos que admirar y encierran al mismo tiempo, parte de nuestra identidad choyera, con expresivas imágenes de la naturaleza majestuosa y las historias de nuestra gente.

En entrevista, el pintor Uli Martínez nos compartió el alcance del mural en la comunidad. Participa en el proyecto cultural “El color de la memoria”, traza en las ciudades y de los hasta hoy 12 localidades rurales, sus intervenciones muralistas, recolectando la idiosincrasia de la media península, con relatos de las personas de las comunidades que forman parte de la herencia intangible para las nuevas generaciones, involucrándoles en su realización.

Le comenté que cerca de mi casa hay un mural suyo, lleno de peces y color en la barda de una cancha en un parque. La palomilla no lo ha grafiteado ni dañado, le dije. Uli sonríe y recuerda haber invitado a muchos chicos que se reúnen ahí a contribuir en la obra. “Por eso creo -afirma el artista- que ellos se sintieron tomados en cuenta y son los que no permiten que alguien vaya y pinte y esto se me hace muy importante porque los murales están en lugares públicos y hay que tomar en cuenta a la gente que vive ahí” (Radiálogos 125). Colores que hacen comunidad.

¡Eytale!

Por una hora y media, con un costo por persona adulta de $318.07 pesos, se puede reservar para conocer la ruta de murales de la ciudad de La Paz, visitando 15 piezas de diferentes artistas en la zona centro, con la atención de una guía turística. El grupo puede tener 15 personas como máximo; se habla inglés, francés y español. Se inicia en la calle Zaragoza y concluye en el malecón. Se permite llevar mascotas y cochecitos (Tripadvisor.com.mx). El Street art walk paceño.

Comunicóloga, fotógrafa, diseñadora, escritora y sibarita.

iliana.peralta@gmail.com. Esta columna disponible en Twitter @LA_PERALTA

en Telegram como #ViernesDeTandariola y en Facebook como Tandariola

ÚLTIMASCOLUMNAS