/ domingo 7 de febrero de 2021

Otra cara de la tragedia

Más allá de la congoja que produce vivir en uno nuevo de los momentos dramáticos de la humanidad, terrible como algunos otros que ha enfrentado en los recientes casi 200 000 años en que el Homo sapiens comenzó a poblar (y depredar) este planeta desde el sur de Etiopía, aún puede ser permisible, ante la actual tragedia sino-viral, asumir una relativa actitud optimista.

Grande noticia en este sentido es la de que es “El planeta, el principal beneficiado por el coronavirus”, como dice National Geographic España, con todas estas letras, en su sitio de internet. Y explica: “El parón provocado por las cuarentenas frente al coronavirus causa estragos en la economía, pero beneficia al medio ambiente.” Y proporciona algunos ejemplos de cómo se ha reducido la contaminación en los últimos tiempos por la obligada (u obligatoria) detención de muchas de las actividades del ser humano.

Con el mismo motivo, el involuntario enclaustramiento ha encontrado en la lectura una manera de huir del aburrimiento y el tráfago familiar, mientras otros miembros de la comunidad casera optan por ocupaciones de menor significación para la paz individual y hogareña.

En una suculenta entrevista que en estos días tuvo el periodista Ricardo Rocha con el doctor Manuel Gil Antón, experto en educación de El Colegio de México, éste sostiene, entre otras interesantes afirmaciones, que, en la presente etapa educativa, “perdimos la oportunidad de concentrarnos en la lectura, la escritura, y haber hecho del país un gigantesco taller de lectura… ¿Te imaginas a tres millones de chavales de tercer año de secundaria leyendo El coronel no tiene quién le escriba?, comentándolo, haciendo notas sobre el coronel que bajaba a ver si le había llegado la carta… Si algo le hace falta al país es mejorar sus condiciones de escritura y de lectura de comprensión… En lugar de seguir haciendo escuela y aprender criptógamas, fanerógamas, dicotiledóneas, monocotiledóneas, quebrados, pudimos habernos centrado en los aprendizajes fundamentales que son la lectura, la escritura, el cálculo y la ubicación en la historia…”

Mucho sugerimos conocer la entrevista completa de esta videograbación en YouTube, verdaderamente deliciosa.

Algunas onerosas cuanto inútiles expresiones pseudo cívicas se han visto canceladas –enhorabuena-, como los desfiles y celebraciones similares que más tienen de rutina en cumplimiento de inercias que verdadero sentido en favor del acrecentamiento del espíritu ciudadano. Algunos creemos que el buen ejemplo de quienes deben darlo bastaría para cumplir ese propósito.

Contrariamente a lo que ocurría a nuestros ancestros, ahora podemos (o creemos) saber, con fundamento en información seria, qué es lo que sucede y cómo afrontar la malhadada circunstancia. Así resulta probado que la incredulidad y la ignorancia ante la verdad científica son malas consejeras.

Creencias como la estampita, los amuletos y escudos protectores (prometidos como soluciones por algún vago irresponsable con poder), así como diversos ritos en que muchos aún confiaban y daban por infalibles, han mostrado su inutilidad a la luz de los efectos devastadores y hasta hoy indetenibles de la tragedia.

Con el uso de la mascarilla nasobucal y la adopción de otras prácticas preventivas, ahora se ha podido evitar hasta la simple gripa que antes hacía presa de todo el mundo en cada cambio estacional. En la actualidad estamos (bromas aparte) casi a punto de extrañarla.

Independientemente de su utilidad, el dichoso antifaz nos hace apenas reconocibles para muchos, lo que deviene ventaja suprema cuando se trata de evadir saludos y conversaciones inútiles.

La suspensión o (aunque sea) reducción de los jolgorios familiares han logrado mágicamente que dejemos de escuchar las estridencias de cierta especie de música supuestamente “popular” verdaderamente insufrible.

Los niños añoran la escuela (sobre todo la media hora de recreo), ámbito de convivencia y sociabilidad insustituibles. Es de creerse que el seno doméstico, con todas sus ventajas pero de reducidos espacios, les llega a ser aburridísimo.

Con la disposición de permanecer sólo una persona por familia en los centros comerciales, ha quedado negada la presencia de quienes sólo iban ahí de paseo, de niños que lloraban porque se les antojó un artículo de la estantería (que la mercadotecnia sabe colocar convenientemente) o porque ya querían regresar a casa, y padres que gritaban ordenando a los pequeños que dejaran de gritar.

Coincidamos, pues, en que esta nueva normalidad tiene sus ventajas y de tal modo aconseja evitar el regreso a la antigua normalidad, pletórica de usos y costumbres que han venido a ser, como queda demostrado, obsoletos e inconvenientes de modo total.

Más allá de la congoja que produce vivir en uno nuevo de los momentos dramáticos de la humanidad, terrible como algunos otros que ha enfrentado en los recientes casi 200 000 años en que el Homo sapiens comenzó a poblar (y depredar) este planeta desde el sur de Etiopía, aún puede ser permisible, ante la actual tragedia sino-viral, asumir una relativa actitud optimista.

Grande noticia en este sentido es la de que es “El planeta, el principal beneficiado por el coronavirus”, como dice National Geographic España, con todas estas letras, en su sitio de internet. Y explica: “El parón provocado por las cuarentenas frente al coronavirus causa estragos en la economía, pero beneficia al medio ambiente.” Y proporciona algunos ejemplos de cómo se ha reducido la contaminación en los últimos tiempos por la obligada (u obligatoria) detención de muchas de las actividades del ser humano.

Con el mismo motivo, el involuntario enclaustramiento ha encontrado en la lectura una manera de huir del aburrimiento y el tráfago familiar, mientras otros miembros de la comunidad casera optan por ocupaciones de menor significación para la paz individual y hogareña.

En una suculenta entrevista que en estos días tuvo el periodista Ricardo Rocha con el doctor Manuel Gil Antón, experto en educación de El Colegio de México, éste sostiene, entre otras interesantes afirmaciones, que, en la presente etapa educativa, “perdimos la oportunidad de concentrarnos en la lectura, la escritura, y haber hecho del país un gigantesco taller de lectura… ¿Te imaginas a tres millones de chavales de tercer año de secundaria leyendo El coronel no tiene quién le escriba?, comentándolo, haciendo notas sobre el coronel que bajaba a ver si le había llegado la carta… Si algo le hace falta al país es mejorar sus condiciones de escritura y de lectura de comprensión… En lugar de seguir haciendo escuela y aprender criptógamas, fanerógamas, dicotiledóneas, monocotiledóneas, quebrados, pudimos habernos centrado en los aprendizajes fundamentales que son la lectura, la escritura, el cálculo y la ubicación en la historia…”

Mucho sugerimos conocer la entrevista completa de esta videograbación en YouTube, verdaderamente deliciosa.

Algunas onerosas cuanto inútiles expresiones pseudo cívicas se han visto canceladas –enhorabuena-, como los desfiles y celebraciones similares que más tienen de rutina en cumplimiento de inercias que verdadero sentido en favor del acrecentamiento del espíritu ciudadano. Algunos creemos que el buen ejemplo de quienes deben darlo bastaría para cumplir ese propósito.

Contrariamente a lo que ocurría a nuestros ancestros, ahora podemos (o creemos) saber, con fundamento en información seria, qué es lo que sucede y cómo afrontar la malhadada circunstancia. Así resulta probado que la incredulidad y la ignorancia ante la verdad científica son malas consejeras.

Creencias como la estampita, los amuletos y escudos protectores (prometidos como soluciones por algún vago irresponsable con poder), así como diversos ritos en que muchos aún confiaban y daban por infalibles, han mostrado su inutilidad a la luz de los efectos devastadores y hasta hoy indetenibles de la tragedia.

Con el uso de la mascarilla nasobucal y la adopción de otras prácticas preventivas, ahora se ha podido evitar hasta la simple gripa que antes hacía presa de todo el mundo en cada cambio estacional. En la actualidad estamos (bromas aparte) casi a punto de extrañarla.

Independientemente de su utilidad, el dichoso antifaz nos hace apenas reconocibles para muchos, lo que deviene ventaja suprema cuando se trata de evadir saludos y conversaciones inútiles.

La suspensión o (aunque sea) reducción de los jolgorios familiares han logrado mágicamente que dejemos de escuchar las estridencias de cierta especie de música supuestamente “popular” verdaderamente insufrible.

Los niños añoran la escuela (sobre todo la media hora de recreo), ámbito de convivencia y sociabilidad insustituibles. Es de creerse que el seno doméstico, con todas sus ventajas pero de reducidos espacios, les llega a ser aburridísimo.

Con la disposición de permanecer sólo una persona por familia en los centros comerciales, ha quedado negada la presencia de quienes sólo iban ahí de paseo, de niños que lloraban porque se les antojó un artículo de la estantería (que la mercadotecnia sabe colocar convenientemente) o porque ya querían regresar a casa, y padres que gritaban ordenando a los pequeños que dejaran de gritar.

Coincidamos, pues, en que esta nueva normalidad tiene sus ventajas y de tal modo aconseja evitar el regreso a la antigua normalidad, pletórica de usos y costumbres que han venido a ser, como queda demostrado, obsoletos e inconvenientes de modo total.