/ miércoles 25 de mayo de 2022

Otra calamidad: la viruela del mono

Por si no fuera suficiente para los males que aquejan a la humanidad, ahora, además de la pandemia del Covid-19 que no acaba de erradicarse, aparece otra enfermedad llamada “viruela del mono” originada en un país africano y que se ha propagada en varias naciones de Europa. Los contagios han causado alarma en las instituciones de salud, por lo que se recomienda medidas sanitarias a fin de evitar su propagación.

Aunque este padecimiento no tiene consecuencias graves y las personas infectadas se alivian en unos cuantos días, el solo hecho de padecerlo causa inquietud debido a que en el pasado la epidemia de la viruela negra fue mortal dejando millones de muertos en todo el mundo. En América, a raíz de su descubrimiento y conquista, los grupos indígenas fueron contagiados de ese mal, sobre todo en nuestro país con la presencia de los contingentes españoles.

La península de la Baja California no fue la excepción. Los misioneros jesuitas que llegaron en 1697 y permanecieron durante 70 años en la región, dieron fe de los estragos causados por la viruela entre los neófitos radicados en las misiones, a tal grado que a juicio de algunos cronistas esa fue la causa--junto con otras enfermedades—de la desaparición de esos antiguos habitantes de la península.

Los indios californianos debido a su aislamiento habían evitado ciertos padecimientos que después fueron portadores soldados y marineros que llegaron a California en el siglo XVIII. Enfermedades como la viruela, el sarampión, la sífilis y la tifoidea causaron la muerte de innumerables californios. En los años de 1709 y 1710 se presentó un grave padecimiento de la viruela la que según el padre Miguel Venegas “acabó con casi todos los párvulos y muchos adultos de las misiones”

Relata Ignacio del Río que “los organismos de los indios se encontraban totalmente desprovistos de defensas contra estas enfermedades que no causaban mayores efectos entre la población forastera, pero que, en cambio, entre los naturales californios resultaban siempre de fatales consecuencias. Baegert refiere que en 1763 un español que había estado enfermo de viruela regaló a un indio un pedazo de paño, lo que fue suficiente para que en un plazo de tres meses contrajeran la enfermedad y murieran más de cien californios en una sola misión”.

La viruela que diezmó la población indígena también hizo acto de presencia en los primeros años del siglo XIX en la península californiana. En los años de 1805 y 1806, la enfermedad fue un problema serio para el gobernador Felipe de Goicochea, por lo que solicitó al virrey don José de Iturrigaray la presencia de un cirujano médico que lo fue don José Francisco Araujo, quien al llegar a Loreto y darse cuenta del peligro de los contagios le pidió al gobernante que solicitara al virrey le enviara el pus de la vacuna a fin de aplicarla a los enfermos.

Con el remedio a la mano Araujo atendió a los enfermos por lo que bajó el número de contagiados. También en el año de 1844 la viruela se presentó en la península tal como lo refiere Manuel Clemente Rojo. Dice que el gobernante mandó traer la vacuna de Mazatlán y decidió ponerla él mismo a los enfermos pero “comenzaron a notar que a todos aquellos a quienes vacunaban les daban las viruelas malignas y no escapaba ninguno….con esto se retrajo la gente de ir a vacunarse y entonces el jefe político hacía que se los llevaran a la fuerza, los vacunaba y los despachaba a morir…”

“El modo que tenía de administrar la vacuna era insertar, en una aguja gruesa, una mecha de algodón que humedecían en el pus y luego, como quien cose un lienzo, pasaban esta aguja entre cuero y carne del vacunado, cortaban el pabilo dejándole la mecha adentro, y a los pocos días alma a la eternidad”.

Clemente Rojo termina diciendo que el resultado fue que cuando comenzó la operación de la vacuna había en el puerto de La Paz más de 600 almas. Después no quedaron arriba de doscientas. Desde luego eso fue en el pasado. En la actualidad el método de vacunación contra las diferentes enfermedades evita su propagación protegiendo a la población en general, sin temores por su aplicación.

Por si no fuera suficiente para los males que aquejan a la humanidad, ahora, además de la pandemia del Covid-19 que no acaba de erradicarse, aparece otra enfermedad llamada “viruela del mono” originada en un país africano y que se ha propagada en varias naciones de Europa. Los contagios han causado alarma en las instituciones de salud, por lo que se recomienda medidas sanitarias a fin de evitar su propagación.

Aunque este padecimiento no tiene consecuencias graves y las personas infectadas se alivian en unos cuantos días, el solo hecho de padecerlo causa inquietud debido a que en el pasado la epidemia de la viruela negra fue mortal dejando millones de muertos en todo el mundo. En América, a raíz de su descubrimiento y conquista, los grupos indígenas fueron contagiados de ese mal, sobre todo en nuestro país con la presencia de los contingentes españoles.

La península de la Baja California no fue la excepción. Los misioneros jesuitas que llegaron en 1697 y permanecieron durante 70 años en la región, dieron fe de los estragos causados por la viruela entre los neófitos radicados en las misiones, a tal grado que a juicio de algunos cronistas esa fue la causa--junto con otras enfermedades—de la desaparición de esos antiguos habitantes de la península.

Los indios californianos debido a su aislamiento habían evitado ciertos padecimientos que después fueron portadores soldados y marineros que llegaron a California en el siglo XVIII. Enfermedades como la viruela, el sarampión, la sífilis y la tifoidea causaron la muerte de innumerables californios. En los años de 1709 y 1710 se presentó un grave padecimiento de la viruela la que según el padre Miguel Venegas “acabó con casi todos los párvulos y muchos adultos de las misiones”

Relata Ignacio del Río que “los organismos de los indios se encontraban totalmente desprovistos de defensas contra estas enfermedades que no causaban mayores efectos entre la población forastera, pero que, en cambio, entre los naturales californios resultaban siempre de fatales consecuencias. Baegert refiere que en 1763 un español que había estado enfermo de viruela regaló a un indio un pedazo de paño, lo que fue suficiente para que en un plazo de tres meses contrajeran la enfermedad y murieran más de cien californios en una sola misión”.

La viruela que diezmó la población indígena también hizo acto de presencia en los primeros años del siglo XIX en la península californiana. En los años de 1805 y 1806, la enfermedad fue un problema serio para el gobernador Felipe de Goicochea, por lo que solicitó al virrey don José de Iturrigaray la presencia de un cirujano médico que lo fue don José Francisco Araujo, quien al llegar a Loreto y darse cuenta del peligro de los contagios le pidió al gobernante que solicitara al virrey le enviara el pus de la vacuna a fin de aplicarla a los enfermos.

Con el remedio a la mano Araujo atendió a los enfermos por lo que bajó el número de contagiados. También en el año de 1844 la viruela se presentó en la península tal como lo refiere Manuel Clemente Rojo. Dice que el gobernante mandó traer la vacuna de Mazatlán y decidió ponerla él mismo a los enfermos pero “comenzaron a notar que a todos aquellos a quienes vacunaban les daban las viruelas malignas y no escapaba ninguno….con esto se retrajo la gente de ir a vacunarse y entonces el jefe político hacía que se los llevaran a la fuerza, los vacunaba y los despachaba a morir…”

“El modo que tenía de administrar la vacuna era insertar, en una aguja gruesa, una mecha de algodón que humedecían en el pus y luego, como quien cose un lienzo, pasaban esta aguja entre cuero y carne del vacunado, cortaban el pabilo dejándole la mecha adentro, y a los pocos días alma a la eternidad”.

Clemente Rojo termina diciendo que el resultado fue que cuando comenzó la operación de la vacuna había en el puerto de La Paz más de 600 almas. Después no quedaron arriba de doscientas. Desde luego eso fue en el pasado. En la actualidad el método de vacunación contra las diferentes enfermedades evita su propagación protegiendo a la población en general, sin temores por su aplicación.

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