/ domingo 24 de abril de 2022

Nivel educativo del congreso sudcaliforniano

Durante los años que van del presente siglo, la sociedad sudcaliforniana ha advertido y tenido que sobrellevar (soportar, más bien) del congreso del Estado una serie de inconsecuencias que a los habitantes de esta California nos tiene sumamente inconformes.

El malestar general por el desempeño de los representantes distritales es certeza que a ellos debe quedarles muy diáfana.

Las primeras pesquisas a ese respecto evidencian el bajísimo nivel de escolaridad del grupo de ciudadanos metidos a parlamentarios por azares de las peculiares circunstancias políticas de Baja California Sur en la reciente veintena de años.

Mediante un sondeo informal nos enteramos de que, de los veintiuno, poquísimos están en condiciones de atender con efectividad sus delicadas tareas. Admitamos que tuvieron los años mínimos de asistencia a la escuela para haber adquirido algunos conocimientos indispensables, pero ello es diferente a poseer valores como disciplina, metodología y rigor académicos que les pudieren permitir un desempeño decoroso de sus funciones.

Por los resultados de su actuación, está claro que la mayor parte de los integrantes del cuerpo colegiado que dicta los acuerdos, leyes y normas de nuestra convivencia, tiene una escolaridad que deja mucho que desear en materias fundamentales de conocimiento, lo cual consecuentemente le impide participar con eficacia en las tareas legislativas, independientemente de la buena o mala asesoría (invariablemente onerosa, por lo demás) que reciba en este sentido.

Tales tareas resultan entonces sumamente cuestionables en condiciones tan raquíticas.

Es claro que eso nada tiene qué ver con la eficiencia que pudiesen tener en lo que toca a actividades aledañas a las funciones congresales, como son las de gestoría y procuración del bienestar de sus electores.

Lo grave realmente es que una mayoría no profesional (independientemente de la alineación, coordinación o subordinación política a que corresponda cada uno), con visión necesariamente limitada de la historia, la Constitución, las leyes, la cultura, la ética y todo lo demás de este país y del Estado, propone, dictamina, debate y decide en los componentes esenciales de la estructura comunitaria, lo que repercute finalmente en la existencia general y cotidiana de todos nosotros.

Cabría preguntarse quién tiene mayor responsabilidad en estos resultados, si los partidos por compromisos ciertos o intereses inconfesados, sus conciudadanos o los propios individuos que, quizá con la mejor intención, pero sin la certeza de un ejercicio conveniente al interés colectivo, se dejan candidatear y eventualmente obtienen el triunfo electoral, sin mayores merecimientos que una popularidad más derivada de la simpatía personal que de la anticipada convicción de un cometido provechoso.

Pudiera alegarse en justificación y favor de tal indigencia de preparación (imprescindible para una modesta, no digamos brillante o medianamente sobresaliente actuación legislativa), la significación que tuvo el pueblo llano (la plebe, pues) en los primeros tiempos de la Revolución Francesa, pero tiene que admitirse que los nuestros son un tiempo y un espacio diferentes: Baja California Sur, donde se han acrecentado las oportunidades de estudio -no gracias al gobierno sino al propio impulso social (aunque los informes oficiales se atribuyan esos logros)-, continúa en busca de su desarrollo y prosperidad y crecimiento ahora con el lastre (obstáculo, freno, traba) de gente en los poderes estatales incapaz de entender su momento histórico, en una etapa que requiere gran visión y consecuente desempeño, en que existen circunstancias, condiciones y elementos propicios para aprovechar las oportunidades y crecer con inteligencia.

Y lo caro que nos salen...

Cabe preguntarse si, luego de tantas luchas, denuedos y heroísmo de personas verdaderamente valiosas, durante siglos, el pueblo sudcaliforniano merece tener frutos tan magros en su presente.

Y sería más lamentable aún que permitiéramos la continuidad y la consolidación de los errores en detrimento del futuro deseable para nuestra entidad.

Durante los años que van del presente siglo, la sociedad sudcaliforniana ha advertido y tenido que sobrellevar (soportar, más bien) del congreso del Estado una serie de inconsecuencias que a los habitantes de esta California nos tiene sumamente inconformes.

El malestar general por el desempeño de los representantes distritales es certeza que a ellos debe quedarles muy diáfana.

Las primeras pesquisas a ese respecto evidencian el bajísimo nivel de escolaridad del grupo de ciudadanos metidos a parlamentarios por azares de las peculiares circunstancias políticas de Baja California Sur en la reciente veintena de años.

Mediante un sondeo informal nos enteramos de que, de los veintiuno, poquísimos están en condiciones de atender con efectividad sus delicadas tareas. Admitamos que tuvieron los años mínimos de asistencia a la escuela para haber adquirido algunos conocimientos indispensables, pero ello es diferente a poseer valores como disciplina, metodología y rigor académicos que les pudieren permitir un desempeño decoroso de sus funciones.

Por los resultados de su actuación, está claro que la mayor parte de los integrantes del cuerpo colegiado que dicta los acuerdos, leyes y normas de nuestra convivencia, tiene una escolaridad que deja mucho que desear en materias fundamentales de conocimiento, lo cual consecuentemente le impide participar con eficacia en las tareas legislativas, independientemente de la buena o mala asesoría (invariablemente onerosa, por lo demás) que reciba en este sentido.

Tales tareas resultan entonces sumamente cuestionables en condiciones tan raquíticas.

Es claro que eso nada tiene qué ver con la eficiencia que pudiesen tener en lo que toca a actividades aledañas a las funciones congresales, como son las de gestoría y procuración del bienestar de sus electores.

Lo grave realmente es que una mayoría no profesional (independientemente de la alineación, coordinación o subordinación política a que corresponda cada uno), con visión necesariamente limitada de la historia, la Constitución, las leyes, la cultura, la ética y todo lo demás de este país y del Estado, propone, dictamina, debate y decide en los componentes esenciales de la estructura comunitaria, lo que repercute finalmente en la existencia general y cotidiana de todos nosotros.

Cabría preguntarse quién tiene mayor responsabilidad en estos resultados, si los partidos por compromisos ciertos o intereses inconfesados, sus conciudadanos o los propios individuos que, quizá con la mejor intención, pero sin la certeza de un ejercicio conveniente al interés colectivo, se dejan candidatear y eventualmente obtienen el triunfo electoral, sin mayores merecimientos que una popularidad más derivada de la simpatía personal que de la anticipada convicción de un cometido provechoso.

Pudiera alegarse en justificación y favor de tal indigencia de preparación (imprescindible para una modesta, no digamos brillante o medianamente sobresaliente actuación legislativa), la significación que tuvo el pueblo llano (la plebe, pues) en los primeros tiempos de la Revolución Francesa, pero tiene que admitirse que los nuestros son un tiempo y un espacio diferentes: Baja California Sur, donde se han acrecentado las oportunidades de estudio -no gracias al gobierno sino al propio impulso social (aunque los informes oficiales se atribuyan esos logros)-, continúa en busca de su desarrollo y prosperidad y crecimiento ahora con el lastre (obstáculo, freno, traba) de gente en los poderes estatales incapaz de entender su momento histórico, en una etapa que requiere gran visión y consecuente desempeño, en que existen circunstancias, condiciones y elementos propicios para aprovechar las oportunidades y crecer con inteligencia.

Y lo caro que nos salen...

Cabe preguntarse si, luego de tantas luchas, denuedos y heroísmo de personas verdaderamente valiosas, durante siglos, el pueblo sudcaliforniano merece tener frutos tan magros en su presente.

Y sería más lamentable aún que permitiéramos la continuidad y la consolidación de los errores en detrimento del futuro deseable para nuestra entidad.