/ martes 1 de junio de 2021

Negocio redondo

Cuando llegó a la llantera para contarnos, todos nos alegramos. No cualquiera tiene la suerte de hacerse de una lancha, dijimos, creyendo que nuestro amigo había hecho el mejor negocio de su vida.

Querido por cada uno de nosotros y confiando, irracionalmente, en la decisión que había tomado al realizar esa compraventa, le dimos palmaditas en la espalda y gritamos vivas a su favor, por hacerse de lo que, a corto, mediano y largo plazo, significaría una mejor calidad de vida para él y su familia.

No le pusimos ningún pretexto ni objetábamos nada porque, gracias a la amistad de años y al voto que depositábamos en su buen juicio, estábamos seguros (a ciegas) que consigo estaba la oportunidad de disfrutar de esos privilegios que, cuando menos esperamos, se presentan.

Esa vez bebimos hasta al amanecer, como quien estando loco de contento y de felicidad, puede olvidarse de todo con tal de que el amigo, la pareja que está a tu lado y que amas, la persona que admiras o el personaje que idolatras como el más dañado de los fanáticos, es incapaz de insinuar un pero, temeroso de que el aludido de ofenda y le de por enardecer, acusándonos de todo, como esos borrachos que han perdido el juicio, con las tres primeras copas que se atraviesa entre pecho y espalda.

Quién hubiera pensado que esos gringos, le habían jugado a traición. No eran gringos, pero de algo me acordé y los traje a colación solo como material didáctico y así contarles que, a la semana siguiente que nuestro amigo quiso recorrer la bahía, la cosa motivo de la compraventa, es decir, la lancha, no dio ni patras ni padelante.

Entonces hubo de ir con los astilleros, o con los meros meros o con no se quien, para que se la echaran a volar y lo sacaran del apuro, sin embargo, eso no era tan a las fáciles y si quería escuchar el motor de su lanchita el cual estaba podrido, tenía que ponerle unas piezas que costaban más caras que el más barato producto del Starbucks y rogarle a Dios para que ese armatoste antediluviano que yacía a la orilla de playa, arrancara.

Juntó el dinero para las piezas, pero estas nunca fueron encontradas, ni en el mercado negro, ni en un bazar de antigüedades, ni en un museo que ubicaron en Texas, creo, ni una exposición de objetos de la primera y segunda guerra mundial e incluso, ni en el deshuesadero de un tal Samuel Kier que hasta la fecha no he averiguado quien es, pero hasta allá anduvieron y nadita de nada que la hallaron.

Mi amigo no dio su brazo a torcer y, con la esperanza salida de su coraje ahí tienen que, al darse cuenta pian pianito de lo que en realidad había comprado, según él se puso a esperar la llegada de las piezas y, en tanto eso ocurría, trató de darle uso a lo que, semanas antes, pensaba que era su gran adquisición.

Creímos que su esfuerzo había dado frutos, cuando alguien llegó a la llantera, contando que había visto a nuestro amigo y a su lancha, haciendo un recorrido por todo el malecón. Y era cierto pero el recorrido era en la calle, remolcada por su propio Jeep para moverla, aunque sea en el duro asfalto, haciéndose las ilusiones que iba a no sé cuántas millas náuticas por hora, península adentro, sombreado por un generoso nubarrón.

La idea no era mala, si de lo que se trataba era de darle uso, pero sobre los planes que tuvo al adquirirla, no se contaba con buenas noticias. Creyó haber sumado a su patrimonio una lancha de vanguardia y no era así.

"Has de cuenta que irás montado en una flecha ...vas a llegar en menos de cinco minutos a la isla espíritu santo..." le había jurado el vendedor con una labia que envidiaría el mas experimentado vendedor de ferias.

Pensó recuperar lo invertido tan pronto recorriera de lado a lado de norte a sur o de sur a norte, trayendo a casa, temporada tras temporada, una envidiable pesca de cochitos, pargos, cabrillas , dorados, mojarras y la dicha de haber convivido con nosotros , lo que le aplaudimos a raudales la vez que nos llegó con la buena nueva de esa compraventa y que, intolerantes, paramos en seco a una minoría de voces que advirtieron sobre los inconvenientes de mercar lo que se lo ofertaron con un moderno catamarán y resultó ser algo parecido a una chalupa.

El espejismo se vino abajo. Después de sus recorridos diarios con la lancha jalada por su jeep, mi amigazo hizo de tripas corazón y la guardó en la cochera de su casa, a la expectativa de una llamada que le dijera que ya estaban en camino las tan buscadas piezas, pero no llegó el milagro.

Lo que sí llegó fue la exigencia de su esposa para que se llevara la lancha a otra parte ya que solo era la atracción de fauna nociva y una que otra vez de recriminaciones por haberse encaprichado en adquirirla como si se hubiera hecho del más desarrollado navío, vanguardista y de avanzada.

Así es como fue y vino con ella. En ocasiones se le daba la oportunidad de estacionarla afuera de la casa de su mamá. Otras en el patio de un compadre y otras tantas en una vieja bodega que alguien le facilitó.

Con el propósito de que recuperara algo de lo invertido, no faltaron las propuestas: “se las deberías de vender a tal o cual ranchero de aquí cerquita para que guarde su pastura o ahí le de comer a sus vacas”. “úsala como almácigo para que siembres hortalizas “. " ofrécela a los organizadores del carnaval como batanga para que paseen al rey feo o a las reynas ", “adáptale unos salvavidas a los lados y réntala como alberca para niños” “yunqueala y remátala en partes” “le puedes soldar un cerquito y lo utilizas como gallinero” “Píntala y anúnciala como si estuviera nueva, no faltará un distraído como tú, que te la compre”.

En fin, tantos remedios.

Ya no recuerdo cuál fue su decisión ni el fin que tuvo esa lancha tan memorable. Lo que sí les aseguro es que su historia puede ser del interés de los récord Guinness , ya que no ha existido en el mundo una embarcación de esta naturaleza que haya recorrido tanto kilometraje.

Pero no en el mar sino en tierra.

Cuando llegó a la llantera para contarnos, todos nos alegramos. No cualquiera tiene la suerte de hacerse de una lancha, dijimos, creyendo que nuestro amigo había hecho el mejor negocio de su vida.

Querido por cada uno de nosotros y confiando, irracionalmente, en la decisión que había tomado al realizar esa compraventa, le dimos palmaditas en la espalda y gritamos vivas a su favor, por hacerse de lo que, a corto, mediano y largo plazo, significaría una mejor calidad de vida para él y su familia.

No le pusimos ningún pretexto ni objetábamos nada porque, gracias a la amistad de años y al voto que depositábamos en su buen juicio, estábamos seguros (a ciegas) que consigo estaba la oportunidad de disfrutar de esos privilegios que, cuando menos esperamos, se presentan.

Esa vez bebimos hasta al amanecer, como quien estando loco de contento y de felicidad, puede olvidarse de todo con tal de que el amigo, la pareja que está a tu lado y que amas, la persona que admiras o el personaje que idolatras como el más dañado de los fanáticos, es incapaz de insinuar un pero, temeroso de que el aludido de ofenda y le de por enardecer, acusándonos de todo, como esos borrachos que han perdido el juicio, con las tres primeras copas que se atraviesa entre pecho y espalda.

Quién hubiera pensado que esos gringos, le habían jugado a traición. No eran gringos, pero de algo me acordé y los traje a colación solo como material didáctico y así contarles que, a la semana siguiente que nuestro amigo quiso recorrer la bahía, la cosa motivo de la compraventa, es decir, la lancha, no dio ni patras ni padelante.

Entonces hubo de ir con los astilleros, o con los meros meros o con no se quien, para que se la echaran a volar y lo sacaran del apuro, sin embargo, eso no era tan a las fáciles y si quería escuchar el motor de su lanchita el cual estaba podrido, tenía que ponerle unas piezas que costaban más caras que el más barato producto del Starbucks y rogarle a Dios para que ese armatoste antediluviano que yacía a la orilla de playa, arrancara.

Juntó el dinero para las piezas, pero estas nunca fueron encontradas, ni en el mercado negro, ni en un bazar de antigüedades, ni en un museo que ubicaron en Texas, creo, ni una exposición de objetos de la primera y segunda guerra mundial e incluso, ni en el deshuesadero de un tal Samuel Kier que hasta la fecha no he averiguado quien es, pero hasta allá anduvieron y nadita de nada que la hallaron.

Mi amigo no dio su brazo a torcer y, con la esperanza salida de su coraje ahí tienen que, al darse cuenta pian pianito de lo que en realidad había comprado, según él se puso a esperar la llegada de las piezas y, en tanto eso ocurría, trató de darle uso a lo que, semanas antes, pensaba que era su gran adquisición.

Creímos que su esfuerzo había dado frutos, cuando alguien llegó a la llantera, contando que había visto a nuestro amigo y a su lancha, haciendo un recorrido por todo el malecón. Y era cierto pero el recorrido era en la calle, remolcada por su propio Jeep para moverla, aunque sea en el duro asfalto, haciéndose las ilusiones que iba a no sé cuántas millas náuticas por hora, península adentro, sombreado por un generoso nubarrón.

La idea no era mala, si de lo que se trataba era de darle uso, pero sobre los planes que tuvo al adquirirla, no se contaba con buenas noticias. Creyó haber sumado a su patrimonio una lancha de vanguardia y no era así.

"Has de cuenta que irás montado en una flecha ...vas a llegar en menos de cinco minutos a la isla espíritu santo..." le había jurado el vendedor con una labia que envidiaría el mas experimentado vendedor de ferias.

Pensó recuperar lo invertido tan pronto recorriera de lado a lado de norte a sur o de sur a norte, trayendo a casa, temporada tras temporada, una envidiable pesca de cochitos, pargos, cabrillas , dorados, mojarras y la dicha de haber convivido con nosotros , lo que le aplaudimos a raudales la vez que nos llegó con la buena nueva de esa compraventa y que, intolerantes, paramos en seco a una minoría de voces que advirtieron sobre los inconvenientes de mercar lo que se lo ofertaron con un moderno catamarán y resultó ser algo parecido a una chalupa.

El espejismo se vino abajo. Después de sus recorridos diarios con la lancha jalada por su jeep, mi amigazo hizo de tripas corazón y la guardó en la cochera de su casa, a la expectativa de una llamada que le dijera que ya estaban en camino las tan buscadas piezas, pero no llegó el milagro.

Lo que sí llegó fue la exigencia de su esposa para que se llevara la lancha a otra parte ya que solo era la atracción de fauna nociva y una que otra vez de recriminaciones por haberse encaprichado en adquirirla como si se hubiera hecho del más desarrollado navío, vanguardista y de avanzada.

Así es como fue y vino con ella. En ocasiones se le daba la oportunidad de estacionarla afuera de la casa de su mamá. Otras en el patio de un compadre y otras tantas en una vieja bodega que alguien le facilitó.

Con el propósito de que recuperara algo de lo invertido, no faltaron las propuestas: “se las deberías de vender a tal o cual ranchero de aquí cerquita para que guarde su pastura o ahí le de comer a sus vacas”. “úsala como almácigo para que siembres hortalizas “. " ofrécela a los organizadores del carnaval como batanga para que paseen al rey feo o a las reynas ", “adáptale unos salvavidas a los lados y réntala como alberca para niños” “yunqueala y remátala en partes” “le puedes soldar un cerquito y lo utilizas como gallinero” “Píntala y anúnciala como si estuviera nueva, no faltará un distraído como tú, que te la compre”.

En fin, tantos remedios.

Ya no recuerdo cuál fue su decisión ni el fin que tuvo esa lancha tan memorable. Lo que sí les aseguro es que su historia puede ser del interés de los récord Guinness , ya que no ha existido en el mundo una embarcación de esta naturaleza que haya recorrido tanto kilometraje.

Pero no en el mar sino en tierra.