/ domingo 14 de marzo de 2021

Mujeres, política y poder

Desde hace milenios, el mundo masculino tomó y conserva aún para sí, en mayor medida, la conducción de la existencia humana en general; lo ha hecho por la fuerza y a veces por la inteligencia, pero está demostrado que los hombres han fallado en la empresa, con pocas excepciones.

Tiene uno que asombrarse cuando se entera de que, hasta hace unos pocos años, las mujeres mexicanas carecían de una condición fundamental de su calidad de ciudadanas: la de votar y ser votadas en las elecciones para ocupar cargos en cualquiera de las esferas del poder público.

Pero más increíble resulta que, en la actualidad, esa misma situación sea enfrentada por la población femenina de muchos países.

Desde que la mujer comenzó a asumir responsabilidades de toda índole, las cosas humanas han tenido clara tendencia a caminar mejor; ha ido accediendo a todos los quehaceres y empeños del intercambio social. Es cierto que esta equiparación es diferente en todas las culturas y sociedades, y que aun en nuestro entorno existen discriminaciones, pero es evidente que la irrupción de la mujer fuera de las estrictas tareas del hogar es un hecho palpable, creciente e indetenible.

Y ello, admitámoslo, ha venido a reducir la carga de problemas para los señores, aunque también ha devenido incremento de problemas para ellas, expresados en padecimientos que antes les eran ajenos; ni modo, pues son mecanismos compensatorios e inexcusables del avance histórico.

Cuando realizamos faenas de algún grado de dificultad al lado de mujeres, invariablemente terminamos reconociendo que ellas efectúan siempre esfuerzos adicionales por su condición múltiple de trabajadoras, madres, esposas y señoras de su casa, y más cuando deben aplicar afanes especiales por la incomprensión de maridos muy machos, jefes misóginos, compañeros acosadores e hijos y familiares desconsiderados.

En la actuación de los varones, los altos niveles de ineficiencia, irresponsabilidad, corrupción y resto de males anexos, en general, durante casi dos siglos de nuestra vida independiente, y sus secuelas negativas (en general también), deben hacernos pensar en que es llegada la hora de poner la vida política y gubernativa de este país, y del mundo restante hasta donde sea posible, en las manos de las mujeres.

Se halla lejos de la intención de estos pensamientos hacer un panegírico gracioso de las virtudes prosociales de las señoras, o de pretender gratuitamente quedar bien con ellas: los hechos están expuestos por dondequiera que se les mire, en la historia y en el presente.

Dejémonos, estimados congéneres, de insistir en desempeñar actividades para las que hemos demostrado ser verdaderas nulidades; la política es una de ellas. Es más: la política es vocablo de naturaleza femenina; volvamos a ésta, pues, la expresión y la tarea correspondiente.

Verdad es que la política constituye una labor demasiado delicada como para dejarla a cargo de los políticos, como se ha dicho. Pongámosla, por el contrario, en custodia de las políticas.

Porque la política -que es orientación de la vida de la sociedad para la prosperidad creciente de sus miembros en las oportunidades, libertades y derechos-, bajo la égida de los hombres ha retardado indebidamente el logro de su más alto fin, la felicidad colectiva, y su torpeza (con salvedades que sólo validan el aserto) lo ha obstaculizado para favorecer objetivos muchísimo menos importantes: la consecución de bienes materiales, el dinero, la fama, el poder por el poder mismo...

La propuesta es simple: Entregar el desempeño de la política a las mujeres, pero no de modo parcial como hasta hoy, sino integralmente.

Porque lo que han hecho y hacen ahora los caballeros es todo menos política, ese quehacer que debería ser tan digno, auténticamente prestigioso y noble como puede llegar a ser. Y cuando eso haya ocurrido, por fin, ellas se encargarán de acceder legítimamente al poder público (que política y administración del gobierno constituyen funciones distintas aunque adyacentes) y empezar a organizar, en serio, la bonanza de los pueblos.

La política al poder, por tanto, y, consecuentemente, las políticas a la cima de las decisiones en todos los segmentos del poder público.

Claro que deberá transcurrir un plazo razonable para que, una vez al timón de la política y luego en el gobierno, las damas pongan en orden el caos dejado por sus antecesores en todos los órdenes.

Habrá que tener paciencia; el problema es menos sencillo pues también habrá que vencer muchos prejuicios arcaicos en este sentido, pero con ellas a cargo todo comenzará a marchar mejor.

Seguro.

Desde hace milenios, el mundo masculino tomó y conserva aún para sí, en mayor medida, la conducción de la existencia humana en general; lo ha hecho por la fuerza y a veces por la inteligencia, pero está demostrado que los hombres han fallado en la empresa, con pocas excepciones.

Tiene uno que asombrarse cuando se entera de que, hasta hace unos pocos años, las mujeres mexicanas carecían de una condición fundamental de su calidad de ciudadanas: la de votar y ser votadas en las elecciones para ocupar cargos en cualquiera de las esferas del poder público.

Pero más increíble resulta que, en la actualidad, esa misma situación sea enfrentada por la población femenina de muchos países.

Desde que la mujer comenzó a asumir responsabilidades de toda índole, las cosas humanas han tenido clara tendencia a caminar mejor; ha ido accediendo a todos los quehaceres y empeños del intercambio social. Es cierto que esta equiparación es diferente en todas las culturas y sociedades, y que aun en nuestro entorno existen discriminaciones, pero es evidente que la irrupción de la mujer fuera de las estrictas tareas del hogar es un hecho palpable, creciente e indetenible.

Y ello, admitámoslo, ha venido a reducir la carga de problemas para los señores, aunque también ha devenido incremento de problemas para ellas, expresados en padecimientos que antes les eran ajenos; ni modo, pues son mecanismos compensatorios e inexcusables del avance histórico.

Cuando realizamos faenas de algún grado de dificultad al lado de mujeres, invariablemente terminamos reconociendo que ellas efectúan siempre esfuerzos adicionales por su condición múltiple de trabajadoras, madres, esposas y señoras de su casa, y más cuando deben aplicar afanes especiales por la incomprensión de maridos muy machos, jefes misóginos, compañeros acosadores e hijos y familiares desconsiderados.

En la actuación de los varones, los altos niveles de ineficiencia, irresponsabilidad, corrupción y resto de males anexos, en general, durante casi dos siglos de nuestra vida independiente, y sus secuelas negativas (en general también), deben hacernos pensar en que es llegada la hora de poner la vida política y gubernativa de este país, y del mundo restante hasta donde sea posible, en las manos de las mujeres.

Se halla lejos de la intención de estos pensamientos hacer un panegírico gracioso de las virtudes prosociales de las señoras, o de pretender gratuitamente quedar bien con ellas: los hechos están expuestos por dondequiera que se les mire, en la historia y en el presente.

Dejémonos, estimados congéneres, de insistir en desempeñar actividades para las que hemos demostrado ser verdaderas nulidades; la política es una de ellas. Es más: la política es vocablo de naturaleza femenina; volvamos a ésta, pues, la expresión y la tarea correspondiente.

Verdad es que la política constituye una labor demasiado delicada como para dejarla a cargo de los políticos, como se ha dicho. Pongámosla, por el contrario, en custodia de las políticas.

Porque la política -que es orientación de la vida de la sociedad para la prosperidad creciente de sus miembros en las oportunidades, libertades y derechos-, bajo la égida de los hombres ha retardado indebidamente el logro de su más alto fin, la felicidad colectiva, y su torpeza (con salvedades que sólo validan el aserto) lo ha obstaculizado para favorecer objetivos muchísimo menos importantes: la consecución de bienes materiales, el dinero, la fama, el poder por el poder mismo...

La propuesta es simple: Entregar el desempeño de la política a las mujeres, pero no de modo parcial como hasta hoy, sino integralmente.

Porque lo que han hecho y hacen ahora los caballeros es todo menos política, ese quehacer que debería ser tan digno, auténticamente prestigioso y noble como puede llegar a ser. Y cuando eso haya ocurrido, por fin, ellas se encargarán de acceder legítimamente al poder público (que política y administración del gobierno constituyen funciones distintas aunque adyacentes) y empezar a organizar, en serio, la bonanza de los pueblos.

La política al poder, por tanto, y, consecuentemente, las políticas a la cima de las decisiones en todos los segmentos del poder público.

Claro que deberá transcurrir un plazo razonable para que, una vez al timón de la política y luego en el gobierno, las damas pongan en orden el caos dejado por sus antecesores en todos los órdenes.

Habrá que tener paciencia; el problema es menos sencillo pues también habrá que vencer muchos prejuicios arcaicos en este sentido, pero con ellas a cargo todo comenzará a marchar mejor.

Seguro.