/ domingo 18 de abril de 2021

México se construyó en el siglo XX

Al cabo de los primeros veinte años del siglo XIX, la Nueva España (que había logrado integrar como nación al conjunto de etnias dispersas y prácticamente inconexas entre sí en su extenso territorio, desde los confines del norte americano hasta buena parte de Centroamérica, y del Pacífico al Atlántico) se convirtió, luego de trescientos años como dependencia española, en el primer imperio y luego en la república que a partir de su autonomía (hará pronto apenas 200 años) tomó el nombre de México, el de la metrópoli novohispana, merced al centralismo que prevaleció en todos sentidos durante toda la época virreinal, y que continúa vigente en la praxis nacional a pesar de que constitucionalmente el país es, desde 1824, una federación de entidades (supuestamente) libres y soberanas, según copia antihistórica adaptada del federalismo anglosajón.

El resto de la centuria decimonónica fue de agitación continua en busca de la estructuración de una patria donde tuviesen cabida todos por igual, en un sistema democrático de libertades, derechos y oportunidades ciudadanas y sociales. Aquel período convulso, con el ingrediente de las intervenciones extranjeras estadounidense y francesa, halló su término en el advenimiento de la paz que pudo imponer el régimen porfiriano desde 1877 hasta el triunfo de la Revolución en 1911.

Como en todo proceso en procuración de mejores estadios de crecimiento y prosperidad, el encuentro en muchas ocasiones violento de ideologías, doctrinas, creencias y sistemas impactaron necesariamente la vida de la república.

Una nueva fuerza política se originó en el propio seno del poder gubernativo, creada para poner final a la etapa de caudillismo surgido del proceso revolucionario, y cumplió su propósito aunque prohijó la entronización del “jefe máximo”, caudillo mayor o poder detrás del trono. A continuación pudo ser sustituido por la figura presidencial en turno. Más tarde modificó en dos ocasiones su estructura con la idea de actualizar metas, planes y programas.

Con la estructura socio-política y económica cimentada en el siglo anterior, y tras una nueva etapa de búsquedas y logros, la nación comenzó a establecer, en los siete decenios siguientes de la centuria, instituciones sólidas y permanentes en base a las cuales los gobiernos subsecuentes pudieron ocuparse en realizar tareas fundamentales.

María Elena Morera (activista social, conferenciante, periodista y dirigente de organizaciones civiles mexicanas) expresó, en la presentación del libro Regreso a la jaula, el fracaso de López Obrador, de Roger Bartra, el martes 13 de este abril:

“Con todas sus insuficiencias, durante el priismo, en el que muchos de nosotros crecimos -y algunos que no crecieron en esa época pues no lo saben, por eso es necesario decírselos-, se buscaba la ampliación de la matrícula escolar, se fundaban grandes universidades como la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México], el Poli [Instituto Politécnico Nacional], el CIDE [Centro de Investigación y Docencia Económicas] o el ColMex [El Colegio de México]. Se creó también el CONACYT [Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología] y toda la red de institutos de educación superior y de investigación. Todo eso se está asfixiando por la vía de los recortes y por la vía del discurso político que quiere contaminar todo con ideología. Hoy se quiere imponer una anti intelectualismo descarado…”

En dicha setentena fueron consolidados además proyectos educativos esenciales como las universidades estatales, institutos tecnológicos locales y regionales, impulso a la educación básica pública y privada, escuelas y bibliotecas en todo el país.

Creación de la industria petrolera y de energía eléctrica nacionales (PEMEX – CFE), ampliación de la red ferrocarrilera, de puertos, aeropuertos, carreteras, puentes, autopistas, comunicaciones.

Seguridad social para los trabajadores, hospitales, centros de salud y dispensarios médicos, guarderías infantiles, sistemas de agua potable y alcantarillado, fomento de la vivienda popular, de la industria, agricultura y pesca y una larga lista de beneficios para la colectividad en cada una de las regiones, todo lo que está a la vista y también lo que se pretende ocultar o hacer olvidar con intenciones obvias.

El viejo régimen sufrió el consecuente desgaste por el ejercicio del poder, y la madurez democrática alcanzada permitió que el sufragio ciudadano se inclinase por la alternancia. Ello permitió que el país irrumpiera en el siglo XXI con definido ánimo e incuestionable fuerza para continuar la búsqueda y procurar el logro de nuevos y más elevados objetivos.

Dieciocho años después todo ello quedó trunco por el arribo de un discurso que ha demostrado, en apenas dos años y fracción, que nada tiene que ver con las expectativas que creó.

Justamente en ese breve periodo han sido establecidas las condiciones para que el voto ciudadano permita retomar, este 6 de junio, la marcha interrumpida…

Al cabo de los primeros veinte años del siglo XIX, la Nueva España (que había logrado integrar como nación al conjunto de etnias dispersas y prácticamente inconexas entre sí en su extenso territorio, desde los confines del norte americano hasta buena parte de Centroamérica, y del Pacífico al Atlántico) se convirtió, luego de trescientos años como dependencia española, en el primer imperio y luego en la república que a partir de su autonomía (hará pronto apenas 200 años) tomó el nombre de México, el de la metrópoli novohispana, merced al centralismo que prevaleció en todos sentidos durante toda la época virreinal, y que continúa vigente en la praxis nacional a pesar de que constitucionalmente el país es, desde 1824, una federación de entidades (supuestamente) libres y soberanas, según copia antihistórica adaptada del federalismo anglosajón.

El resto de la centuria decimonónica fue de agitación continua en busca de la estructuración de una patria donde tuviesen cabida todos por igual, en un sistema democrático de libertades, derechos y oportunidades ciudadanas y sociales. Aquel período convulso, con el ingrediente de las intervenciones extranjeras estadounidense y francesa, halló su término en el advenimiento de la paz que pudo imponer el régimen porfiriano desde 1877 hasta el triunfo de la Revolución en 1911.

Como en todo proceso en procuración de mejores estadios de crecimiento y prosperidad, el encuentro en muchas ocasiones violento de ideologías, doctrinas, creencias y sistemas impactaron necesariamente la vida de la república.

Una nueva fuerza política se originó en el propio seno del poder gubernativo, creada para poner final a la etapa de caudillismo surgido del proceso revolucionario, y cumplió su propósito aunque prohijó la entronización del “jefe máximo”, caudillo mayor o poder detrás del trono. A continuación pudo ser sustituido por la figura presidencial en turno. Más tarde modificó en dos ocasiones su estructura con la idea de actualizar metas, planes y programas.

Con la estructura socio-política y económica cimentada en el siglo anterior, y tras una nueva etapa de búsquedas y logros, la nación comenzó a establecer, en los siete decenios siguientes de la centuria, instituciones sólidas y permanentes en base a las cuales los gobiernos subsecuentes pudieron ocuparse en realizar tareas fundamentales.

María Elena Morera (activista social, conferenciante, periodista y dirigente de organizaciones civiles mexicanas) expresó, en la presentación del libro Regreso a la jaula, el fracaso de López Obrador, de Roger Bartra, el martes 13 de este abril:

“Con todas sus insuficiencias, durante el priismo, en el que muchos de nosotros crecimos -y algunos que no crecieron en esa época pues no lo saben, por eso es necesario decírselos-, se buscaba la ampliación de la matrícula escolar, se fundaban grandes universidades como la UNAM [Universidad Nacional Autónoma de México], el Poli [Instituto Politécnico Nacional], el CIDE [Centro de Investigación y Docencia Económicas] o el ColMex [El Colegio de México]. Se creó también el CONACYT [Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología] y toda la red de institutos de educación superior y de investigación. Todo eso se está asfixiando por la vía de los recortes y por la vía del discurso político que quiere contaminar todo con ideología. Hoy se quiere imponer una anti intelectualismo descarado…”

En dicha setentena fueron consolidados además proyectos educativos esenciales como las universidades estatales, institutos tecnológicos locales y regionales, impulso a la educación básica pública y privada, escuelas y bibliotecas en todo el país.

Creación de la industria petrolera y de energía eléctrica nacionales (PEMEX – CFE), ampliación de la red ferrocarrilera, de puertos, aeropuertos, carreteras, puentes, autopistas, comunicaciones.

Seguridad social para los trabajadores, hospitales, centros de salud y dispensarios médicos, guarderías infantiles, sistemas de agua potable y alcantarillado, fomento de la vivienda popular, de la industria, agricultura y pesca y una larga lista de beneficios para la colectividad en cada una de las regiones, todo lo que está a la vista y también lo que se pretende ocultar o hacer olvidar con intenciones obvias.

El viejo régimen sufrió el consecuente desgaste por el ejercicio del poder, y la madurez democrática alcanzada permitió que el sufragio ciudadano se inclinase por la alternancia. Ello permitió que el país irrumpiera en el siglo XXI con definido ánimo e incuestionable fuerza para continuar la búsqueda y procurar el logro de nuevos y más elevados objetivos.

Dieciocho años después todo ello quedó trunco por el arribo de un discurso que ha demostrado, en apenas dos años y fracción, que nada tiene que ver con las expectativas que creó.

Justamente en ese breve periodo han sido establecidas las condiciones para que el voto ciudadano permita retomar, este 6 de junio, la marcha interrumpida…