/ martes 28 de septiembre de 2021

Mario Almada y El Lobo (…o Las lejanas distancias, ya no)

Fue cuando dijeron que se acabaría el mundo y todos nos íbamos a extinguir, menos las cucarachas. Al día siguiente nos reuniríamos para la despedida, pero una noche antes recalamos en la llantera, como tantas veces y ahí seguían El Güero y El Lobo.

Al Güero ya lo conocía, al Lobo, no. El Rogelio me lo presentó y, en una de esas que fui al baño, de mí le dijo que vivía en Sonora y, de paso, sin que me diera cuenta, lo verbeó contándole que yo, acá, era el abogado de Mario Almada.

El Lobo tenía una cara que le hubiera resultado de sumo interés a César Lombroso para constatar su teoría del delincuente nato, pero era dueño de una inocencia de niño el cual se hacía presente cada vez que platicaba.

También se me hace que sus pulmones no andaban bien porque de repente respiraba hondo y tosía como si fuera el claxon de esos carros que arregla en el patio de su casa.

El Rogelio desde que fue el abanderado en la primera y hasta la fecha, siempre ha tenido ese perfil de seminarista, pero acumula una vagancia que haría juego con la cara del Lobo.

Cuando regresé del baño, el Lobo me acercó unas de las ballenas más heladas, me sirvió en un vaso y ya no se separó de mí.

- ¿Qué dice Mario Almada? inquirió

- Ahí anda, respondí como para seguir la plática y agradecerle el detalle de la Bello.( Este ya se empedó, supuse)

- Anoche vi una de sus películas, me presumió, al tiempo que sacaba uno de a cien porque ya empezaba la coperacha para las siguientes.

- órale, le respondí y yo le alcancé otro billete al Aníbal, sin voltear a verlo.

El Lobo empezó a interrogarme sobre Mario Almada y después sobre Fernando, su hermano y al ratito citó una canción que, a decir de él, aquellos cantaban a dueto y terminó preguntándome si conocía Huatabampo y que tan lejos estaba de Hermosillo.

Yo respondí, con paciencia, cada duda que le surgía al Lobo y, como pude, le completé la biografía de quien tanto quería saber.

El Rogelio me dio una palmadita en la espalda y, llevándose una risita, cruzó el boulevard junto con el Aníbal porque ya estaban por cerrar la licorería del Gayocla.

El Lobo abrió otra ballena de las que quedaban y me volvió a llenar el vaso, mientras El Güero vaciaba en una bandeja una bolsa de papitas y le exprimía dos limones.

" Todo por nada " se llama la que vi anoche, comentó el Lobo y se echó un puño de papitas a la boca .

_Buenísima, afirmé yo, bien convencido y reviré hacia a la calle para ver si ya venían El Rogelio y el Aníbal.

_En esa es donde sale Bruno Rey, Carlos Ancira …

_ y hace mucho que eres el Abogado de Mario Almada? Me interrumpió para preguntarme, de pronto, El Lobo pero yo, extrañado, se le quedé viendo al Güero, como pidiendo auxilio.

Algo quise decirle pero la entrevista se terminó con la llegada del Rogelio, el Aníbal y un vientecito fresco y marino que se sumó al ambiente de esa noche como víspera del final .

No sé si aún El Lobo siga creyendo lo que esa vez le contó el Rogelio.

Hace mucho que no lo veo.

El Güero me platicó que, en una ocasión, al Lobo lo quiso parar una patrulla pero sé asustó y se dio a la fuga por rumbos de La Marina, pensando que ahí estaría a salvo. Cuando lo detuvieron, allá cerca de la playa, le pasaron báscula y nomás le encontraron un bultito de hilaza, una pistola 38 de juguete, una pirinola, un frasquito de Vaporub del que se ponía en la nariz cuando pintaba los carros, y un dedal.

Al Rogelio, si lo veo o no, le da la misma o eso me diría, con aparente desaire, pero estoy seguro que, a su modo, sabe querer a sus amigos.

Los abrazos son la expresión del alma, dijo un fulano de cuto nombre, ahorita, no puedo acordarme.

Pero no fue ni Mario Almada ni el Lobo.

Tengo ganas de abrazar a los dos. Más bien quisiera abrazarlos a todos, sin miedo, sin lejanas distancias, como si nada pasara ya.

“Me gustan los abrazos que llegan de la nada.

Sin pedir.

Sin avisar.

Esas manos que te dicen:

«Aquí estoy yo para salvarte de todo».

Asi dice un poema que leí, de un mentado Oscar Ortiz y me gusto (el poema, claro)

Por eso y más quiero abrazarlos.

Antes que se acabe el mundo y queden nomás las cucarachas.

Fue cuando dijeron que se acabaría el mundo y todos nos íbamos a extinguir, menos las cucarachas. Al día siguiente nos reuniríamos para la despedida, pero una noche antes recalamos en la llantera, como tantas veces y ahí seguían El Güero y El Lobo.

Al Güero ya lo conocía, al Lobo, no. El Rogelio me lo presentó y, en una de esas que fui al baño, de mí le dijo que vivía en Sonora y, de paso, sin que me diera cuenta, lo verbeó contándole que yo, acá, era el abogado de Mario Almada.

El Lobo tenía una cara que le hubiera resultado de sumo interés a César Lombroso para constatar su teoría del delincuente nato, pero era dueño de una inocencia de niño el cual se hacía presente cada vez que platicaba.

También se me hace que sus pulmones no andaban bien porque de repente respiraba hondo y tosía como si fuera el claxon de esos carros que arregla en el patio de su casa.

El Rogelio desde que fue el abanderado en la primera y hasta la fecha, siempre ha tenido ese perfil de seminarista, pero acumula una vagancia que haría juego con la cara del Lobo.

Cuando regresé del baño, el Lobo me acercó unas de las ballenas más heladas, me sirvió en un vaso y ya no se separó de mí.

- ¿Qué dice Mario Almada? inquirió

- Ahí anda, respondí como para seguir la plática y agradecerle el detalle de la Bello.( Este ya se empedó, supuse)

- Anoche vi una de sus películas, me presumió, al tiempo que sacaba uno de a cien porque ya empezaba la coperacha para las siguientes.

- órale, le respondí y yo le alcancé otro billete al Aníbal, sin voltear a verlo.

El Lobo empezó a interrogarme sobre Mario Almada y después sobre Fernando, su hermano y al ratito citó una canción que, a decir de él, aquellos cantaban a dueto y terminó preguntándome si conocía Huatabampo y que tan lejos estaba de Hermosillo.

Yo respondí, con paciencia, cada duda que le surgía al Lobo y, como pude, le completé la biografía de quien tanto quería saber.

El Rogelio me dio una palmadita en la espalda y, llevándose una risita, cruzó el boulevard junto con el Aníbal porque ya estaban por cerrar la licorería del Gayocla.

El Lobo abrió otra ballena de las que quedaban y me volvió a llenar el vaso, mientras El Güero vaciaba en una bandeja una bolsa de papitas y le exprimía dos limones.

" Todo por nada " se llama la que vi anoche, comentó el Lobo y se echó un puño de papitas a la boca .

_Buenísima, afirmé yo, bien convencido y reviré hacia a la calle para ver si ya venían El Rogelio y el Aníbal.

_En esa es donde sale Bruno Rey, Carlos Ancira …

_ y hace mucho que eres el Abogado de Mario Almada? Me interrumpió para preguntarme, de pronto, El Lobo pero yo, extrañado, se le quedé viendo al Güero, como pidiendo auxilio.

Algo quise decirle pero la entrevista se terminó con la llegada del Rogelio, el Aníbal y un vientecito fresco y marino que se sumó al ambiente de esa noche como víspera del final .

No sé si aún El Lobo siga creyendo lo que esa vez le contó el Rogelio.

Hace mucho que no lo veo.

El Güero me platicó que, en una ocasión, al Lobo lo quiso parar una patrulla pero sé asustó y se dio a la fuga por rumbos de La Marina, pensando que ahí estaría a salvo. Cuando lo detuvieron, allá cerca de la playa, le pasaron báscula y nomás le encontraron un bultito de hilaza, una pistola 38 de juguete, una pirinola, un frasquito de Vaporub del que se ponía en la nariz cuando pintaba los carros, y un dedal.

Al Rogelio, si lo veo o no, le da la misma o eso me diría, con aparente desaire, pero estoy seguro que, a su modo, sabe querer a sus amigos.

Los abrazos son la expresión del alma, dijo un fulano de cuto nombre, ahorita, no puedo acordarme.

Pero no fue ni Mario Almada ni el Lobo.

Tengo ganas de abrazar a los dos. Más bien quisiera abrazarlos a todos, sin miedo, sin lejanas distancias, como si nada pasara ya.

“Me gustan los abrazos que llegan de la nada.

Sin pedir.

Sin avisar.

Esas manos que te dicen:

«Aquí estoy yo para salvarte de todo».

Asi dice un poema que leí, de un mentado Oscar Ortiz y me gusto (el poema, claro)

Por eso y más quiero abrazarlos.

Antes que se acabe el mundo y queden nomás las cucarachas.