/ domingo 11 de julio de 2021

Mandantes, mandatos y mandatarios

Hace varios años escuché a un joven presidente municipal expresar, en su discurso de recepción de ese cargo, que él jamás habría de sentirse mandatario, ya que el verdadero mandatario era el pueblo que lo eligió.

Tan descomunal confusión, sin duda producto de la falta de lecturas, motiva la presente nota que debe empezar con una premisa incuestionable: los sinónimos perfectos son inexistentes, de manera que en el proceso de redacción se debe buscar siempre la palabra que se ajuste con exactitud a lo que se pretende decir: asno, borrico, burro, jumento, pollino y rucio son sinónimos entre sí, pero cada uno de tales sustantivos posee alguna diferencia específica respecto a los demás. Queda esto de quehacer para los aficionados al diccionario.

El caso es que comúnmente se emplea el término “mandatario” como sinónimo de cualquier cargo público de nivel ejecutivo; así se le dice mandatario al presidente y al gobernador, por ejemplos.

Pero resulta que sólo merece el título de mandatario aquel que en efecto (de hecho, en la práctica) cumple el mandato de sus gobernados, o sea quienes lo colocaron en esa responsabilidad mediante el sufragio mayoritario, los electores y auténticos mandantes.

Ese mandato se expresa en los objetivos históricos de la colectividad que el personaje pretende dirigir, en los planteamientos del programa de acción que enuncia el candidato* durante sus actividades en procuración del apoyo ciudadano, en lo que luego se constituye como su programa de gobierno, y en los imperativos sociales que surgen durante la administración que conduce.

Por otra parte, un lema o consigna de campaña de ninguna manera puede sustentarse como plan de acción gubernamental, pues es apenas esbozo e intención desprovista de contenido; el contenido es el compromiso que asume, el mandato que está obligado de modo expreso a cumplir.

Y así leemos y escuchamos que el vocablo “mandatario” es utilizado tan despistada como erróneamente para designar a ilustres dictadores, cabezas de regímenes totalitarios que sin tomar mínimamente en cuenta la opinión de sus gobernados (o desgobernados), hacen lo que les viene en gana por sí mismos o mediante congresos sumisos que aprueban obedientes cualquier iniciativa del poder ejecutivo, por arbitraria que sea o por inadecuada que fuere para el bien social.

De manera similar ocurre, por citar un caso, con ese obeso personaje que ni siquiera es originario de la tierra que dice gobernar, heredero de un sistema sucesorio enquistado en el mando público desde hace ya varios años. Me refiero a Nicolás Maduro, por supuesto.

En materia de Derecho, "el mandatario queda obligado por la aceptación a cumplir el mandato, y responde de los daños y perjuicios que, de no ejecutarlo, se ocasionen al mandante."

A este respecto, don José G. Moreno de Alba explica que “A varios hispanohablantes mexicanos, de muy diversos niveles socioculturales, pregunté qué significaba para ellos, aplicada al presidente del país, la expresión primer mandatario. En muy diversas formas, todos me dijeron que el presidente era mandatario porque mandaba, porque daba órdenes, y era primer mandatario porque podía mandar a todos los demás…”

En tal sentido, ha quedado evidente que muchas de las declaraciones, acciones y omisiones del jefe del gobierno mexicano han causado serios daños y perjuicios a la sociedad de este país, que omitiremos enumerar por sabidas a través de la información diaria de los medios desde que tomó posesión de su cargo, cuyo encargo ha dejado mucho qué desear.

Así que dejémonos de eufemismos y sinónimos desacertados para llamar a los autoritarios, populistas y demagogos como lo que son, obligándolos a cumplir debida y puntualmente lo que ofrecieron hacer con tanto ardor en los fragores de la campaña. En este caso, de una campaña de más de un decenio.

De lo contrario, que el pueblo se los demande, como lo está demandando ya, en nuestro país y el resto del continente, a varios depreda-erarios que se sentían intocables e imprescindibles.

* Una de las acepciones de la palabra “candidato” lo define como “persona cándida, que se deja engañar”. Paradójico, en verdad.

Hace varios años escuché a un joven presidente municipal expresar, en su discurso de recepción de ese cargo, que él jamás habría de sentirse mandatario, ya que el verdadero mandatario era el pueblo que lo eligió.

Tan descomunal confusión, sin duda producto de la falta de lecturas, motiva la presente nota que debe empezar con una premisa incuestionable: los sinónimos perfectos son inexistentes, de manera que en el proceso de redacción se debe buscar siempre la palabra que se ajuste con exactitud a lo que se pretende decir: asno, borrico, burro, jumento, pollino y rucio son sinónimos entre sí, pero cada uno de tales sustantivos posee alguna diferencia específica respecto a los demás. Queda esto de quehacer para los aficionados al diccionario.

El caso es que comúnmente se emplea el término “mandatario” como sinónimo de cualquier cargo público de nivel ejecutivo; así se le dice mandatario al presidente y al gobernador, por ejemplos.

Pero resulta que sólo merece el título de mandatario aquel que en efecto (de hecho, en la práctica) cumple el mandato de sus gobernados, o sea quienes lo colocaron en esa responsabilidad mediante el sufragio mayoritario, los electores y auténticos mandantes.

Ese mandato se expresa en los objetivos históricos de la colectividad que el personaje pretende dirigir, en los planteamientos del programa de acción que enuncia el candidato* durante sus actividades en procuración del apoyo ciudadano, en lo que luego se constituye como su programa de gobierno, y en los imperativos sociales que surgen durante la administración que conduce.

Por otra parte, un lema o consigna de campaña de ninguna manera puede sustentarse como plan de acción gubernamental, pues es apenas esbozo e intención desprovista de contenido; el contenido es el compromiso que asume, el mandato que está obligado de modo expreso a cumplir.

Y así leemos y escuchamos que el vocablo “mandatario” es utilizado tan despistada como erróneamente para designar a ilustres dictadores, cabezas de regímenes totalitarios que sin tomar mínimamente en cuenta la opinión de sus gobernados (o desgobernados), hacen lo que les viene en gana por sí mismos o mediante congresos sumisos que aprueban obedientes cualquier iniciativa del poder ejecutivo, por arbitraria que sea o por inadecuada que fuere para el bien social.

De manera similar ocurre, por citar un caso, con ese obeso personaje que ni siquiera es originario de la tierra que dice gobernar, heredero de un sistema sucesorio enquistado en el mando público desde hace ya varios años. Me refiero a Nicolás Maduro, por supuesto.

En materia de Derecho, "el mandatario queda obligado por la aceptación a cumplir el mandato, y responde de los daños y perjuicios que, de no ejecutarlo, se ocasionen al mandante."

A este respecto, don José G. Moreno de Alba explica que “A varios hispanohablantes mexicanos, de muy diversos niveles socioculturales, pregunté qué significaba para ellos, aplicada al presidente del país, la expresión primer mandatario. En muy diversas formas, todos me dijeron que el presidente era mandatario porque mandaba, porque daba órdenes, y era primer mandatario porque podía mandar a todos los demás…”

En tal sentido, ha quedado evidente que muchas de las declaraciones, acciones y omisiones del jefe del gobierno mexicano han causado serios daños y perjuicios a la sociedad de este país, que omitiremos enumerar por sabidas a través de la información diaria de los medios desde que tomó posesión de su cargo, cuyo encargo ha dejado mucho qué desear.

Así que dejémonos de eufemismos y sinónimos desacertados para llamar a los autoritarios, populistas y demagogos como lo que son, obligándolos a cumplir debida y puntualmente lo que ofrecieron hacer con tanto ardor en los fragores de la campaña. En este caso, de una campaña de más de un decenio.

De lo contrario, que el pueblo se los demande, como lo está demandando ya, en nuestro país y el resto del continente, a varios depreda-erarios que se sentían intocables e imprescindibles.

* Una de las acepciones de la palabra “candidato” lo define como “persona cándida, que se deja engañar”. Paradójico, en verdad.