/ domingo 5 de septiembre de 2021

Los esfuerzos del gobierno

De acuerdo con el diccionario de la Academia (dle.rae.es), esfuerzo es “empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades; brío, valor y empleo de elementos costosos en la consecución de algún fin.”

En esto se puede reflexionar a propósito de expresiones provenientes del mundo oficial, como aquella que habla de los “esfuerzos” que realiza la administración pública, o cuando ésta llama a “redoblar”, “conjuntar”, “unir” o “sumar” esfuerzos en tal o cual tarea.

Los anteriores son lugares comunes, en efecto, porque el léxico de mucha gente en el poder es de tal manera pobre que sólo maneja (maniobra, manipula, manosea,) una cierta cantidad de vocablos en cuyos significados todos parecen estar de acuerdo, aunque al final se hallen lejos de tener una comprensión unánime y clara de ellos.

Últimamente han sido sumados al acervo términos como “referente” (que expresa relación a algo o puede servir de modelo), “sinergia” (tarea coordinada, cooperación) y “resiliencia” (capacidad de recuperación ante un acontecimiento adverso), que cada quien emplea como mejor los entiende, le acomodan o le vienen en gana.

Al decir de una talentosa mujer como Ayn Rand, “el gobierno nada hace, en nada contribuye, excepto en poner impedimentos.” Esto es de tal modo real como que los únicos recursos que posee el poder público son los de la sociedad, no más, y ninguno de los que se hallan en él le pone de su peculio; muy al contrario.

Aparte de las acciones de dirección (más o menos acertadas) puramente administrativa, de gestión, procuración y promoción que le son propias, en cualquier caso el gobierno nada produce en materias esenciales como la economía, la ciencia y la tecnología, la cultura y el arte, la filosofía y la tradición o las artesanías, por ejemplos. Puede facilitarlas y apoyarlas, cuando mucho, pero carece de competencia y capacidad para generarlas.

Y así se puede tener la certeza de que la autoridad (del nivel que sea) jamás pone un “esfuerzo” adicional a la posibilidad que tiene de utilizar los fondos puestos a su cuidado, y que generalmente suele escamotear, según todos sabemos.

Porque, en varios sentidos y por diversas razones, es un hecho que la atención de los asuntos públicos adolece de lentitud desde la noche de los tiempos. “Las cosas en palacio van despacio”, recuerda la antigua conseja que mantiene invariable vigencia a pesar de las prometidas “reformas” y “simplificaciones” administrativas, pues parece hallarse en los genes de la burocracia, eternamente incólume, el afán de poner impedimentos, como bien decía la filósofa Rand.

En estos días puede ser leída en El Sol de México (1 sept. 2021) una nota de Juan Luis Ramos titulada “Pymes pierden 20 días al año en burocracia”, donde da a conocer un reporte realizado por México Evalúa y Atlas Network, el cual indica que, “los negocios del sector primario [agricultura, ganadería y pesca] son los que invierten más tiempo en estos trámites, con 544 horas al año.”

La información añade que “las mipymes [micro, pequeñas y medianas empresas] mexicanas realizan en promedio unos 40 trámites al año, a los que, además de tiempo, destinan recursos [económicos]: cerca de 239 mil millones de pesos gastan estas unidades de negocio al año para cumplir con sus obligaciones burocráticas, lo que equivale a uno por ciento del producto interno bruto [Pib].”

Algunas de las razones para tratar de explicar esto están agrupadas en lo que genéricamente se denomina corrupción, que el régimen actual se comprometió a extirpar de la vida nacional, y la gente que se preocupa por informarse ya sabe meridianamente en lo que ha venido a desembocar todo eso que supuestamente era un propósito serio.

El gobierno de la instancia que fuere y sus posesionarios (el presidente, el gobernador, el alcalde) se halla imposibilitado de efectuar “esfuerzo” alguno, y en general nada más allá de lo que le permiten las políticas públicas, las acciones programadas y el erario para darles cabal cumplimiento.

El servidor público lo es de tiempo completo (incluidas vacaciones), y su responsabilidad es dedicarlo todo a desempeñar su trabajo por el que se le paga muy bien. Fuera de él nada resulta extraordinario; por tanto, ningún “esfuerzo” hay al margen de ello.

Así que, ¿cuál esfuerzo, señor funcionario y empleados que le acompañan?

De acuerdo con el diccionario de la Academia (dle.rae.es), esfuerzo es “empleo enérgico del vigor o actividad del ánimo para conseguir algo venciendo dificultades; brío, valor y empleo de elementos costosos en la consecución de algún fin.”

En esto se puede reflexionar a propósito de expresiones provenientes del mundo oficial, como aquella que habla de los “esfuerzos” que realiza la administración pública, o cuando ésta llama a “redoblar”, “conjuntar”, “unir” o “sumar” esfuerzos en tal o cual tarea.

Los anteriores son lugares comunes, en efecto, porque el léxico de mucha gente en el poder es de tal manera pobre que sólo maneja (maniobra, manipula, manosea,) una cierta cantidad de vocablos en cuyos significados todos parecen estar de acuerdo, aunque al final se hallen lejos de tener una comprensión unánime y clara de ellos.

Últimamente han sido sumados al acervo términos como “referente” (que expresa relación a algo o puede servir de modelo), “sinergia” (tarea coordinada, cooperación) y “resiliencia” (capacidad de recuperación ante un acontecimiento adverso), que cada quien emplea como mejor los entiende, le acomodan o le vienen en gana.

Al decir de una talentosa mujer como Ayn Rand, “el gobierno nada hace, en nada contribuye, excepto en poner impedimentos.” Esto es de tal modo real como que los únicos recursos que posee el poder público son los de la sociedad, no más, y ninguno de los que se hallan en él le pone de su peculio; muy al contrario.

Aparte de las acciones de dirección (más o menos acertadas) puramente administrativa, de gestión, procuración y promoción que le son propias, en cualquier caso el gobierno nada produce en materias esenciales como la economía, la ciencia y la tecnología, la cultura y el arte, la filosofía y la tradición o las artesanías, por ejemplos. Puede facilitarlas y apoyarlas, cuando mucho, pero carece de competencia y capacidad para generarlas.

Y así se puede tener la certeza de que la autoridad (del nivel que sea) jamás pone un “esfuerzo” adicional a la posibilidad que tiene de utilizar los fondos puestos a su cuidado, y que generalmente suele escamotear, según todos sabemos.

Porque, en varios sentidos y por diversas razones, es un hecho que la atención de los asuntos públicos adolece de lentitud desde la noche de los tiempos. “Las cosas en palacio van despacio”, recuerda la antigua conseja que mantiene invariable vigencia a pesar de las prometidas “reformas” y “simplificaciones” administrativas, pues parece hallarse en los genes de la burocracia, eternamente incólume, el afán de poner impedimentos, como bien decía la filósofa Rand.

En estos días puede ser leída en El Sol de México (1 sept. 2021) una nota de Juan Luis Ramos titulada “Pymes pierden 20 días al año en burocracia”, donde da a conocer un reporte realizado por México Evalúa y Atlas Network, el cual indica que, “los negocios del sector primario [agricultura, ganadería y pesca] son los que invierten más tiempo en estos trámites, con 544 horas al año.”

La información añade que “las mipymes [micro, pequeñas y medianas empresas] mexicanas realizan en promedio unos 40 trámites al año, a los que, además de tiempo, destinan recursos [económicos]: cerca de 239 mil millones de pesos gastan estas unidades de negocio al año para cumplir con sus obligaciones burocráticas, lo que equivale a uno por ciento del producto interno bruto [Pib].”

Algunas de las razones para tratar de explicar esto están agrupadas en lo que genéricamente se denomina corrupción, que el régimen actual se comprometió a extirpar de la vida nacional, y la gente que se preocupa por informarse ya sabe meridianamente en lo que ha venido a desembocar todo eso que supuestamente era un propósito serio.

El gobierno de la instancia que fuere y sus posesionarios (el presidente, el gobernador, el alcalde) se halla imposibilitado de efectuar “esfuerzo” alguno, y en general nada más allá de lo que le permiten las políticas públicas, las acciones programadas y el erario para darles cabal cumplimiento.

El servidor público lo es de tiempo completo (incluidas vacaciones), y su responsabilidad es dedicarlo todo a desempeñar su trabajo por el que se le paga muy bien. Fuera de él nada resulta extraordinario; por tanto, ningún “esfuerzo” hay al margen de ello.

Así que, ¿cuál esfuerzo, señor funcionario y empleados que le acompañan?