/ miércoles 22 de abril de 2020

Líderes

Pobre del país que carezca de líderes. Esa es quizá, una de las carencias más lamentables -y evidentes- de esta emergencia. En las épocas más duras, la diferencia decisiva para una sociedad se basa a menudo en la conducción que reciba. El líder es un referente: de buen juicio, de integridad, de comprensión de su responsabilidad pública.

El dirigente no sólo muestra el destino de una nación: a menudo la encarna. Churchill fue capaz de mantener en pie a la sociedad inglesa en los momentos más duros de su historia. No mintió. Se comprometió ante su pueblo a ofrecer lo que tenía. Sangre, sudor y lágrimas. No hay palabras más duras, más dolorosas que ofrecer. Pero la verdad, la franqueza, la credibilidad, cimientan la posibilidad de emprender grandes sacrificios.

A cambio, Churchill propuso solo una cosa. Luchar: luchar en donde fuese necesario para alcanzar la victoria. Una que, por cierto, en ese momento parecía imposible.

Cumplió cabalmente. Cuando Alemania arrasaba a la aviación inglesa, el Primer Ministro tomó una decisión terrible. Hizo bombardear Berlín, sabiendo que la rabia de Hitler detonaría una represalia contra las ciudades inglesas. Pero dejaría de atacar a la Fuerza Aérea: la única posibilidad de triunfar.

Años después, en Alemania, Konrad Adenauer tuvo que tomar una decisión de espanto. Alemania había perdido la guerra. Estaba devastada. Partida. Pensó que la única posibilidad de resurgir era volcar los pocos recursos a la infancia. Todas las demás generaciones estaban perdidas. Así lo hizo.

A menudo los grandes líderes deben renunciar a sus ideas para buscar un beneficio mayor. Richelieu era cardenal. Debía devoción al papa y a su religión. Pero era canciller de Francia y quería su grandeza. Creó un concepto: razón de estado. Beneficiar a tu pueblo es una prioridad: mayor que tus convicciones personales. Richelieu sabía que el interés de Francia era impedir la consolidación del imperio de los Habsburgo. Así que financió a la oposición protestante que debilitó en la Guerra de Treinta años al Imperio Católico y pospuso la creación de Alemania. Su religión no importó: estaba primero Francia.

Sacar a España de su doloroso ostracismo hizo que Adolfo Suárez renunciara a su pasado franquista, hiciera a un lado a sus amigos, para consagrarse a consolidar la democracia, tejer los Pactos de la Moncloa y, en un momento crucial, salvar a España del golpe de estado del coronel Tejero. Enfrentando en el parlamento las armas dijo a los golpistas que le exigían tirarse al piso:

-El presidente del gobierno no se tiende.

Los líderes no solo guían: también inspiran.

Cortés catapultó a Ordaz a una empresa inconcebible: subir voluntariamente el Popocatépetl, descender su cráter para, con la lava, producir la pólvora que urgía para culminar la conquista de Tenochtitlan. Mehmet hizo construir un camino encima de una montaña que lo separaba del Golfo Interior que le impedía a su flota conquistar Bizancio. Lleva sus barcos por tierra en una hazaña portentosa.

Una empresa casi similar a cuando John F. Kennedy arrastró a Estados Unidos a un imposible: conquistar la luna.

Los grandes líderes son aquellos que se levantan encima de sus pasiones humanas para lograr un valor superior. Nelson Mandela tenía todo el derecho, tras estar 27 años preso, de dejarse arrastrar por su resentimiento y volcarse contra la minoría blanca que le había humillado. No lo hizo. No buscaba el poder, sino la libertad de su gente.

Mandela entendía a la libertad en las palabras del Ministro de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, Anthony Kennedy: el derecho a definir el concepto propio de existencia, de significado, del universo y del misterio de la vida humana.

Por eso se rehusó a prolongar la división que era prolongar el sufrimiento de las personas.

Ser un referente y un ejemplo. Poseer una grandeza de miras. Anticiparse a los acontecimientos. Hablar con la verdad, aunque duela. Tomar decisiones difíciles. Contagiar un sueño. Convocar al heroísmo de lo imposible.

Cohesionar en torno a un bien superior.

Esa es la función de un buen líder.

Por eso pienso que, en este momento terrible, pobre de aquel pueblo que carezca de uno.


Dato

A menudo los grandes líderes deben renunciar a sus ideas para buscar un beneficio mayor. Richelieu era cardenal. Debía devoción al papa y a su religión. Pero era canciller de Francia y quería su grandeza. Creó un concepto: razón de estado. Beneficiar a tu pueblo es una prioridad: mayor que tus convicciones personales.


@fvazquezrig

Pobre del país que carezca de líderes. Esa es quizá, una de las carencias más lamentables -y evidentes- de esta emergencia. En las épocas más duras, la diferencia decisiva para una sociedad se basa a menudo en la conducción que reciba. El líder es un referente: de buen juicio, de integridad, de comprensión de su responsabilidad pública.

El dirigente no sólo muestra el destino de una nación: a menudo la encarna. Churchill fue capaz de mantener en pie a la sociedad inglesa en los momentos más duros de su historia. No mintió. Se comprometió ante su pueblo a ofrecer lo que tenía. Sangre, sudor y lágrimas. No hay palabras más duras, más dolorosas que ofrecer. Pero la verdad, la franqueza, la credibilidad, cimientan la posibilidad de emprender grandes sacrificios.

A cambio, Churchill propuso solo una cosa. Luchar: luchar en donde fuese necesario para alcanzar la victoria. Una que, por cierto, en ese momento parecía imposible.

Cumplió cabalmente. Cuando Alemania arrasaba a la aviación inglesa, el Primer Ministro tomó una decisión terrible. Hizo bombardear Berlín, sabiendo que la rabia de Hitler detonaría una represalia contra las ciudades inglesas. Pero dejaría de atacar a la Fuerza Aérea: la única posibilidad de triunfar.

Años después, en Alemania, Konrad Adenauer tuvo que tomar una decisión de espanto. Alemania había perdido la guerra. Estaba devastada. Partida. Pensó que la única posibilidad de resurgir era volcar los pocos recursos a la infancia. Todas las demás generaciones estaban perdidas. Así lo hizo.

A menudo los grandes líderes deben renunciar a sus ideas para buscar un beneficio mayor. Richelieu era cardenal. Debía devoción al papa y a su religión. Pero era canciller de Francia y quería su grandeza. Creó un concepto: razón de estado. Beneficiar a tu pueblo es una prioridad: mayor que tus convicciones personales. Richelieu sabía que el interés de Francia era impedir la consolidación del imperio de los Habsburgo. Así que financió a la oposición protestante que debilitó en la Guerra de Treinta años al Imperio Católico y pospuso la creación de Alemania. Su religión no importó: estaba primero Francia.

Sacar a España de su doloroso ostracismo hizo que Adolfo Suárez renunciara a su pasado franquista, hiciera a un lado a sus amigos, para consagrarse a consolidar la democracia, tejer los Pactos de la Moncloa y, en un momento crucial, salvar a España del golpe de estado del coronel Tejero. Enfrentando en el parlamento las armas dijo a los golpistas que le exigían tirarse al piso:

-El presidente del gobierno no se tiende.

Los líderes no solo guían: también inspiran.

Cortés catapultó a Ordaz a una empresa inconcebible: subir voluntariamente el Popocatépetl, descender su cráter para, con la lava, producir la pólvora que urgía para culminar la conquista de Tenochtitlan. Mehmet hizo construir un camino encima de una montaña que lo separaba del Golfo Interior que le impedía a su flota conquistar Bizancio. Lleva sus barcos por tierra en una hazaña portentosa.

Una empresa casi similar a cuando John F. Kennedy arrastró a Estados Unidos a un imposible: conquistar la luna.

Los grandes líderes son aquellos que se levantan encima de sus pasiones humanas para lograr un valor superior. Nelson Mandela tenía todo el derecho, tras estar 27 años preso, de dejarse arrastrar por su resentimiento y volcarse contra la minoría blanca que le había humillado. No lo hizo. No buscaba el poder, sino la libertad de su gente.

Mandela entendía a la libertad en las palabras del Ministro de la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos, Anthony Kennedy: el derecho a definir el concepto propio de existencia, de significado, del universo y del misterio de la vida humana.

Por eso se rehusó a prolongar la división que era prolongar el sufrimiento de las personas.

Ser un referente y un ejemplo. Poseer una grandeza de miras. Anticiparse a los acontecimientos. Hablar con la verdad, aunque duela. Tomar decisiones difíciles. Contagiar un sueño. Convocar al heroísmo de lo imposible.

Cohesionar en torno a un bien superior.

Esa es la función de un buen líder.

Por eso pienso que, en este momento terrible, pobre de aquel pueblo que carezca de uno.


Dato

A menudo los grandes líderes deben renunciar a sus ideas para buscar un beneficio mayor. Richelieu era cardenal. Debía devoción al papa y a su religión. Pero era canciller de Francia y quería su grandeza. Creó un concepto: razón de estado. Beneficiar a tu pueblo es una prioridad: mayor que tus convicciones personales.


@fvazquezrig

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