/ lunes 25 de junio de 2018

La inteligencia de los mexicanos

De las varias acepciones de la palabra inteligencia que proporciona el diccionario de la Academia, opto por la primera que la explica como “Capacidad de entender o comprender”.

Concepción diferente a la de este caso particular tenía Octavio Paz, cuando hablaba de la “inteligentsia” mexicana, como entidad selecta, de la cual, sin embargo, aseguraba que “no sólo ha servido al país: lo ha defendido. Ha sido honrada y eficaz, pero ¿no ha dejado de ser ´inteligencia´, es decir, no ha renunciado a ser la conciencia crítica de su pueblo?” (En El laberinto de la soledad). Pero éste es asunto para otra ocasión.

Este columnista se ha preguntado -y lo ha hecho público en varias ocasiones- por qué, en el ámbito sociopolítico nacional jamás se habla de la inteligencia de los mexicanos, de lo necesario que resulta y los beneficios que traería consigo su promoción y adecuado aprovechamiento.

Esto viene a cuento porque, en un reciente artículo en el diario “La Razón”, su director Rubén Cortés, reconoció al candidato José Antonio Meade que en el transcurso de la campaña presidencial, de modo particular en los tres debates, haya dado a todos los ciudadanos la calidad de personas capaces de entender “propuestas estructuradas, explicaciones con hechos y datos.”

Sostiene que, en la dicha tercia de enfrentamientos, “Meade respetó la inteligencia de sus compatriotas, sin distingo: para Meade, todos son capaces de pensar.”

Dice que muchos “ven esto como un error, porque Meade debería vender respuestas fáciles a los problemas más difíciles, ya que la mayoría de la gente no tiene grandes conocimientos políticos y busca la salvación en promesas falsas.” En contraposición, afirma que el candidato “representa la antípoda del populismo que da a la gente, con frases sencillas y cortas, lo que de manera inmediata, emocional y simple quiere oír.”

En los procesos electorales y en el discurso oficial, los políticos, dirigentes sociales y funcionarios públicos tocan, con frecuencia, lugares tan comunes como ayudar a los económicamente pobres (con su eufemismo “los que menos tienen”), procurar el desarrollo económico, la salud, la educación (como ellos buenamente la conciben) y algunos otros, siempre en un plano paternalista, apapachador, dadivoso, donde la población desempeña, sin variación, un rol eminentemente pasivo e indignantemente receptivo.

Evitan referirse a la inteligencia porque quizá les parece un concepto de poco impacto retórico, tal vez insultante para la multitud (a la que suponen ignorante, estúpida y, por ende, manipulable) o, en el peor de los casos, vocablo que sólo puede ser aplicado a un segmento de “refinados” y críticos naturalmente desafectos a los errores y desvíos del gobierno.

A los del poder les asusta referirse u oír hablar de la inteligencia individual y colectiva; nada hay que les horrorice más que tener que someter sus decisiones al cuestionamiento de los miembros pensantes de la población, por lo cual prefieren dialogar -cuando es inevitable hacerlo- con los “representantes” sociales, que muchas veces son menos representantes de lo que se cree. Y si esos delegados son afines al régimen, mejor.

Así, la inteligencia individual queda marginada de los mecanismos que determinan la convivencia comunitaria.

La inteligencia ha sido, en términos generales, característica de la personalidad de los mexicanos desde los orígenes de su paulatina integración social, y es causa eficiente de la edificación de este gran país, con sus fuerzas y flaquezas, grandezas y felonías.

Por eso es hora ya, aunque les pese a quienes pretenden maniobraren su beneficio el desenvolvimiento de esta sociedad, de que se acuda a su inteligencia para mejorara esta nación y sus habitantes, relegados por algunos a términos de masa abnegada, acrítica y obediente.

México es construcción de siglos por el afán inteligente de quienes en sus diversas etapas lo han constituido. Más que de sus caudillos, lo es de las mujeres y los hombres que han colaborado con talento en el empeño de edificar la República que tenemos ahora. Más que de sus gobernantes, de la capacidad y el trabajo manual e intelectual de quienes han asumido su responsabilidad histórica en cada momento de su acontecer. De la política con su adjetivo “inteligente”.

Entonces por qué no apelar a la proverbial capacidad de los mexicanos, a su innegable creatividad e imaginación, en las actuales circunstancias en que resulta imprescindible volver a los antiguos preceptos de los que habíamos vivido orgullosos…

A ejercer de nuevo, en fin, el ejercicio de la inteligencia.

Por ello congratula leer la nota de referencia en que Cortés sostiene que “algunos expertos aconsejan a ciertos candidatos utilizar en las campañas frases cortas, mensajes simplones, porque es lo que admiten los millones y millones que ven televisión y lo que prefieren los tuiteros…

“Meade piensa diferente. Ve a todos los mexicanos como personas que miran muy alto y que piensan…

“Claro que piensan”, sostiene.

De las varias acepciones de la palabra inteligencia que proporciona el diccionario de la Academia, opto por la primera que la explica como “Capacidad de entender o comprender”.

Concepción diferente a la de este caso particular tenía Octavio Paz, cuando hablaba de la “inteligentsia” mexicana, como entidad selecta, de la cual, sin embargo, aseguraba que “no sólo ha servido al país: lo ha defendido. Ha sido honrada y eficaz, pero ¿no ha dejado de ser ´inteligencia´, es decir, no ha renunciado a ser la conciencia crítica de su pueblo?” (En El laberinto de la soledad). Pero éste es asunto para otra ocasión.

Este columnista se ha preguntado -y lo ha hecho público en varias ocasiones- por qué, en el ámbito sociopolítico nacional jamás se habla de la inteligencia de los mexicanos, de lo necesario que resulta y los beneficios que traería consigo su promoción y adecuado aprovechamiento.

Esto viene a cuento porque, en un reciente artículo en el diario “La Razón”, su director Rubén Cortés, reconoció al candidato José Antonio Meade que en el transcurso de la campaña presidencial, de modo particular en los tres debates, haya dado a todos los ciudadanos la calidad de personas capaces de entender “propuestas estructuradas, explicaciones con hechos y datos.”

Sostiene que, en la dicha tercia de enfrentamientos, “Meade respetó la inteligencia de sus compatriotas, sin distingo: para Meade, todos son capaces de pensar.”

Dice que muchos “ven esto como un error, porque Meade debería vender respuestas fáciles a los problemas más difíciles, ya que la mayoría de la gente no tiene grandes conocimientos políticos y busca la salvación en promesas falsas.” En contraposición, afirma que el candidato “representa la antípoda del populismo que da a la gente, con frases sencillas y cortas, lo que de manera inmediata, emocional y simple quiere oír.”

En los procesos electorales y en el discurso oficial, los políticos, dirigentes sociales y funcionarios públicos tocan, con frecuencia, lugares tan comunes como ayudar a los económicamente pobres (con su eufemismo “los que menos tienen”), procurar el desarrollo económico, la salud, la educación (como ellos buenamente la conciben) y algunos otros, siempre en un plano paternalista, apapachador, dadivoso, donde la población desempeña, sin variación, un rol eminentemente pasivo e indignantemente receptivo.

Evitan referirse a la inteligencia porque quizá les parece un concepto de poco impacto retórico, tal vez insultante para la multitud (a la que suponen ignorante, estúpida y, por ende, manipulable) o, en el peor de los casos, vocablo que sólo puede ser aplicado a un segmento de “refinados” y críticos naturalmente desafectos a los errores y desvíos del gobierno.

A los del poder les asusta referirse u oír hablar de la inteligencia individual y colectiva; nada hay que les horrorice más que tener que someter sus decisiones al cuestionamiento de los miembros pensantes de la población, por lo cual prefieren dialogar -cuando es inevitable hacerlo- con los “representantes” sociales, que muchas veces son menos representantes de lo que se cree. Y si esos delegados son afines al régimen, mejor.

Así, la inteligencia individual queda marginada de los mecanismos que determinan la convivencia comunitaria.

La inteligencia ha sido, en términos generales, característica de la personalidad de los mexicanos desde los orígenes de su paulatina integración social, y es causa eficiente de la edificación de este gran país, con sus fuerzas y flaquezas, grandezas y felonías.

Por eso es hora ya, aunque les pese a quienes pretenden maniobraren su beneficio el desenvolvimiento de esta sociedad, de que se acuda a su inteligencia para mejorara esta nación y sus habitantes, relegados por algunos a términos de masa abnegada, acrítica y obediente.

México es construcción de siglos por el afán inteligente de quienes en sus diversas etapas lo han constituido. Más que de sus caudillos, lo es de las mujeres y los hombres que han colaborado con talento en el empeño de edificar la República que tenemos ahora. Más que de sus gobernantes, de la capacidad y el trabajo manual e intelectual de quienes han asumido su responsabilidad histórica en cada momento de su acontecer. De la política con su adjetivo “inteligente”.

Entonces por qué no apelar a la proverbial capacidad de los mexicanos, a su innegable creatividad e imaginación, en las actuales circunstancias en que resulta imprescindible volver a los antiguos preceptos de los que habíamos vivido orgullosos…

A ejercer de nuevo, en fin, el ejercicio de la inteligencia.

Por ello congratula leer la nota de referencia en que Cortés sostiene que “algunos expertos aconsejan a ciertos candidatos utilizar en las campañas frases cortas, mensajes simplones, porque es lo que admiten los millones y millones que ven televisión y lo que prefieren los tuiteros…

“Meade piensa diferente. Ve a todos los mexicanos como personas que miran muy alto y que piensan…

“Claro que piensan”, sostiene.