/ lunes 24 de agosto de 2020

La Farsa

Justo cuando el país sufre una catástrofe social y humana. Cuando la virulencia de la pandemia alerta a la OMS. Cuando hay más de medio millón de infectados y más de 60 mil muertes y contando. Cuando la caída económica es la peor de la historia y cobra 20 millones de empleos y envía a 12 millones a la pobreza. Cuando las ejecuciones no cesan pese al confinamiento.

Justo en ese momento, el presidente López Obrador decide polarizar al país y tomar la desagradable vía de la política del espectáculo.

El expediente Lozoya parece más dictado a la medida de las necesidades del partido en el poder que en pruebas jurídicas fehacientes. No es una denuncia: es un libreto.

Las insensatas acusaciones llegan justo a los enemigos del presidente, de Carlos Salinas a Felipe Calderón.

Curiosamente todo ha sido filtrado, con el propósito explícito de exhibir en medios aunque se falle en los juzgados. Entretengo y distraigo, no juzgo.

Pero en política, como en la física, toda acción tiene una reacción en sentido contrario.

Así, el país de la inmundicia, que existe, le estalla al presidente en su familia. La reacción lo reduce a chapotear en el muladar que él señalaba, pero al que también pertenece.

Y ahí, en medio de la polarización exacerbada, el presidente sale en defensa de su hermano y se exhibe como un personaje sin principios. El lodo de los suyos es una necesidad épica. El de los otros, actos de vileza y corrupción.

El presidente y su esposa comenzaron el viernes el lamentable camino de la normalización del delito. La corrupción abierta, procedente de un gobierno del Partido Verde Ecologista, es bendecida.

En un salto incomprensible que le será muy costoso, López Obrador dijo que el dinero que recibía mensualmente su hermano eran aportaciones del pueblo a una buena causa.

Es falso.

No eran aportaciones del pueblo, sino dinero sucio proveniente de corrupción. No eran aportaciones, pues eran ilegales y no eran para una causa sino para operar elecciones.

Lo que hizo el presidente el viernes fue confesar una serie de delitos.

El INE debería cancelar el registro a su partido bajo esa confesión.

Pero hay algo más grave: la lucha contra la corrupción, uno de los pilares más sólidos del presidente, es exhibida como una farsa. El presidente quería hacer de ese combate su legado. Hoy está hecho polvo.

Este camino de la polarización terminará por consumir la estabilidad del país.

En medio de un huracán de muerte y desolación, el presidente ha hecho ya imposible ningún tipo de acuerdo. Enterró la política del consenso. Fracciona, así, la energía del estado mexicano.

Triste momento mexicano. Cuando esperábamos de un estadista, recibimos a un agitador.

Justo cuando el país sufre una catástrofe social y humana. Cuando la virulencia de la pandemia alerta a la OMS. Cuando hay más de medio millón de infectados y más de 60 mil muertes y contando. Cuando la caída económica es la peor de la historia y cobra 20 millones de empleos y envía a 12 millones a la pobreza. Cuando las ejecuciones no cesan pese al confinamiento.

Justo en ese momento, el presidente López Obrador decide polarizar al país y tomar la desagradable vía de la política del espectáculo.

El expediente Lozoya parece más dictado a la medida de las necesidades del partido en el poder que en pruebas jurídicas fehacientes. No es una denuncia: es un libreto.

Las insensatas acusaciones llegan justo a los enemigos del presidente, de Carlos Salinas a Felipe Calderón.

Curiosamente todo ha sido filtrado, con el propósito explícito de exhibir en medios aunque se falle en los juzgados. Entretengo y distraigo, no juzgo.

Pero en política, como en la física, toda acción tiene una reacción en sentido contrario.

Así, el país de la inmundicia, que existe, le estalla al presidente en su familia. La reacción lo reduce a chapotear en el muladar que él señalaba, pero al que también pertenece.

Y ahí, en medio de la polarización exacerbada, el presidente sale en defensa de su hermano y se exhibe como un personaje sin principios. El lodo de los suyos es una necesidad épica. El de los otros, actos de vileza y corrupción.

El presidente y su esposa comenzaron el viernes el lamentable camino de la normalización del delito. La corrupción abierta, procedente de un gobierno del Partido Verde Ecologista, es bendecida.

En un salto incomprensible que le será muy costoso, López Obrador dijo que el dinero que recibía mensualmente su hermano eran aportaciones del pueblo a una buena causa.

Es falso.

No eran aportaciones del pueblo, sino dinero sucio proveniente de corrupción. No eran aportaciones, pues eran ilegales y no eran para una causa sino para operar elecciones.

Lo que hizo el presidente el viernes fue confesar una serie de delitos.

El INE debería cancelar el registro a su partido bajo esa confesión.

Pero hay algo más grave: la lucha contra la corrupción, uno de los pilares más sólidos del presidente, es exhibida como una farsa. El presidente quería hacer de ese combate su legado. Hoy está hecho polvo.

Este camino de la polarización terminará por consumir la estabilidad del país.

En medio de un huracán de muerte y desolación, el presidente ha hecho ya imposible ningún tipo de acuerdo. Enterró la política del consenso. Fracciona, así, la energía del estado mexicano.

Triste momento mexicano. Cuando esperábamos de un estadista, recibimos a un agitador.

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