/ miércoles 10 de julio de 2019

La damiana y otros temas de California

Manuel Clemente Rojo Zavala, peruano que por diversas circunstancias llegó a ocupar la jefatura política de Baja California Sur en el siglo XIX, dice en una serie notable de escritos sobre ambas entidades de la California mexicana*, en relación a don Simón Avilez:

“La persona de este nombre es una reliquia que se conserva desde los tiempos de la conquista. Se dicen tantas cosas de su fuerza, valor y larga vida, que degenera en lo fabuloso, cuando no hay necesidad de exagerar en lo más mínimo para considerar al señor Avilez como un hombre extraordinario, que verdaderamente admira a todos los que llegan a conocerlo.

Vive actualmente (febrero 10 de 1859) en su rancho de El Refugio, seis leguas al sur del pueblo de Todos Santos. Según su aspecto parece que tuviera los 65 a 70 años cuando mucho, pero claro que es mucho mayor porque tiene hijos de su primer matrimonio que pasan de 20 años y parecen mucho más viejos que él, como don José y don Domingo Avilez.

El primero vive en San José del Cabo, y el segundo en Todos Santos. El señor Avilez dice que no entiende de años ni fechas porque nunca aprendió a leer ni escribir; que la única cuenta del tiempo que ha llevado siempre es de la semana, y eso para no faltar a la obligación de oír su misa todos los domingos.

Quieren algunos atribuir su larga vida al uso de la damiana que acostumbra tomar diariamente como té en la mañana, al mediodía y en la noche, endulzándolo con panocha en lugar de azúcar, y otros sacan de aquí mismo que la damiana tiene virtudes afrodisíacas, porque el señor Avilez, que ha sido viudo dos veces y al último está casado con una mujer joven, y teniendo hijos como si no fuera viejo, dice que ése es todo su secreto porque, fuera de la damiana, todas las comidas y costumbres son las más comunes del país. Por eso es que de algunos años a estar parte han comenzado a demandar esta rama de varios puntos de la República y aun del extranjero, y hoy se exporta la damiana en número de muchas toneladas anualmente.

Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el señor Avilez tiene hijos hasta de un año, de su última esposa, y que todos sus hijos se le parecen mucho en la cara, en el cuerpo y hasta en el modo de andar. Manuel Avilez asiste diariamente a la escuela de Todos Santos, tendrá seis años y es el vivo retrato de don Simón Avilez.

Cuando decimos que el señor Avilez nos parece como de 65 a 70 años por su aspecto físico, no queremos dar a entender con esto que esté tan decaído y achacoso como otro hombre de esa edad, porque lo vemos andar con bastante agilidad y sin necesidad de bastón en que apoyarse; al contrario: como el señor Avilez anda siempre a caballo, cuando viene de su rancho a Todos Santos carga unas enormes espuelas y no por eso deja de andar con ellas libremente cuando se apea. Todavía sale al campo y corretea y enlaza una res brava como cualquier otro vaquero, y toma un macho bronco por las orejas y se lo lleva de grado o a la fuerza hasta el sillero y allí lo apareja como le da la gana. Este varón extraordinario conserva toda su inteligencia y su memoria en un buen estado; no se le advierte ninguna falta en este sentido sino que más bien parece que lo mismo sería 40 ó 50 años pasados; no le falta un diente ni una muela, conserva su vista que puede ensartar una aguja gruesa que son las que él usa para coser los arreos y aparejos de sus mulas con pita.

Dice que cuando vino al territorio el señor conde (sic, por marqués) don José de Gálvez (1768), ya él era soldado y había prestado algún tiempo de servicio aunque no sabe decir cuántos años (“¡Qué sé yo de eso, señor, cuando ni mis abuelos sabían de eso!”), sólo sé que no eran muchos, porque estaba tan joven que aún no se casaba todavía con su primera mujer. Apenas se acuerda de esto como de un sueño, pero vio cuando se embarcaron los jesuitas y cuando vino después el padre Junípero […]”

“Entonces no había ni un solo hombre en todo el país, con la excepción de don Manuel Osio, que pudiera llamarse rico ni medianamente acomodado. Dependíamos enteramente de las misiones.

Como los trabajos o actividades eran comunes y muy pocas las familias que había en cada misión, había mucha hermandad y unión entre ellas; todo se daban y se prestaban unas a otras, hasta la ropa de uso que tenían. Lo mismo se observaba con las personas que llegaban de las otras misiones. Entonces no había gentes extrañas, todos se conocían unos a otros y la mayor parte eran parientes afines o consanguíneos. Sólo los padres misioneros reservaban sus casas para sí mismos y vivían como extraños a nuestras costumbres […]”

Manuel Clemente Rojo Zavala, peruano que por diversas circunstancias llegó a ocupar la jefatura política de Baja California Sur en el siglo XIX, dice en una serie notable de escritos sobre ambas entidades de la California mexicana*, en relación a don Simón Avilez:

“La persona de este nombre es una reliquia que se conserva desde los tiempos de la conquista. Se dicen tantas cosas de su fuerza, valor y larga vida, que degenera en lo fabuloso, cuando no hay necesidad de exagerar en lo más mínimo para considerar al señor Avilez como un hombre extraordinario, que verdaderamente admira a todos los que llegan a conocerlo.

Vive actualmente (febrero 10 de 1859) en su rancho de El Refugio, seis leguas al sur del pueblo de Todos Santos. Según su aspecto parece que tuviera los 65 a 70 años cuando mucho, pero claro que es mucho mayor porque tiene hijos de su primer matrimonio que pasan de 20 años y parecen mucho más viejos que él, como don José y don Domingo Avilez.

El primero vive en San José del Cabo, y el segundo en Todos Santos. El señor Avilez dice que no entiende de años ni fechas porque nunca aprendió a leer ni escribir; que la única cuenta del tiempo que ha llevado siempre es de la semana, y eso para no faltar a la obligación de oír su misa todos los domingos.

Quieren algunos atribuir su larga vida al uso de la damiana que acostumbra tomar diariamente como té en la mañana, al mediodía y en la noche, endulzándolo con panocha en lugar de azúcar, y otros sacan de aquí mismo que la damiana tiene virtudes afrodisíacas, porque el señor Avilez, que ha sido viudo dos veces y al último está casado con una mujer joven, y teniendo hijos como si no fuera viejo, dice que ése es todo su secreto porque, fuera de la damiana, todas las comidas y costumbres son las más comunes del país. Por eso es que de algunos años a estar parte han comenzado a demandar esta rama de varios puntos de la República y aun del extranjero, y hoy se exporta la damiana en número de muchas toneladas anualmente.

Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que el señor Avilez tiene hijos hasta de un año, de su última esposa, y que todos sus hijos se le parecen mucho en la cara, en el cuerpo y hasta en el modo de andar. Manuel Avilez asiste diariamente a la escuela de Todos Santos, tendrá seis años y es el vivo retrato de don Simón Avilez.

Cuando decimos que el señor Avilez nos parece como de 65 a 70 años por su aspecto físico, no queremos dar a entender con esto que esté tan decaído y achacoso como otro hombre de esa edad, porque lo vemos andar con bastante agilidad y sin necesidad de bastón en que apoyarse; al contrario: como el señor Avilez anda siempre a caballo, cuando viene de su rancho a Todos Santos carga unas enormes espuelas y no por eso deja de andar con ellas libremente cuando se apea. Todavía sale al campo y corretea y enlaza una res brava como cualquier otro vaquero, y toma un macho bronco por las orejas y se lo lleva de grado o a la fuerza hasta el sillero y allí lo apareja como le da la gana. Este varón extraordinario conserva toda su inteligencia y su memoria en un buen estado; no se le advierte ninguna falta en este sentido sino que más bien parece que lo mismo sería 40 ó 50 años pasados; no le falta un diente ni una muela, conserva su vista que puede ensartar una aguja gruesa que son las que él usa para coser los arreos y aparejos de sus mulas con pita.

Dice que cuando vino al territorio el señor conde (sic, por marqués) don José de Gálvez (1768), ya él era soldado y había prestado algún tiempo de servicio aunque no sabe decir cuántos años (“¡Qué sé yo de eso, señor, cuando ni mis abuelos sabían de eso!”), sólo sé que no eran muchos, porque estaba tan joven que aún no se casaba todavía con su primera mujer. Apenas se acuerda de esto como de un sueño, pero vio cuando se embarcaron los jesuitas y cuando vino después el padre Junípero […]”

“Entonces no había ni un solo hombre en todo el país, con la excepción de don Manuel Osio, que pudiera llamarse rico ni medianamente acomodado. Dependíamos enteramente de las misiones.

Como los trabajos o actividades eran comunes y muy pocas las familias que había en cada misión, había mucha hermandad y unión entre ellas; todo se daban y se prestaban unas a otras, hasta la ropa de uso que tenían. Lo mismo se observaba con las personas que llegaban de las otras misiones. Entonces no había gentes extrañas, todos se conocían unos a otros y la mayor parte eran parientes afines o consanguíneos. Sólo los padres misioneros reservaban sus casas para sí mismos y vivían como extraños a nuestras costumbres […]”