/ martes 31 de agosto de 2021

La casa grande (o lo guardadito en el corazón)

Para Chema y todo lo demás

Decía Alfred Lepéra, a través de Carlos Gardel que, aunque no se quiera el regreso, siempre se vuelve al primer amor. Por eso yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno, a esa casa grande que me vio crecer.

Y aunque ahora no quería así el regreso, siempre se vuelve al primer amor. Aquí estamos en la casa grande, de paso, como todo en la vida y la vida misma, esa que empieza llorando y así llorando se acaba.

La casa grande donde todo cabe: un terreno sin desmontar, unos cimientos, tres cuartos y unas rústicas paredes.

También la quieta calle donde el eco dijo:

"Tuya es su vida, tuyo es su querer", y bajo el burlón mirar de las estrellas, esas que

que con indiferencia hoy me ven volver.

No con la frente marchita pero sí lo que uno tiene guardadito en el corazón.

La familia, un perro muy inútil pero que se quiso con el alma, los otros animales que resolvían el diario, los árboles de fruta temprana, el barrio, los amigos, y alguien errante en las sombras, que te busca y te nombra. con el alma aferrada, a un dulce recuerdo, que lloro otra vez.

Ahí está la voz de tantas lluvias estruendosas sobre ese techo de lámina que un día quiso volar.

Está un porche rústico que rememora los gritos de niños contando hazañas de su fútbol de mediodía en pleno rayo del sol. Está una cocina lúgubre y cochambrosa que fue partícipe de memorables guisos.

Están, además, unos vigilantes almendros que fueron naciendo sin parar, luego de aparerarse esas manos con la tierra y volverse pronto raíz y semilla, frondosidad y fruto, como toda nacencia, como una crianza que se amamanta con el cuidado y el buen trato, hasta crecer, reproducirse y morir, en los brazos de una nueva sombra que surge del dolor inédito.

Es verdad que tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida.

Tengo miedo de las noches que, pobladas de recuerdos, encadenan mi soñar.

Sí, pero no le tengo miedo al miedo que enfrentas poniéndole el pecho y la enésima mejilla que, a punta de heridas y llantos, te hacen crecer.

De lo que tengo miedo es de tu miedo, diría, Shakespeare pero yo, a estas alturas, contrariamente, de lo que no que no tengo miedo son de mis miedos.

Porque nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos, sentencia Marie Curie.

Continúan aquí, en esta casa grande, para verlos desde la barrera una vez que el tiempo ha hecho su parte y ha pasado sobre ellos para que estén aquí, pero inofensivos como quien duerme tranquilo luego de enterrar el cadáver de un niño asustatidizo que se arrullaba a punta de sobresaltos.

Pero eso es la casa que les digo y a ustedes, que lo saben todo, no tengo por qué cuentearlos. Se llega, se está, se juega siendo felices en ocasiones sin darnos cuenta , nos hacemos grandes y un día, el amanecer ya no tiene la misma cara.

Esa esquina donde pasamos tantos ratos, se convirtió en un apartamento cuyos habitantes solos los ves cuando sacan la basura o vuelven de su trabajo con dos bolsas de mandado en cada mano.

La cuadra de tierra que nos vio correr o liarte a golpes o corretear un balón ponchado que apenas nos había amanecido en Nochebuena, hoy es una avenida obscura por pasan unos carros a la velocidad que corren los años y el el tiempo.

Pero a ratitos la memoria se calza aquellos pantalones cortos y se vuelve ojo de hormiga con tal de no lamentarse gracias a esa bola de recuerdos.

Prefiere reírse a carcajadas frente al espejo de un hoy, tan parecido a lo que empezó con la vitalidad de un llanto y echarse a caminar rumbo al abarrotes más cercano y pedir tres centavos de remembranzas más un par de cucuruchos llenos de presente que lo explican todo y responden el para qué de un dolor punzante que nadie quiere y sin embargo, te persigue hasta alcanzarte como lo hace la marea con tus pies, o un hijo que te pide que lo tomes en sus brazos para renacer contigo o como el viajero que huye, pero que tarde o temprano detiene su andar.

Porque aunque no se quiera el regreso ,siempre se vuelve al primer amor donde y ahí, pese todo y tempestades, se puede ser feliz.

Para Chema y todo lo demás

Decía Alfred Lepéra, a través de Carlos Gardel que, aunque no se quiera el regreso, siempre se vuelve al primer amor. Por eso yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi retorno, a esa casa grande que me vio crecer.

Y aunque ahora no quería así el regreso, siempre se vuelve al primer amor. Aquí estamos en la casa grande, de paso, como todo en la vida y la vida misma, esa que empieza llorando y así llorando se acaba.

La casa grande donde todo cabe: un terreno sin desmontar, unos cimientos, tres cuartos y unas rústicas paredes.

También la quieta calle donde el eco dijo:

"Tuya es su vida, tuyo es su querer", y bajo el burlón mirar de las estrellas, esas que

que con indiferencia hoy me ven volver.

No con la frente marchita pero sí lo que uno tiene guardadito en el corazón.

La familia, un perro muy inútil pero que se quiso con el alma, los otros animales que resolvían el diario, los árboles de fruta temprana, el barrio, los amigos, y alguien errante en las sombras, que te busca y te nombra. con el alma aferrada, a un dulce recuerdo, que lloro otra vez.

Ahí está la voz de tantas lluvias estruendosas sobre ese techo de lámina que un día quiso volar.

Está un porche rústico que rememora los gritos de niños contando hazañas de su fútbol de mediodía en pleno rayo del sol. Está una cocina lúgubre y cochambrosa que fue partícipe de memorables guisos.

Están, además, unos vigilantes almendros que fueron naciendo sin parar, luego de aparerarse esas manos con la tierra y volverse pronto raíz y semilla, frondosidad y fruto, como toda nacencia, como una crianza que se amamanta con el cuidado y el buen trato, hasta crecer, reproducirse y morir, en los brazos de una nueva sombra que surge del dolor inédito.

Es verdad que tengo miedo del encuentro con el pasado que vuelve a enfrentarse con mi vida.

Tengo miedo de las noches que, pobladas de recuerdos, encadenan mi soñar.

Sí, pero no le tengo miedo al miedo que enfrentas poniéndole el pecho y la enésima mejilla que, a punta de heridas y llantos, te hacen crecer.

De lo que tengo miedo es de tu miedo, diría, Shakespeare pero yo, a estas alturas, contrariamente, de lo que no que no tengo miedo son de mis miedos.

Porque nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora es el momento de comprender más, para temer menos, sentencia Marie Curie.

Continúan aquí, en esta casa grande, para verlos desde la barrera una vez que el tiempo ha hecho su parte y ha pasado sobre ellos para que estén aquí, pero inofensivos como quien duerme tranquilo luego de enterrar el cadáver de un niño asustatidizo que se arrullaba a punta de sobresaltos.

Pero eso es la casa que les digo y a ustedes, que lo saben todo, no tengo por qué cuentearlos. Se llega, se está, se juega siendo felices en ocasiones sin darnos cuenta , nos hacemos grandes y un día, el amanecer ya no tiene la misma cara.

Esa esquina donde pasamos tantos ratos, se convirtió en un apartamento cuyos habitantes solos los ves cuando sacan la basura o vuelven de su trabajo con dos bolsas de mandado en cada mano.

La cuadra de tierra que nos vio correr o liarte a golpes o corretear un balón ponchado que apenas nos había amanecido en Nochebuena, hoy es una avenida obscura por pasan unos carros a la velocidad que corren los años y el el tiempo.

Pero a ratitos la memoria se calza aquellos pantalones cortos y se vuelve ojo de hormiga con tal de no lamentarse gracias a esa bola de recuerdos.

Prefiere reírse a carcajadas frente al espejo de un hoy, tan parecido a lo que empezó con la vitalidad de un llanto y echarse a caminar rumbo al abarrotes más cercano y pedir tres centavos de remembranzas más un par de cucuruchos llenos de presente que lo explican todo y responden el para qué de un dolor punzante que nadie quiere y sin embargo, te persigue hasta alcanzarte como lo hace la marea con tus pies, o un hijo que te pide que lo tomes en sus brazos para renacer contigo o como el viajero que huye, pero que tarde o temprano detiene su andar.

Porque aunque no se quiera el regreso ,siempre se vuelve al primer amor donde y ahí, pese todo y tempestades, se puede ser feliz.