/ domingo 24 de septiembre de 2023

La bendita aula

La contingencia sanitaria (que aún persiste, aunque con intensidad menor) que enfrentó la humanidad del planeta en los años recientes, tuvo, entre sus ventajas, la de mostrarnos las virtudes de los espacios escolares y, en particular, del aula como comunidad de aprendizaje.

Información de estos días afirma que los chicos más atrasados en todo (“de alta prioridad para ser atendidos”, según eufemismo del régimen): lectura, matemáticas, procesos de razonamiento, lógica y lo demás, son actualmente los que iniciaron la educación primaria en línea, a través de los programas de la SEP por televisión o mediante guías de estudio y apoyo de sus tutores (quienes los tuvieron, con todos los peros imaginables).

Existe constancia de que los profesores y muchos padres de familia estuvieron al nivel de lo que de ellos exigía el momento, inédito para el mundo de la educación, pero está claro que fue insuficiente.

Esos niños han ingresado a los últimos grados de primaria en el presente ciclo escolar (2023-2024), con las deficiencias advertidas ya en evaluaciones diagnósticas realizadas este mismo año por la secretaría del ramo.

Lo anterior nos recuerda y confirma que el edificio escolar y el aula son los mejores lugares para aprender. Además de los contenidos programáticos, a socializar, ejercer la convivencia colectiva, el compañerismo, la solidaridad y hasta la amistad, más allá de los pequeños o grandes conflictos que ocasionalmente se originan en la cercanía habitual con otras personas y que, en última instancia y sin llegar a extremos indeseables, sirven para tomar experiencias y formar el carácter.

A este respecto valga comentar aquí el estado creciente de irritación, ira e intransigencia que en los últimos tiempos se ha registrado en este país, de modo específico en sus ámbitos escolares, que supera con mucho al simple bulling que es habitual y, sin excesos, aceptado en los centros escolares.

Algunos sostenemos la hipótesis de que ese furor, innecesario y aparentemente inexplicable pero visible, tiene origen en las condiciones de polarización y odio que han sido sembradas y cultivadas en el último lustro por motivaciones de estricto sentido ideológico, con intención de dividir a la realidad en dos partes opuestas entre sí: “Es mi verdad la que vale y cuenta porque la tuya es falsa, sin averiguación alguna, y por tanto eres mi adversario”. Aunque todo esto pertenece más bien al cosmos infinito de la ignorancia y la discapacidad mental e intelectual.

A lo que habremos de agregar los varios conflictos que han acarreado los libros de texto gratuitos de la “Nueva” Escuela Mexicana, que ya hemos comentado en artículo anterior, igual que las nuevas e irracionales reducciones al presupuesto de la educación.

Dicho lo cual volvamos de nuevo al edificio escolar y al aula.

Siempre es deseable que la escuela sea perímetro de estadía grata, y el aula recinto de innovación, y lugares ambas en que se enseñe y aprenda, pero donde asimismo se estimule, promueva y multiplique la creatividad hasta donde alcance la imaginación de cada uno de sus integrantes.

Escuela y aula se incluyen en el entorno del espacio físico para el cumplimiento de los fines y valores educativos, pero son mucho más: el tiempo que permanecemos en ellas, el patio, los demás salones de clases, sus árboles, plantas y flores, los aparatos de juego, los compañeros y maestros, las voces y risas queridas y el raspón en la rodilla…

De este mini universo se estuvieron perdiendo los niños y adolescentes, durante al menos dos años, en la soledad pandémica del área doméstica frente al televisor, la computadora y el teléfono móvil, con la compañía gratuita de una accidentada asesoría “por mientras” …

la idea alarmó a quienes ignorábamos que cosas así pudieran ocurrir. Por eso los que padecieron la experiencia han retornado tan evidentemente felices a disfrutar de “su” escuela, aunque lo es también de los que la recuerdan, de los otros que están y de los que vendrán.

Y porque en el barrio extrañábamos la algarabía y los destemplados gritos de “nuestra” escuela cercana…

* El columnista es miembro de las academias mexicanas de la Lengua y de la Historia.

La contingencia sanitaria (que aún persiste, aunque con intensidad menor) que enfrentó la humanidad del planeta en los años recientes, tuvo, entre sus ventajas, la de mostrarnos las virtudes de los espacios escolares y, en particular, del aula como comunidad de aprendizaje.

Información de estos días afirma que los chicos más atrasados en todo (“de alta prioridad para ser atendidos”, según eufemismo del régimen): lectura, matemáticas, procesos de razonamiento, lógica y lo demás, son actualmente los que iniciaron la educación primaria en línea, a través de los programas de la SEP por televisión o mediante guías de estudio y apoyo de sus tutores (quienes los tuvieron, con todos los peros imaginables).

Existe constancia de que los profesores y muchos padres de familia estuvieron al nivel de lo que de ellos exigía el momento, inédito para el mundo de la educación, pero está claro que fue insuficiente.

Esos niños han ingresado a los últimos grados de primaria en el presente ciclo escolar (2023-2024), con las deficiencias advertidas ya en evaluaciones diagnósticas realizadas este mismo año por la secretaría del ramo.

Lo anterior nos recuerda y confirma que el edificio escolar y el aula son los mejores lugares para aprender. Además de los contenidos programáticos, a socializar, ejercer la convivencia colectiva, el compañerismo, la solidaridad y hasta la amistad, más allá de los pequeños o grandes conflictos que ocasionalmente se originan en la cercanía habitual con otras personas y que, en última instancia y sin llegar a extremos indeseables, sirven para tomar experiencias y formar el carácter.

A este respecto valga comentar aquí el estado creciente de irritación, ira e intransigencia que en los últimos tiempos se ha registrado en este país, de modo específico en sus ámbitos escolares, que supera con mucho al simple bulling que es habitual y, sin excesos, aceptado en los centros escolares.

Algunos sostenemos la hipótesis de que ese furor, innecesario y aparentemente inexplicable pero visible, tiene origen en las condiciones de polarización y odio que han sido sembradas y cultivadas en el último lustro por motivaciones de estricto sentido ideológico, con intención de dividir a la realidad en dos partes opuestas entre sí: “Es mi verdad la que vale y cuenta porque la tuya es falsa, sin averiguación alguna, y por tanto eres mi adversario”. Aunque todo esto pertenece más bien al cosmos infinito de la ignorancia y la discapacidad mental e intelectual.

A lo que habremos de agregar los varios conflictos que han acarreado los libros de texto gratuitos de la “Nueva” Escuela Mexicana, que ya hemos comentado en artículo anterior, igual que las nuevas e irracionales reducciones al presupuesto de la educación.

Dicho lo cual volvamos de nuevo al edificio escolar y al aula.

Siempre es deseable que la escuela sea perímetro de estadía grata, y el aula recinto de innovación, y lugares ambas en que se enseñe y aprenda, pero donde asimismo se estimule, promueva y multiplique la creatividad hasta donde alcance la imaginación de cada uno de sus integrantes.

Escuela y aula se incluyen en el entorno del espacio físico para el cumplimiento de los fines y valores educativos, pero son mucho más: el tiempo que permanecemos en ellas, el patio, los demás salones de clases, sus árboles, plantas y flores, los aparatos de juego, los compañeros y maestros, las voces y risas queridas y el raspón en la rodilla…

De este mini universo se estuvieron perdiendo los niños y adolescentes, durante al menos dos años, en la soledad pandémica del área doméstica frente al televisor, la computadora y el teléfono móvil, con la compañía gratuita de una accidentada asesoría “por mientras” …

la idea alarmó a quienes ignorábamos que cosas así pudieran ocurrir. Por eso los que padecieron la experiencia han retornado tan evidentemente felices a disfrutar de “su” escuela, aunque lo es también de los que la recuerdan, de los otros que están y de los que vendrán.

Y porque en el barrio extrañábamos la algarabía y los destemplados gritos de “nuestra” escuela cercana…

* El columnista es miembro de las academias mexicanas de la Lengua y de la Historia.