/ lunes 10 de enero de 2022

La aprobación presidencial

Andrés Manuel López Obrador sigue manteniendo una —para muchos—incomprensible aprobación.

46% según Oraculus. ¿Histórico? No. Calderón y Fox estaban en rangos similares. Salinas lo superaba. Zedillo estaba en rango.

No es, así, un fenómeno inédito: sí lo es que se mantenga con tan malos resultados de gobierno.

¿Por qué mantiene su aprobación el presidente?

Primero: Es un líder social. Mantiene una conexión emocional con una gran franja de mexicanos. Aprobarlo es un acto de fe. Por eso los datos no sirven para desinflarlo, igual que la gente no deja de creer en su santo porque se le demuestre que no resucita a nadie. La gente cree y punto. López Obrador no produce ideas, sino emociones. Por eso las mismas personas que lo aprueban a él, reprueban el desempeño de su gobierno. ¿Contradicción? Sí. Pero la política está llena de ellas.

Segundo: Tiene un monopolio. Encarna el desprecio, la frustración, la impotencia de millones que han sido históricamente despreciados. Empatiza con los problemas, aunque no los resuelva. Hay 55 millones de pobres en el país. A ellos, López Obrador les ha dado un sitio, una visibilidad, una memoria. Nadie, salvo él, le habla al México del olvido y la derrota. A menudo la gente más necesitada, más desesperada, no demanda soluciones. Demanda atención.

Tercero: Cumple. Antes de la elección, 81% de la gente quería un cambio. De ellos, casi tres cuartas partes quería un cambio radical. Eso es lo que están obteniendo. ¿Les beneficia? No. ¿Podrá sostenerse el ritmo de gasto? No. Y a su base no le importa (al menos hoy). El aeropuerto, el avión, los Pinos, no son obras: son símbolos. La inauguración de megaobras —con sus mingitorios de luchadores— son inútiles, pero en el imaginario de millones demuestran capacidad. ¿No me creen? Vean las encuestas previa ingesta de bolillo.

Cuarto: Reparte. Los programas sociales llegan, según datos oficiales, a 23 millones de beneficiarios. Eso es 26% de la población adulta. Pero esos beneficiarios viven en el 65% de los hogares: la base dura del lopezobradorismo. Para muchos, lo que reciben es la diferencia entre comer y no. Es un paliativo. ¿Cura? No, pero anestesia.

Quinto: Alta Intensidad. El presidente —no su gobierno, no su partido— llena todos los espacios. No sólo no hay vacíos: hay hiperactivismo. Una suerte de billar con 36 bolas rodando simultáneas. No hay tema, conversación, o espacio en el que no esté presente: con alguna iniciativa, política, ocurrencia o frase. Pero siempre está.

Sexto: Simplifica. El presidente posee un diagnóstico preciso sobre el origen de la tragedia nacional: la corrupción. Ese diagnóstico no está acompañado por un tratamiento para curar la enfermedad. No importa. La gente siente una indignación profunda por décadas de saqueo y arrogancia. Todos los problemas, así, vienen de atrás y de arriba: de una minoría rapaz y soberbia. ¿Siguen los corruptos? Parafraseando a Roosevelt: Sí, pero son nuestros corruptos.

Séptimo: Repite. La magia no está en la canción: está en el estribillo. Como melcocha, un buen estribillo se pega. Se tararea. Y eso lo hace cada mañana el presidente. Será el sereno, pero cada día el ejecutivo fija la agenda. Distrae. Desquicia. Polariza. Genera ataques virulentos en su contra. Hace bien: esas ofensivas descoordinadas lo fortalecen ante su base. Igual de importante: fija la agenda. Y, en este negocio, el que fija la agenda gana.

Octavo: Está solo. Cada día, el presidente practica rounds de sombra. No hay un liderazgo potente, unificador, confiable e incluyente que señale sus errores con credibilidad. Las oposiciones no ofrecen un tratamiento atractivo ni tienen narrativa alterna. Nadie más le habla con credibilidad y empatía al México más humilde y necesitado.

Por eso se mantiene la aprobación.

¿Le gustó? A mí tampoco. Pero el análisis político no se hace para gustar, sino para entender. En el mejor de los casos, para tomar decisiones acertadas.

¿Quieren ganarle a Morena? Hay que entender sus fortalezas: sin fanatismos. Sin ebullición.

No basta: hay que entender qué somos nosotros y qué tenemos que hacer.

A eso le entro la siguiente semana.

@fvazquezrig

Andrés Manuel López Obrador sigue manteniendo una —para muchos—incomprensible aprobación.

46% según Oraculus. ¿Histórico? No. Calderón y Fox estaban en rangos similares. Salinas lo superaba. Zedillo estaba en rango.

No es, así, un fenómeno inédito: sí lo es que se mantenga con tan malos resultados de gobierno.

¿Por qué mantiene su aprobación el presidente?

Primero: Es un líder social. Mantiene una conexión emocional con una gran franja de mexicanos. Aprobarlo es un acto de fe. Por eso los datos no sirven para desinflarlo, igual que la gente no deja de creer en su santo porque se le demuestre que no resucita a nadie. La gente cree y punto. López Obrador no produce ideas, sino emociones. Por eso las mismas personas que lo aprueban a él, reprueban el desempeño de su gobierno. ¿Contradicción? Sí. Pero la política está llena de ellas.

Segundo: Tiene un monopolio. Encarna el desprecio, la frustración, la impotencia de millones que han sido históricamente despreciados. Empatiza con los problemas, aunque no los resuelva. Hay 55 millones de pobres en el país. A ellos, López Obrador les ha dado un sitio, una visibilidad, una memoria. Nadie, salvo él, le habla al México del olvido y la derrota. A menudo la gente más necesitada, más desesperada, no demanda soluciones. Demanda atención.

Tercero: Cumple. Antes de la elección, 81% de la gente quería un cambio. De ellos, casi tres cuartas partes quería un cambio radical. Eso es lo que están obteniendo. ¿Les beneficia? No. ¿Podrá sostenerse el ritmo de gasto? No. Y a su base no le importa (al menos hoy). El aeropuerto, el avión, los Pinos, no son obras: son símbolos. La inauguración de megaobras —con sus mingitorios de luchadores— son inútiles, pero en el imaginario de millones demuestran capacidad. ¿No me creen? Vean las encuestas previa ingesta de bolillo.

Cuarto: Reparte. Los programas sociales llegan, según datos oficiales, a 23 millones de beneficiarios. Eso es 26% de la población adulta. Pero esos beneficiarios viven en el 65% de los hogares: la base dura del lopezobradorismo. Para muchos, lo que reciben es la diferencia entre comer y no. Es un paliativo. ¿Cura? No, pero anestesia.

Quinto: Alta Intensidad. El presidente —no su gobierno, no su partido— llena todos los espacios. No sólo no hay vacíos: hay hiperactivismo. Una suerte de billar con 36 bolas rodando simultáneas. No hay tema, conversación, o espacio en el que no esté presente: con alguna iniciativa, política, ocurrencia o frase. Pero siempre está.

Sexto: Simplifica. El presidente posee un diagnóstico preciso sobre el origen de la tragedia nacional: la corrupción. Ese diagnóstico no está acompañado por un tratamiento para curar la enfermedad. No importa. La gente siente una indignación profunda por décadas de saqueo y arrogancia. Todos los problemas, así, vienen de atrás y de arriba: de una minoría rapaz y soberbia. ¿Siguen los corruptos? Parafraseando a Roosevelt: Sí, pero son nuestros corruptos.

Séptimo: Repite. La magia no está en la canción: está en el estribillo. Como melcocha, un buen estribillo se pega. Se tararea. Y eso lo hace cada mañana el presidente. Será el sereno, pero cada día el ejecutivo fija la agenda. Distrae. Desquicia. Polariza. Genera ataques virulentos en su contra. Hace bien: esas ofensivas descoordinadas lo fortalecen ante su base. Igual de importante: fija la agenda. Y, en este negocio, el que fija la agenda gana.

Octavo: Está solo. Cada día, el presidente practica rounds de sombra. No hay un liderazgo potente, unificador, confiable e incluyente que señale sus errores con credibilidad. Las oposiciones no ofrecen un tratamiento atractivo ni tienen narrativa alterna. Nadie más le habla con credibilidad y empatía al México más humilde y necesitado.

Por eso se mantiene la aprobación.

¿Le gustó? A mí tampoco. Pero el análisis político no se hace para gustar, sino para entender. En el mejor de los casos, para tomar decisiones acertadas.

¿Quieren ganarle a Morena? Hay que entender sus fortalezas: sin fanatismos. Sin ebullición.

No basta: hay que entender qué somos nosotros y qué tenemos que hacer.

A eso le entro la siguiente semana.

@fvazquezrig

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