/ domingo 19 de julio de 2020

Importancia política de viajar

Esto parecerá muy simplista, pero resulta notable que los mesiánicos e iluminados son gente que nada o muy poco ha viajado fuera de su país.

Aparentemente la carencia de modelos ajenos ha permitido, a algunos personajes que con influencia en su grupo alcanzan el mando, suponer que los cambios pueden darse a partir de su muy limitada concepción del mundo (su pequeño mundo) y de la vida.

Tomemos algunos ejemplos más o menos recientes y cercanos:

Ni Hitler ni Mussolini vivieron fuera de sus patrias respectivas antes de asumir el inmenso poder que lograron tener.

Previamente a su revolución (que no fue popular ya que la hizo posible sin verdadero apoyo público, aunque sí con respaldo internacional), Fidel Castro jamás viajó fuera de su isla (excepto a México, por un corto periodo en que se dedicó exclusivamente al entrenamiento de su guerrilla), y si bien ya en el poder pudo hacerlo, su presencia tenía que protegerla de tal manera que sus estadías en el resto del planeta eran del hotel al sitio de sus intervenciones oratorias, y vuelta al hotel. Evidentemente, Castro siguió viviendo en su universo de 1959, y ejerció una dictadura feroz con la pretensión de que el pueblo cubano viviera, pensase y actuara como cuando él inició su movimiento. Los contactos del déspota con el ámbito internacional fueron siempre puramente teóricos.

Hugo Chávez devino dictador de su patria venezolana mediante un populismo que pretendía desconocer los avances del mundo que él mismo ignoraba. Porque el coronel jamás salió de su patria antes de obtener el mando. Y ello necesariamente redujo su visión general de los acontecimientos que se proponía criticar y los problemas que pudiera (si hubiera querido) resolver, en particular inherentes a su permanencia vitalicia en la cima de la autoridad. Y lo mismo ocurre con su sucesor, el elefantiásico Nicolás Maduro. De tal manera que los venezolanos han tenido este último veintenio para arrepentirse de haber concedido el sufragio a quienes han sido demostradamente ineptos.

Esto nos lleva a advertir, en ese desconocimiento de la realidad global, un nacionalismo a ultranza que nada tiene que ver con la preservación de la soberanía del territorio patrio ni con la salvaguarda de los intereses colectivos.

Es, simplemente, lo que en verdad significa: el peligro terrible de una demagogia perversa fincada en el desconocimiento de los otros y en una megalomanía incapaz de entender las razones y motivaciones ajenas, por estrechez de entendederas y la certeza absurda de que se está en posesión de la verdad única, y enseguida esa verdad única argumenta y legitima los odios, las divisiones y toda suerte de males sociales que sobradamente conocemos.

Y es que, para quien pretende gobernar, es imprescindible haber conocido otros mundos, otras estructuras de pensamiento, lo cual significa también manera de enterarse de otras formas de concebir el mundo, la vida, la historia, el presente, para llegar a tener la mejor visión del futuro de bienestar que promete procurar para sus potenciales gobernados.

Lo anterior se dijo en esta misma columna un mes antes de las elecciones federales de 2018 en México, añadido del exhorto a que:

“En estos términos, analicemos cuál de los que buscan merecer el voto mayoritario de sus conciudadanos este domingo 1 de julio, habrá logrado aprehender, mediante los viajes y el contacto con las diversas realidades del mundo exterior, la perspectiva de desarrollo necesaria para ejercer con buena ventura su responsabilidad.

Porque corremos el riesgo de poner en manos de un ignaro de la historia, el acontecer y las prospectivas del mundo, el cuidado del presente y el porvenir nacionales.

Al contrario, buenas ventajas tendremos con el aspirante a ocupar el solio presidencial mexicano en el siguiente sexenio, que previamente haya conocido mucho del ancho mundo, lo cual, junto a otros factores como la experiencia, las lecturas y la probada honradez, dará basamento a las graves decisiones que habrá de tomar, en cuanto a política exterior pero también interna, pues ver al otro nos permite cuantificar lo que somos y tenemos respecto a cuánto son y tienen los demás.

Sin esto, el limitado gobernante querrá a su vez limitarnos y, para lograrlo, tendrá que restringir las libertades públicas y privadas, como ha sucedido ya en cantidad grande de casos.

Coincidamos en que México es síntesis del ahínco y los afanes de quienes nos antecedieron, y espacio donde tenemos libertades, oportunidades y derechos que buena suma de gente de otros lugares quisieran tener o están apenas en proceso de alcanzar.

Algunos hasta creemos vivir en “El mejor de los mundos posibles”, como aseguraba con optimismo don Gottfried Leibniz en su libro de tal título.

Que nuestro próximo voto sea, entonces, para el mejor de los candidatos, por la nación que podremos hacer crecer con un buen presidente, el que resulte de nuestra elección personal sin más pasión que la que sintamos por el país que somos.”

Sin embargo, contrariamente a lo deseable, una mayoría de conciudadanos concedió la presidencia del país a un personaje que a un año y medio de asumir su cargo viajó al extranjero por vez primera, con los magros e intrascendentes resultados que ya conocimos (y esperábamos, por lo demás), excepción hecha de los puramente electoreros…

Esto parecerá muy simplista, pero resulta notable que los mesiánicos e iluminados son gente que nada o muy poco ha viajado fuera de su país.

Aparentemente la carencia de modelos ajenos ha permitido, a algunos personajes que con influencia en su grupo alcanzan el mando, suponer que los cambios pueden darse a partir de su muy limitada concepción del mundo (su pequeño mundo) y de la vida.

Tomemos algunos ejemplos más o menos recientes y cercanos:

Ni Hitler ni Mussolini vivieron fuera de sus patrias respectivas antes de asumir el inmenso poder que lograron tener.

Previamente a su revolución (que no fue popular ya que la hizo posible sin verdadero apoyo público, aunque sí con respaldo internacional), Fidel Castro jamás viajó fuera de su isla (excepto a México, por un corto periodo en que se dedicó exclusivamente al entrenamiento de su guerrilla), y si bien ya en el poder pudo hacerlo, su presencia tenía que protegerla de tal manera que sus estadías en el resto del planeta eran del hotel al sitio de sus intervenciones oratorias, y vuelta al hotel. Evidentemente, Castro siguió viviendo en su universo de 1959, y ejerció una dictadura feroz con la pretensión de que el pueblo cubano viviera, pensase y actuara como cuando él inició su movimiento. Los contactos del déspota con el ámbito internacional fueron siempre puramente teóricos.

Hugo Chávez devino dictador de su patria venezolana mediante un populismo que pretendía desconocer los avances del mundo que él mismo ignoraba. Porque el coronel jamás salió de su patria antes de obtener el mando. Y ello necesariamente redujo su visión general de los acontecimientos que se proponía criticar y los problemas que pudiera (si hubiera querido) resolver, en particular inherentes a su permanencia vitalicia en la cima de la autoridad. Y lo mismo ocurre con su sucesor, el elefantiásico Nicolás Maduro. De tal manera que los venezolanos han tenido este último veintenio para arrepentirse de haber concedido el sufragio a quienes han sido demostradamente ineptos.

Esto nos lleva a advertir, en ese desconocimiento de la realidad global, un nacionalismo a ultranza que nada tiene que ver con la preservación de la soberanía del territorio patrio ni con la salvaguarda de los intereses colectivos.

Es, simplemente, lo que en verdad significa: el peligro terrible de una demagogia perversa fincada en el desconocimiento de los otros y en una megalomanía incapaz de entender las razones y motivaciones ajenas, por estrechez de entendederas y la certeza absurda de que se está en posesión de la verdad única, y enseguida esa verdad única argumenta y legitima los odios, las divisiones y toda suerte de males sociales que sobradamente conocemos.

Y es que, para quien pretende gobernar, es imprescindible haber conocido otros mundos, otras estructuras de pensamiento, lo cual significa también manera de enterarse de otras formas de concebir el mundo, la vida, la historia, el presente, para llegar a tener la mejor visión del futuro de bienestar que promete procurar para sus potenciales gobernados.

Lo anterior se dijo en esta misma columna un mes antes de las elecciones federales de 2018 en México, añadido del exhorto a que:

“En estos términos, analicemos cuál de los que buscan merecer el voto mayoritario de sus conciudadanos este domingo 1 de julio, habrá logrado aprehender, mediante los viajes y el contacto con las diversas realidades del mundo exterior, la perspectiva de desarrollo necesaria para ejercer con buena ventura su responsabilidad.

Porque corremos el riesgo de poner en manos de un ignaro de la historia, el acontecer y las prospectivas del mundo, el cuidado del presente y el porvenir nacionales.

Al contrario, buenas ventajas tendremos con el aspirante a ocupar el solio presidencial mexicano en el siguiente sexenio, que previamente haya conocido mucho del ancho mundo, lo cual, junto a otros factores como la experiencia, las lecturas y la probada honradez, dará basamento a las graves decisiones que habrá de tomar, en cuanto a política exterior pero también interna, pues ver al otro nos permite cuantificar lo que somos y tenemos respecto a cuánto son y tienen los demás.

Sin esto, el limitado gobernante querrá a su vez limitarnos y, para lograrlo, tendrá que restringir las libertades públicas y privadas, como ha sucedido ya en cantidad grande de casos.

Coincidamos en que México es síntesis del ahínco y los afanes de quienes nos antecedieron, y espacio donde tenemos libertades, oportunidades y derechos que buena suma de gente de otros lugares quisieran tener o están apenas en proceso de alcanzar.

Algunos hasta creemos vivir en “El mejor de los mundos posibles”, como aseguraba con optimismo don Gottfried Leibniz en su libro de tal título.

Que nuestro próximo voto sea, entonces, para el mejor de los candidatos, por la nación que podremos hacer crecer con un buen presidente, el que resulte de nuestra elección personal sin más pasión que la que sintamos por el país que somos.”

Sin embargo, contrariamente a lo deseable, una mayoría de conciudadanos concedió la presidencia del país a un personaje que a un año y medio de asumir su cargo viajó al extranjero por vez primera, con los magros e intrascendentes resultados que ya conocimos (y esperábamos, por lo demás), excepción hecha de los puramente electoreros…