/ domingo 5 de abril de 2020

Ignacio Ramírez y las Californias Cuarta y última parte

La última carta, fechada en Hermosillo, febrero del mismo 1965, en que Ramírez dice a Fidel (Guillermo Prieto): “El golfo de California me ha dejado recuerdos tan profundos, que no quiero alejarme de sus playas sin dirigirle una postrera mirada.

Comenzando por el sur y la ribera oriental, se ofrece a la consideración el río Presidio, de márgenes tan ricas y pintorescas; sus aguas, por medio de un estero de seis leguas, se comunican con el puerto de Mazatlán, pequeño por la naturaleza, pero susceptible de engrandecerse por el arte.

Sigamos la costa de sudeste a noroeste y admiremos, en la estación de las aguas, innumerables ríos que desembocan en el mar; y, en todo tiempo, el caudaloso Piastla, cuya barra es un banco de deliciosos ostiones. Sigue el río de Quilá y, a pocas leguas, en los esteros de Altata, vierte su riqueza el orgulloso Humaya, después que las ninfas de Culiacán han jugado desnudas con sus ondas.

Los ríos de El Fuerte, Mayo y Yaqui, tienen una celebridad creciente, no sólo por los minerales de donde se desprenden, ni por la fertilidad de los terrenos que hermosean, sino por la raza altiva y vigorosa que, bajo los auspicios de la civilización, puede levantarse hasta sostener la gloria del Nuevo Mundo.

Más allá de Guaymas el golfo se estrecha, y por medio de islas risueñas se dan las manos las dos costas opuestas.

Más allá aparece el proyectado puerto de la Libertad, y luego entras en el Colorado, esa especie de Nilo para el próximo porvenir de aquellas regiones.

Das la vuelta entonces sobre la costa oriental de la Baja California y caminas al sudeste. En esa garganta de la prolongada península admiras boscosas serranías favorables para toda clase de empresas; cuarenta leguas por tierra te separan del Pacífico.

A poco andar te aproximas a Sonora por en medio de un archipiélago; visitas luego la bahía de Mulejé; después admiras la isla del Carmen cubierta de sal; has visto antes las azufreras, la canteras de mármol, y entonces observas la situación de Loreto y los criaderos de cobre.

Recorres la bahía de La Paz y sigues la costa hasta el cabo Pulmo, y atravesando setenta leguas de golfo vuelves a Mazatlán.”

Si, no contento con un simple viaje marítimo, te internas a cada paso por las costas que te llamen la atención, del lado de Sonora y Sinaloa encuentras dilatados esteros, y por la California grandes bahías (…)

La Baja California y Sonora son el país de esa familia de cactus cuyas pencas prismáticas se articulan de preferencia por la cima, formando de muchas hojas un solo tronco […]”

Lo siguiente es dicho por Altamirano, su biógrafo: “en 1852, [Francisco de la] Vega, gobernador del estado de Sinaloa, lo nombró secretario de Gobierno, en cuyo puesto se conservó por algún tiempo, dejando planteadas notables mejoras administrativas. Poco tiempo permaneció en su puesto, porque el gobierno constitucional fue derrocado por la revolución suscitada contra [Mariano] Arista y triunfante por el golpe de estado de [Juan Bautista] Ceballos, y sobre todo por los convenios de Arroyozarco, donde los generales Manuel Robles Pezuela y [José López] Uraga formaron un plan que trajo por última vez a [Antonio López de] Santa-Anna al mando supremo de la República.

Ramírez emigró a la Baja California donde hizo el admirable descubrimiento de la existencia de zonas perlíferas, analizando, a la vez, en luminosos artículos, los preciosos mármoles que existen allí, y cuya formación explicaba el sabio por la hacinación de conchas marinas.”

Y agrega más adelante: “Las obras de Ramírez apenas cabrían en veinte volúmenes, y tratan de muchas materias. Ramírez fue un polígrafo, y en la extensión y variedad de sus conocimientos, nadie pude igualársele en México…

En Geología y Paleontología, sus estudios sobre la Baja California, y otras comarcas, en sus cartas a Fidel (Guillermo Prieto), responden a su profundidad de observación.”

En un ensayo relativo, el maestro Armando Trasviña Taylor dice:

“La Constitución de 1857 y las nuevas leyes de la península hicieron que mi pequeña villa se convirtiera en pueblo. En ese mismo año se apareció entre las calles, y se escurrió entre las casas, un hombre pequeño, de físico endeble y barba aguda, un poeta, abogado y liberal insigne, Ignacio Ramírez, conocido también como ´El Nigromante´. Aquí pasó unos meses en calidad de perseguido político, hasta que volvió a México, y en su carácter de ministro de la Suprema Corte del gobierno de Juárez agradeció la protección y hospitalidad de mis hermanos muleginos.” (Yo soy Mulegé: semblante de un pueblo.)

La última carta, fechada en Hermosillo, febrero del mismo 1965, en que Ramírez dice a Fidel (Guillermo Prieto): “El golfo de California me ha dejado recuerdos tan profundos, que no quiero alejarme de sus playas sin dirigirle una postrera mirada.

Comenzando por el sur y la ribera oriental, se ofrece a la consideración el río Presidio, de márgenes tan ricas y pintorescas; sus aguas, por medio de un estero de seis leguas, se comunican con el puerto de Mazatlán, pequeño por la naturaleza, pero susceptible de engrandecerse por el arte.

Sigamos la costa de sudeste a noroeste y admiremos, en la estación de las aguas, innumerables ríos que desembocan en el mar; y, en todo tiempo, el caudaloso Piastla, cuya barra es un banco de deliciosos ostiones. Sigue el río de Quilá y, a pocas leguas, en los esteros de Altata, vierte su riqueza el orgulloso Humaya, después que las ninfas de Culiacán han jugado desnudas con sus ondas.

Los ríos de El Fuerte, Mayo y Yaqui, tienen una celebridad creciente, no sólo por los minerales de donde se desprenden, ni por la fertilidad de los terrenos que hermosean, sino por la raza altiva y vigorosa que, bajo los auspicios de la civilización, puede levantarse hasta sostener la gloria del Nuevo Mundo.

Más allá de Guaymas el golfo se estrecha, y por medio de islas risueñas se dan las manos las dos costas opuestas.

Más allá aparece el proyectado puerto de la Libertad, y luego entras en el Colorado, esa especie de Nilo para el próximo porvenir de aquellas regiones.

Das la vuelta entonces sobre la costa oriental de la Baja California y caminas al sudeste. En esa garganta de la prolongada península admiras boscosas serranías favorables para toda clase de empresas; cuarenta leguas por tierra te separan del Pacífico.

A poco andar te aproximas a Sonora por en medio de un archipiélago; visitas luego la bahía de Mulejé; después admiras la isla del Carmen cubierta de sal; has visto antes las azufreras, la canteras de mármol, y entonces observas la situación de Loreto y los criaderos de cobre.

Recorres la bahía de La Paz y sigues la costa hasta el cabo Pulmo, y atravesando setenta leguas de golfo vuelves a Mazatlán.”

Si, no contento con un simple viaje marítimo, te internas a cada paso por las costas que te llamen la atención, del lado de Sonora y Sinaloa encuentras dilatados esteros, y por la California grandes bahías (…)

La Baja California y Sonora son el país de esa familia de cactus cuyas pencas prismáticas se articulan de preferencia por la cima, formando de muchas hojas un solo tronco […]”

Lo siguiente es dicho por Altamirano, su biógrafo: “en 1852, [Francisco de la] Vega, gobernador del estado de Sinaloa, lo nombró secretario de Gobierno, en cuyo puesto se conservó por algún tiempo, dejando planteadas notables mejoras administrativas. Poco tiempo permaneció en su puesto, porque el gobierno constitucional fue derrocado por la revolución suscitada contra [Mariano] Arista y triunfante por el golpe de estado de [Juan Bautista] Ceballos, y sobre todo por los convenios de Arroyozarco, donde los generales Manuel Robles Pezuela y [José López] Uraga formaron un plan que trajo por última vez a [Antonio López de] Santa-Anna al mando supremo de la República.

Ramírez emigró a la Baja California donde hizo el admirable descubrimiento de la existencia de zonas perlíferas, analizando, a la vez, en luminosos artículos, los preciosos mármoles que existen allí, y cuya formación explicaba el sabio por la hacinación de conchas marinas.”

Y agrega más adelante: “Las obras de Ramírez apenas cabrían en veinte volúmenes, y tratan de muchas materias. Ramírez fue un polígrafo, y en la extensión y variedad de sus conocimientos, nadie pude igualársele en México…

En Geología y Paleontología, sus estudios sobre la Baja California, y otras comarcas, en sus cartas a Fidel (Guillermo Prieto), responden a su profundidad de observación.”

En un ensayo relativo, el maestro Armando Trasviña Taylor dice:

“La Constitución de 1857 y las nuevas leyes de la península hicieron que mi pequeña villa se convirtiera en pueblo. En ese mismo año se apareció entre las calles, y se escurrió entre las casas, un hombre pequeño, de físico endeble y barba aguda, un poeta, abogado y liberal insigne, Ignacio Ramírez, conocido también como ´El Nigromante´. Aquí pasó unos meses en calidad de perseguido político, hasta que volvió a México, y en su carácter de ministro de la Suprema Corte del gobierno de Juárez agradeció la protección y hospitalidad de mis hermanos muleginos.” (Yo soy Mulegé: semblante de un pueblo.)